Capítulo 10: Juego de sombras

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La Fortaleza Roja era un laberinto de secretos y susurros, pero esa noche el aire parecía más pesado de lo normal. Las nubes habían oscurecido el cielo, ocultando las estrellas, y las antorchas apenas lograban iluminar los largos pasillos.

Rhea Royce caminaba con paso firme hacia sus aposentos después de una prolongada cena con las damas de la corte, donde las conversaciones habían girado en torno a intrigas políticas y matrimonios estratégicos. A pesar de que su mente estaba ocupada en los informes del Valle que había leído esa mañana, no pudo evitar notar el cambio en el ambiente.

Cuando abrió la puerta de su habitación, encontró a Daemon esperándola. Estaba de pie junto a la ventana, con los brazos cruzados, mirando hacia la Bahía del Aguasnegras.

—¿Daemon? —preguntó, cerrando la puerta tras de sí.

El príncipe se giró, su expresión seria, con una mirada que ella no había visto antes.

—Tenemos que hablar.

Rhea se detuvo a unos pasos de él, cruzando los brazos.

—¿Sobre qué?

Daemon hizo una pausa, como si estuviera escogiendo cuidadosamente sus palabras.

—Mi abuelo está perdiendo la paciencia con nosotros.

Rhea alzó una ceja, sorprendida.

—¿"Nosotros"? ¿O contigo?

Daemon dejó escapar una risa seca, negando con la cabeza.

—No voy a negar que soy el principal problema, pero sabes tan bien como yo que esto no es solo sobre mí. Nuestra unión no ha cumplido con sus expectativas.

—¿Y qué esperaban? ¿Que de repente me olvidara de quién soy y me convirtiera en otra pieza más en su tablero?

—No. Esperan herederos, Rhea. Esperan un futuro para su dinastía, y nos guste o no, eso depende de nosotros.

Rhea se quedó en silencio, sus ojos clavados en los de Daemon. Sabía que tenía razón, pero eso no hacía la situación más fácil de aceptar.

—¿Y qué propones? —preguntó finalmente.

Daemon se acercó a ella, su tono más suave de lo habitual.

—Propongo que juguemos su juego... pero con nuestras propias reglas.

Rhea lo miró con desconfianza.

—¿Qué significa eso exactamente?

—Significa que les daremos lo que quieren, pero no como ellos lo esperan. Podemos encontrar una forma de trabajar juntos, de presentarnos como una pareja sólida, sin importar lo que pase entre nosotros en privado.

Rhea apartó la mirada, caminando hacia la chimenea y apoyando las manos en el borde de piedra.

—Eso suena más fácil de decir que de hacer.

Daemon se acercó, deteniéndose a su lado.

—Lo sé. Pero no tenemos otra opción.

Ella levantó la vista, encontrándose con su mirada. Había una sinceridad en sus ojos que no había visto antes, y aunque no confiaba completamente en él, no podía negar que sus palabras tenían sentido.

—De acuerdo —dijo finalmente—. Pero si vamos a hacer esto, necesitamos establecer algunas reglas.

Daemon asintió.

—Por supuesto.

—Primero, respeto mutuo. Si vamos a presentarnos como una pareja unida, necesitamos mostrar respeto el uno por el otro, tanto en público como en privado.

—Hecho.

—Segundo, transparencia. Si vas a hacer algo que pueda afectar nuestra posición, necesito saberlo.

Daemon vaciló por un momento antes de asentir.

—De acuerdo.

—Y tercero... —Rhea hizo una pausa, mirándolo directamente—. Si alguna vez decides que esto no vale la pena, dímelo. No quiero descubrirlo por otros.

Daemon sonrió, pero no de forma burlona como solía hacerlo.

—Trato hecho.

Los días siguientes fueron una prueba de su nueva alianza. Rhea y Daemon comenzaron a aparecer juntos con más frecuencia en los eventos de la corte, mostrando una cercanía que no existía antes. Aunque sus interacciones aún estaban marcadas por una cierta tensión, también había un nuevo nivel de comprensión entre ellos.

La reina Alysanne fue la primera en notar el cambio. Durante un almuerzo en los jardines, observó cómo Rhea y Daemon compartían una conversación aparentemente casual, pero con una conexión que no había estado allí antes.

—Parece que están encontrando su ritmo —comentó a Jaehaerys, quien estaba ocupado revisando un pergamino.

El rey levantó la vista, siguiendo la mirada de su esposa.

—Esperemos que dure.

Alysanne dejó escapar un suspiro.

—Rhea tiene potencial. Es inteligente, fuerte, pero necesita tiempo para adaptarse. Y Daemon... bueno, todavía es un enigma.

Jaehaerys asintió lentamente.

—Si pueden trabajar juntos, podrían ser una fuerza poderosa.

Una noche, mientras Rhea revisaba unos documentos del Valle en sus aposentos, Daemon entró con una botella de vino en la mano.

—¿Trabajando otra vez? —preguntó, dejando la botella sobre la mesa.

—Alguien tiene que hacerlo —respondió Rhea sin levantar la vista.

Daemon se sirvió una copa y se sentó frente a ella.

—Sabes, he estado pensando en lo que dijiste sobre respeto mutuo.

Rhea finalmente levantó la vista, arqueando una ceja.

—¿Ah, sí?

—Sí. Y creo que deberíamos empezar por dejar de ocultarnos cosas.

Ella lo miró con cautela.

—¿Qué quieres decir?

Daemon tomó un sorbo de vino antes de responder.

—Quiero decir que si vamos a trabajar juntos, necesito saber más sobre ti, sobre lo que realmente quieres.

Rhea lo miró fijamente durante un momento antes de responder.

—Quiero proteger a mi gente. Quiero asegurarme de que el Valle siga siendo fuerte, incluso si eso significa estar aquí, lejos de casa.

Daemon asintió, como si esperara esa respuesta.

—¿Y tú? —preguntó ella, cruzando los brazos—. ¿Qué es lo que realmente quieres, Daemon?

Él dejó la copa sobre la mesa, su expresión volviéndose más seria.

—Quiero demostrar que soy más que el hermano menor del rey. Quiero dejar mi propia marca en este mundo.

Por primera vez, Rhea sintió que lo entendía un poco más.

—Entonces, parece que ambos tenemos algo que probar —dijo con una pequeña sonrisa.

Daemon sonrió también, alzando su copa.

—Por eso, esposa, creo que podríamos ser un buen equipo.

Rhea levantó su copa, chocándola suavemente con la de él.

—Por el equipo, entonces.

En ese momento, en medio de la incertidumbre y las sombras de la Fortaleza Roja, los dos hicieron un pacto silencioso. No era amor, pero era un comienzo. Y en un mundo donde las alianzas lo eran todo, eso ya era suficiente.

Continuará...

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