Capítulo 7: Promesas y sombras

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La Fortaleza Roja se sumía en un inquietante silencio al caer la noche. Las estrellas brillaban débilmente sobre Desembarco del Rey, mientras las antorchas parpadeaban en los pasillos del Torreón de Maegor. La fortaleza, que de día bullía de actividad, ahora parecía un lugar cargado de secretos y sombras.

Rhea Royce avanzaba por uno de los corredores laterales, sus pasos resonando contra las frías piedras. Llevaba consigo una carta que acababa de escribir a su padre. Los informes sobre las tensiones en las Montañas de la Luna se estaban acumulando, y aunque ella mantenía su compostura, la preocupación se filtraba en sus pensamientos como una lluvia persistente.

Se detuvo frente a una puerta que había llegado a reconocer bien. La habitación de Daemon. Dudó un instante, su mano temblando levemente antes de golpear con los nudillos. La respuesta no tardó en llegar.

—Adelante.

Rhea empujó la puerta, y la encontró sentado junto al fuego, con una copa de vino en la mano y una expresión perezosa en el rostro. Su cabello plateado brillaba bajo la luz del fuego, y sus ojos la observaron con un interés que ella no pudo ignorar.

—¿Vengo en mal momento? —preguntó, manteniendo su tono neutral.

Daemon se inclinó hacia atrás en su silla, un gesto que parecía invitarla a entrar más.

—Nunca es mal momento para ti, esposa. —Su sonrisa era tan desafiante como siempre, pero había un brillo cálido en sus ojos que la desarmó.

Rhea avanzó, dejando la carta sobre la mesa cercana.

—Es para mi padre —explicó, como si necesitara justificar su presencia—. Los informes sobre los clanes de las montañas son preocupantes. Él espera que lo mantenga informado de todo.

Daemon la observó en silencio, tomando un sorbo de su vino antes de responder.

—Es bueno que tengas algo en qué enfocarte. Mantenerte ocupada podría evitar que te obsesiones con mi desagradable personalidad.

Rhea rodó los ojos, acercándose más al fuego. La calidez era bienvenida después del frío de los pasillos.

—No es tu personalidad lo que me molesta, Daemon —respondió—. Es tu falta de seriedad.

Daemon dejó escapar una carcajada, un sonido bajo y profundo que llenó la habitación.

—¿Falta de seriedad? ¿Eso es lo que piensas de mí?

—Es lo que todos piensan de ti —replicó Rhea, cruzando los brazos—. A veces parece que no te importa nada ni nadie, excepto tú mismo.

El silencio que siguió fue inesperado. Daemon se levantó de su silla, caminando hacia ella con una lentitud deliberada. Su mirada se había vuelto más intensa, su sonrisa había desaparecido.

—¿De verdad crees eso, Rhea? —preguntó, su voz baja y grave.

Rhea sostuvo su mirada, aunque sintió que su corazón latía con más fuerza. Daemon estaba tan cerca ahora que podía sentir el calor de su cuerpo.

—Creo que estás acostumbrado a jugar con todos —respondió—. A decir lo que otros quieren oír, pero sin revelar nada real sobre ti.

Por un momento, Daemon pareció considerarlo. Luego, con un movimiento rápido, tomó la mano de Rhea y la guió hacia la ventana. Desde allí, se podía ver gran parte de Desembarco del Rey, iluminada por las antorchas y el resplandor de las casas humildes.

—Mira eso —dijo Daemon, señalando la ciudad—. ¿Ves esas luces? Cada una de ellas pertenece a alguien que no tiene idea de lo que ocurre aquí, en esta fortaleza. No saben nada de los dragones, ni de los consejos, ni de las intrigas que consumen nuestras vidas. Todo lo que saben es que tienen que sobrevivir un día más.

Rhea lo miró, sorprendida por la seriedad en su voz.

—¿Y qué tiene eso que ver contigo?

Daemon se giró hacia ella, y por un instante, toda su arrogancia pareció desvanecerse.

—Tiene todo que ver conmigo. Porque, aunque no lo creas, yo también tengo cosas que me importan. Personas que me importan.

Rhea abrió la boca para responder, pero Daemon levantó una mano para detenerla.

—No estoy diciendo que soy un hombre bueno, Rhea. No lo soy, y probablemente nunca lo seré. Pero si voy a hacer algo con esta vida, algo que realmente importe, tal vez necesite a alguien a mi lado que no tenga miedo de decirme cuando estoy equivocado.

El silencio entre ellos era pesado, pero no incómodo. Finalmente, fue Rhea quien habló.

—Tal vez no seas un hombre bueno, Daemon. Pero no creo que seas tan simple como pretendes ser.

Daemon sonrió, aunque había algo más suave en su expresión ahora.

—Tú tampoco eres lo que esperaba, Rhea Royce.

Ella alzó una ceja, su tono burlón.

—¿Eso es un cumplido?

—Definitivamente lo es —respondió Daemon, volviendo a su sonrisa habitual.

Ambos rieron suavemente, y durante un momento, las sombras que los rodeaban parecieron desvanecerse.

En otro rincón de la Fortaleza Roja, la reina Alysanne observaba la luna desde su balcón. Sus pensamientos estaban lejos, preocupados por la situación de su familia. Jaehaerys se encontraba en la cama, sus ronquidos suaves llenando la habitación.

Un golpe en la puerta interrumpió su meditación. La reina se giró, y una doncella entró con rapidez, inclinando la cabeza.

—Mi reina, he traído lo que pidió.

Alysanne asintió, tomando la pequeña caja que la doncella le ofrecía. Dentro, había una cadena de oro con un colgante que representaba un dragón en vuelo. La reina lo sostuvo en sus manos por un momento, antes de cerrar la caja nuevamente.

—Gracias. Puedes retirarte.

Cuando la doncella se fue, Alysanne se sentó junto a la ventana, sosteniendo la caja en su regazo. Sus ojos se fijaron en el horizonte, pero su mente estaba con su nieto y su futura esposa.

—Daemon y Rhea... quizás sean la chispa que necesitamos para encender un nuevo fuego —murmuró para sí misma.

Y en la oscuridad, la reina dejó que una leve sonrisa iluminara su rostro.

Continuará...

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