Capítulo 9 : Poder y Lealtades

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La Fortaleza Roja nunca estaba en silencio, ni siquiera de noche. Los susurros de sirvientes, el eco de pasos apresurados y el crujir de la piedra bajo los pies se entremezclaban como un murmullo constante. Sin embargo, esa noche, Rhea Royce caminaba por los pasillos en una calma aparente, aunque su mente estaba lejos de estarlo.

Habían pasado días desde su último encuentro con Daemon en los jardines, y aunque la interacción había sido extrañamente tranquila, algo latente entre ambos parecía estar creciendo. No era amor, ni siquiera amistad, sino algo más profundo, como si ambos comenzaran a comprender el peso de su unión, aunque ninguno lo admitiera en voz alta.

Rhea se dirigía a la biblioteca, buscando un lugar donde pudiera pensar en paz. Había recibido una carta de su padre ese mismo día, llena de informes detallados sobre las disputas entre los clanes de las montañas. La tensión en el Valle estaba creciendo, y su padre había dejado entrever que su presencia sería necesaria más pronto que tarde. Pero ella sabía que irse significaba renunciar a todo lo que había comenzado a construir aquí.

Cuando empujó la pesada puerta de la biblioteca, el aroma a pergamino y madera vieja la envolvió. La sala estaba iluminada solo por unas pocas velas, proyectando sombras danzantes en las paredes. No esperaba encontrar a nadie, pero, para su sorpresa, Daemon estaba allí, sentado en una mesa, con un libro en una mano y una copa de vino en la otra.

—¿No puedes dormir? —preguntó Rhea, cerrando la puerta detrás de ella.

Daemon levantó la vista, una sonrisa perezosa cruzando su rostro.

—Tú tampoco, por lo que veo.

Rhea caminó hacia él, tomando asiento frente a la mesa.

—No sabía que eras hombre de libros.

Daemon dejó el libro sobre la mesa con un gesto despreocupado.

—Solo cuando no hay nada mejor que hacer. Aunque debo admitir que los maestres tienen un talento especial para hacer que todo suene tedioso.

Rhea tomó el libro y leyó el título en voz alta.

—"La historia de las casas menores del Valle". Vaya, esto parece terriblemente interesante para ti.

—Pensé que tal vez aprender algo sobre tu tierra me ayudaría a entenderte mejor —dijo él con un tono que era mitad sincero, mitad burla.

—¿Y has aprendido algo?

Daemon se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en la mesa.

—Que las mujeres del Valle son tan obstinadas como las montañas que las rodean.

Rhea no pudo evitar una sonrisa, aunque rápidamente la ocultó al abrir el libro.

—Obstinadas o no, somos leales. Algo que no todos pueden decir.

La acusación implícita en sus palabras no pasó desapercibida para Daemon, pero en lugar de enfadarse, rió suavemente.

—¿Insinúas algo, esposa?

—Nada que no sepas ya —respondió ella, levantando la vista para encontrar sus ojos.

El aire entre ellos se cargó de tensión, pero antes de que ninguno pudiera decir algo más, la puerta se abrió de golpe.

Un joven escudero entró apresurado, inclinándose profundamente al notar la presencia de ambos.

—Milord, milady, disculpen la interrupción. El rey Jaehaerys solicita la presencia del príncipe Daemon en el salón del trono.

Daemon frunció el ceño, claramente molesto por la interrupción, pero se levantó de inmediato.

—Dile a mi abuelo que estoy en camino.

El escudero asintió y salió tan rápido como había llegado.

—¿Problemas? —preguntó Rhea, observándolo mientras ajustaba su cinturón.

—Con mi familia, siempre hay problemas.

Sin más palabras, Daemon salió de la biblioteca, dejando a Rhea sola con sus pensamientos.

El salón del trono estaba iluminado por antorchas, y la atmósfera era tensa. Jaehaerys estaba sentado en el Trono de Hierro, su postura imponente a pesar de su edad. A su lado, la reina Alysanne permanecía en silencio, sus ojos analizando a todos los presentes con una mirada aguda.

Daemon entró con su habitual aire despreocupado, aunque algo en su mirada sugería que sabía que no sería una conversación fácil.

—Abuelo —saludó con una inclinación de cabeza, aunque su tono carecía de reverencia.

Jaehaerys no perdió tiempo en formalidades.

—He escuchado rumores preocupantes, Daemon. Se dice que has estado ignorando tus deberes como esposo.

Daemon arqueó una ceja, cruzando los brazos sobre el pecho.

—¿Debería preocuparme por rumores ahora?

—Cuando esos rumores ponen en peligro nuestra dinastía, sí —intervino Alysanne, su tono frío como el hielo—. Tienes una responsabilidad con tu esposa y con esta casa.

Daemon no respondió de inmediato, su mirada oscureciéndose.

—Rhea y yo estamos... encontrando nuestro equilibrio.

Jaehaerys soltó un suspiro, claramente frustrado.

—No tenemos tiempo para que encuentres tu equilibrio. Necesitamos que esta unión sea sólida, y eso incluye herederos.

Daemon apretó la mandíbula, pero antes de que pudiera responder, Alysanne habló nuevamente.

—Rhea es una mujer fuerte, pero no puede llevar esta carga sola. Si no estás dispuesto a cumplir con tu deber, entonces quizás deberíamos reconsiderar esta unión.

La amenaza implícita era clara, y Daemon lo sabía.

—Haré lo que se espera de mí —dijo finalmente, su tono más serio de lo que nadie esperaba.

Jaehaerys asintió, aunque no parecía del todo satisfecho.

—Por tu bien, espero que lo hagas.

De vuelta en sus aposentos, Daemon encontró a Rhea sentada junto a la ventana, mirando las luces de la ciudad. Al entrar, ella giró la cabeza, sus ojos llenos de curiosidad.

—¿Qué quería el rey?

Daemon se dejó caer en una silla, suspirando.

—Solo me recordó mis deberes como esposo.

Rhea lo miró en silencio por un momento antes de hablar.

—¿Y qué piensas hacer al respecto?

Daemon la miró, una chispa de desafío en sus ojos.

—Cumplir con mi deber, supongo. Pero no lo haré a su manera. Lo haré a la mía.

Rhea no estaba segura de qué significaba eso, pero algo en su tono la hizo sentir que, por primera vez, Daemon estaba siendo honesto con ella.

Continuará...

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