Capítulo 8: Secretos y Espadas

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Las primeras luces del alba bañaban la Fortaleza Roja, reflejándose en las armaduras pulidas de los guardias que patrullaban los pasillos. Rhea Royce, ya vestida con una sencilla túnica de tonos oscuros, caminaba hacia el patio de entrenamiento. Había pasado noches inquietas desde su llegada, su mente atormentada por la tensión entre el deber y la incertidumbre. Esta mañana, sin embargo, estaba decidida a despejarse la cabeza.

Cuando llegó al patio, encontró a Ser Harrold Westerling, un caballero conocido por su honor y habilidades con la espada, entrenando con un grupo de jóvenes soldados. Su postura impecable y su manejo de la espada demostraban su experiencia.

—Lady Royce —saludó con una leve inclinación de cabeza, deteniéndose al notar su presencia—. ¿Qué la trae aquí tan temprano?

—Necesito practicar —respondió Rhea con firmeza, observando las espadas de práctica alineadas en un banco cercano—. No puedo permitirme perder mis habilidades mientras estoy aquí.

Harrold sonrió, aunque con cierta duda.

—¿Está segura? Las mañanas aquí son intensas, y los muchachos no se contienen.

—Ni yo.

Sin más palabras, Rhea tomó una espada de madera y se posicionó en el centro del patio. Los soldados intercambiaron miradas sorprendidas, pero ninguno se atrevió a cuestionarla. Harrold se adelantó, sosteniendo su espada con calma.

El primer choque de espadas resonó en el aire, y el grupo se detuvo para observar. Rhea se movía con agilidad, sus golpes precisos y sus movimientos calculados. Aunque Harrold era más fuerte y experimentado, Rhea compensaba con rapidez y estrategia.

Después de unos minutos, Harrold retrocedió, bajando su espada.

—Impresionante, Lady Royce. Su padre debe estar orgulloso.

Rhea, sin aliento, sonrió levemente.

—Lo estaría más si estuviera aquí para verlo.

Antes de que pudiera decir algo más, una voz familiar interrumpió.

—¿Y quién dice que no estoy aquí para verlo?

Rhea giró y encontró a Daemon observándola desde la entrada del patio. Vestía su habitual túnica negra, pero su sonrisa traviesa era inconfundible.

—¿Vienes a burlarte o a aprender algo, esposo? —replicó Rhea, con un tono desafiante.

Daemon se acercó lentamente, tomando una de las espadas de práctica.

—Tal vez a ambas cosas.

Sin esperar respuesta, se colocó frente a ella, adoptando una postura de combate.

—Adelante, muéstrame de qué está hecha una Royce.

Rhea no perdió tiempo. Atacó con fuerza, obligándolo a retroceder. Daemon esquivó con facilidad los primeros golpes, pero pronto se dio cuenta de que Rhea no era una oponente común. Sus movimientos eran calculados, cada golpe dirigido con intención.

—Impresionante —admitió Daemon entre dientes mientras bloqueaba un ataque particularmente fuerte—. No esperaba menos de la Dama de Runestone.

—Tal vez deberías dejar de subestimarme —respondió ella, su espada encontrando el costado de Daemon y haciéndolo trastabillar.

La pelea continuó, y la tensión entre ellos creció. Cada golpe parecía una conversación sin palabras, cada movimiento una expresión de algo más profundo. Finalmente, Daemon bajó su espada, respirando con dificultad.

—Rendirse no es propio de ti, Daemon —dijo Rhea, bajando también su espada.

Daemon la miró con una intensidad que hizo que su corazón latiera más rápido.

—Tal vez solo estoy dejando que ganes esta vez.

Rhea rodó los ojos, aunque no pudo evitar una pequeña sonrisa.

—Si eso te hace sentir mejor, puedes creerlo.

Más tarde, mientras el sol alcanzaba su punto más alto, Rhea se encontraba en sus aposentos, escribiendo otra carta para su padre. Las noticias de las Montañas de la Luna eran cada vez más preocupantes, y sabía que pronto tendría que tomar una decisión difícil sobre su papel en la Fortaleza Roja y su deber hacia Runestone.

Un golpe en la puerta la sacó de sus pensamientos.

—Adelante —dijo, dejando la pluma sobre el escritorio.

La puerta se abrió, revelando a Alicent Hightower. La joven reina entró con pasos cautelosos, su mirada fija en Rhea.

—Espero no estar interrumpiendo —dijo Alicent con suavidad.

Rhea negó con la cabeza, invitándola a sentarse.

—No, en absoluto. ¿Qué puedo hacer por ti, Alicent?

Alicent parecía nerviosa, jugueteando con los bordes de su vestido.

—Solo quería hablar contigo. He notado... que has tenido ciertos encuentros con la reina Alysanne.

Rhea frunció el ceño, sorprendida por el comentario.

—¿Encuentros? No diría eso. Solo ha mostrado un interés particular en observar cada uno de mis movimientos.

Alicent asintió, como si entendiera algo que Rhea no.

—La reina Alysanne es una mujer... complicada. Pero si te presta atención, significa que ve algo en ti.

—¿Algo bueno o algo malo?

—Eso depende de ti —respondió Alicent, con una leve sonrisa.

Antes de que Rhea pudiera responder, Alicent se levantó, ajustándose el vestido.

—Espero que podamos ser amigas, Lady Royce. La Fortaleza Roja puede ser un lugar solitario, incluso cuando está llena de gente.

Rhea asintió lentamente, observando cómo Alicent salía de la habitación. Las palabras de la joven reina resonaban en su mente, dejándola con más preguntas que respuestas.

Al caer la noche, Rhea se encontró nuevamente con Daemon, esta vez en los jardines de la Fortaleza Roja. Estaban solos, las estrellas brillando sobre ellos mientras un suave viento agitaba las hojas.

—¿Por qué me miras así? —preguntó Rhea, notando la mirada de Daemon.

—Porque quiero entenderte —respondió él, su tono más serio de lo habitual.

Rhea levantó una ceja, cruzándose de brazos.

—¿Y qué has descubierto?

Daemon dio un paso hacia ella, su expresión tan seria que la tomó por sorpresa.

—Que eres más fuerte de lo que esperaba. Y que tal vez... podría aprender algo de ti.

Rhea lo miró fijamente, tratando de descifrar sus palabras.

—Espero que no seas de los que aprenden rápido, Daemon. Me temo que podría quedarme sin lecciones pronto.

Daemon rió suavemente, pero había algo en sus ojos que sugería que, por primera vez, estaba siendo completamente honesto con ella.

—No te preocupes, Rhea. Soy un estudiante lento.

Y mientras ambos se quedaban en silencio bajo las estrellas, parecía que, por primera vez, estaban comenzando a entenderse realmente.

Continuará...

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