𝐍𝐨 𝐝𝐞𝐣𝐞𝐬 𝐪𝐮𝐞...❤️‍🩹

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El tiempo pasó, pero para Samantha, cada día sin Memo era una batalla contra el vacío que sentía en su interior. A pesar de todo, nunca dejó de visitarlo. Cada semana, sin fallar, iba al hospital, incluso cuando sus ánimos flaqueaban. Había días en los que entraba con una sonrisa fingida, sentándose junto a él para hablarle de cosas triviales o recordarle momentos felices.

Pero también había días oscuros. Días en los que la tristeza se convertía en enojo, y ese enojo en palabras que ella ni siquiera reconocía como suyas.

—"¿Por qué me mentiste, Memo?"— murmuró un día mientras sostenía su mano fría. —"Me prometiste que nunca me ibas a dejar sola. Dijiste que siempre íbamos a estar juntos, pero mira dónde estoy ahora. Mira dónde estás tú. Solo... ¿cómo pudiste dejarme así?"—

El enojo le ardía en el pecho, y las lágrimas corrían por sus mejillas mientras lo miraba. —"Eres un mentiroso, Memo. Un mentiroso."—

Cuando las palabras salieron de su boca, sintió un profundo arrepentimiento casi al instante. Se tapó el rostro con las manos, sollozando.

—"Perdóname. No sé qué me pasa,"— susurró.

—"Sé que no es tu culpa, pero... no sé cómo manejar esto. Te necesito, Memo. Te necesito tanto."—

Aunque sabía que él no podía oírla, Samantha pasaba sus días hablando con él, contándole historias y momentos de su vida juntos, como si aferrarse a esos recuerdos pudiera traerlo de vuelta.

𓆝 𓆟 𓆞 𓆝

Habían pasado meses, y Samantha apenas lograba mantener el equilibrio. Su rendimiento académico había bajado tanto que sus profesores comenzaron a preocuparse por ella. Mariana y Pau, sus mejores amigas, intentaban ayudarla como podían.

—"Sam, esto no puede seguir así. Tienes que cuidarte. Memo te necesita fuerte,"— le decía Pau, entregándole un café durante una de sus pláticas.

—"Pero, ¿cómo lo hago? No sé cómo seguir adelante. Todo me recuerda a él,"— respondía Samantha, con los ojos rojos de tanto llorar.

Los meses transcurrieron como un borrón para Samantha, quien parecía haberse detenido en el tiempo. Todo lo que solía importarle pasó a un segundo plano; su mundo giraba alrededor de Memo, de las visitas al hospital y del peso de la culpa que cargaba en su pecho.

Había desarrollado un hábito que ni siquiera ella pudo prever: el cigarro se convirtió en su compañero inseparable. Al principio, solo encendía uno para calmar los nervios después de salir del hospital. Pero poco a poco, la necesidad se convirtió en algo más profundo. Ya no era solo un escape, era un ancla. Si no tenía un cigarro en la mano, sentía que la ansiedad la consumía, como si el mundo se volviera demasiado grande y ella, demasiado pequeña.

Había días en los que terminaba una cajetilla completa antes del atardecer. En la escuela, a duras penas podía concentrarse, y en los descansos se escapaba detrás del edificio para encender otro cigarro. Mariana y Pau, preocupadas, intentaron intervenir.

—"Sam, tienes que parar. Esto no te está ayudando,"— le decía Mariana mientras le arrebataba el encendedor de las manos.

—"¿Parar? ¿Para qué? Esto es lo único que me calma,"— respondía Samantha, encogiéndose de hombros mientras buscaba otro encendedor en su mochila.

—"No podemos verte así,"— añadió Pau, con una mirada de tristeza. —"Memo no querría esto para ti."—

Pero Samantha no quería escuchar. Su dolor se había transformado en un muro que la separaba incluso de quienes más la querían.

𝓝𝓸 𝓭𝓮𝓳𝓮𝓼 𝓺𝓾𝓮...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora