Era un sábado cualquiera, Samantha arreglando la cocina y Emiliano en el sillón intentando armar su castillo de bloques. Todo parecía tranquilo hasta que Emma, con su voz llena de emoción, irrumpió en la sala.—Mamá, te tengo que decir algo súper importante —dijo, cruzando los brazos y moviéndose nerviosa.
Samantha, sin dejar de secar un plato, levantó una ceja con curiosidad.
—¿Qué pasó, Emma?—Pues... voy a traer a mi novio a la casa, ¿puedo? —dijo rápidamente, casi soltándolo como si quemara.
Samantha dejó el plato en la barra, mirándola con incredulidad.
—¿Tu novio? ¿Desde cuándo tienes novio?—Ay, mamá, pues desde hace poquito, pero es bien buena onda. Te va a caer bien, lo juro —respondió Emma con una sonrisa enorme, confiada.
Samantha respiró hondo y, tras unos segundos, suspiró.
—Está bien, pero solo un rato. Y no me hagas arrepentirme de esto.Emma soltó un grito de emoción y corrió a su habitación, dejando a Samantha con una sensación extraña. No sabía cómo reaccionaría Memo, pero algo le decía que no iba a ser nada tranquilo.
Más tarde...
Memo llegó a casa cargando un par de bolsas con el mandado.
—Ya llegué —dijo, dejando las bolsas en la barra de la cocina—. ¿Qué hay para cenar?Samantha, quien estaba revisando su teléfono, le lanzó una mirada dudosa.
—Memo... necesito que te tomes esto con calma.Memo frunció el ceño.
—¿Con calma qué? ¿Qué pasó?Antes de que Samantha pudiera responder, se escuchó el ruido de la puerta principal abriéndose. Era Emma, con una sonrisa enorme, acompañada de un chico alto, flacucho y con una gorra que llevaba al revés.
—¡Mamá, papá! Les presento a mi novio, Mateo.
Memo volteó hacia la puerta, y en cuanto vio a Mateo, su expresión cambió drásticamente.
—¿Novio? ¿Dijiste novio? —preguntó, mirando primero a Emma y luego al chico, que de inmediato se puso nervioso bajo la mirada seria de Memo.—Sí, papá. Mateo es mi novio. Ya te dije que es buena onda —dijo Emma, rodando los ojos como si el comentario de Memo fuera totalmente innecesario.
Memo cruzó los brazos y dio un paso hacia adelante, mirando fijamente a Mateo.
—¿Cuántos años tienes, Mateo?—Trece, señor —respondió el chico, tragando saliva.
—Ajá... —murmuró Memo, sin dejar de analizarlo de arriba a abajo como si fuera un criminal. Luego volteó hacia Emma—. Emma, ¿qué te dije sobre traer niños a la casa?
—¡Papá! No es cualquier niño, es mi novio —respondió Emma, indignada.
En ese momento, Emiliano, que estaba sentado en el sillón con un paquete de sabritas, empezó a reírse.
—Esto se va a poner buenísimo —susurró, comiendo más rápido para no perderse nada.Memo ignoró a Emiliano y volvió su atención a Mateo.
—A ver, Mateo, ¿y cuáles son tus intenciones con mi hija?Samantha, que estaba viendo toda la escena desde la barra de la cocina, trató de intervenir.
—Memo, por favor... —dijo, pero él levantó la mano para que lo dejara continuar.—Bueno... pues... yo solo quiero... quiero que seamos felices —dijo Mateo, más nervioso que nunca.
Memo soltó una risa sarcástica y negó con la cabeza.
—Ajá, felices. Mira, muchacho, te voy a decir algo. Emma es mi primera hija. Y a mí no me gusta la idea de que un niño cualquiera ande por aquí diciendo que es su novio.
