Capítulo 32: El Infierno Desatado

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El cielo se tiñó de un rojo sangre cuando el ejército de pesadilla de los trillizos se alzó contra las fuerzas de Daimon y Aisha. La tierra misma pareció gemir bajo el peso de tanta maldad concentrada.

Lion, al frente de la horda, rugió con una voz que hizo temblar los cielos. A su derecha, Lessandro, con los ojos brillando de una furia bestial. A su izquierda, Killian, sus ojos ciegos resplandeciendo con visiones del futuro y la magia que fluía a su alrededor.

Detrás de ellos, un mar de criaturas sacadas de las peores pesadillas. Nigromantes con sus ejércitos de muertos, sus cuerpos putrefactos exudando un hedor a tumba abierta. Hadas oscuras, sus alas como cuchillas afiladas, tejiendo ilusiones tan reales que desgarraban la cordura de quienes las contemplaban. Druidas corrompidos, sus manos hundidas en la tierra, transformando el suelo fértil en páramos de agonía.

El choque inicial fue apocalíptico. Los lobos de la manada se lanzaron contra las primeras líneas enemigas, sus garras y colmillos desgarrando carne y hueso con una ferocidad inhumana. La sangre salpicaba en todas direcciones, formando charcos viscosos que burbujeaban con energía mágica corrupta.

Tatiana, con Alexander a su lado, lideró un aquelarre de brujas rojas. Sus cánticos resonaban en el campo de batalla, invocando tormentas de fuego y lluvia ácida que caía sobre los enemigos, derritiendo su carne y exponiendo huesos que gritaban de dolor.

Los nigromantes, liderados por el infame Blake, alzaron sus manos huesudas. La tierra se abrió, vomitando legiones de cadáveres. Soldados caídos de todas las épocas se alzaron, sus ojos brillando con un hambre antinatural. Se lanzaron contra las filas enemigas, ignorando heridas que habrían incapacitado a cualquier ser vivo.

En el cielo, las banshees volaban en formaciones caóticas, sus gritos desgarrando el aire y la cordura por igual. Enemigos caían de rodillas, sus oídos sangrando, sus mentes quebradas por el horror sobrenatural de esos aullidos.

Killian, guiado por su visión sobrenatural, se movía como un fantasma entre las líneas enemigas. Cada movimiento suyo era preciso, letal. Donde sus garras tocaban, la muerte seguía. Su aura brillaba con un poder tan intenso que los enemigos más débiles caían muertos solo por estar en su presencia.

Lessandro, convertido en una bestia de pesadilla, más grande que cualquier lobo jamás visto, arrasaba con todo a su paso. Sus fauces se cerraban sobre cuerpos enteros, triturando huesos y armaduras como si fueran de papel. La sangre goteaba de su pelaje, formando un rastro macabro por donde pasaba.

Lion, en el centro de la batalla, era un torbellino de muerte y destrucción. Su voz de alfa resonaba sobre el caos, dirigiendo a sus fuerzas con una precisión mortífera. Donde él señalaba, la muerte seguía.

Las hadas oscuras tejían ilusiones tan vívidas que los enemigos se volvían contra sí mismos, despedazándose mutuamente en un frenesí de locura. Los druidas corrompidos hacían brotar del suelo plantas monstruosas, enredaderas con espinas venenosas que se enroscaban alrededor de las víctimas, apretando hasta que los huesos crujían y la sangre brotaba a chorros.

En medio del caos, Daimon y Aisha luchaban con una ferocidad demoniaca. Daimon, el Príncipe Oscuro, blandía una espada que parecía absorber la luz misma. Cada golpe suyo abría heridas que no sanaban, dejando tras de sí un rastro de cuerpos agonizantes.

Aisha, la bruja negra, flotaba sobre el campo de batalla, sus ojos completamente negros, su boca abierta en un grito silencioso. De sus manos brotaban torrentes de energía oscura que corrompía todo lo que tocaba. Guerreros alcanzados por su magia se retorcían, sus cuerpos transformándose en abominaciones que se volvían contra sus antiguos aliados.

La batalla se extendió por lo que parecieron eones. El sol se ocultó y volvió a salir, pero el cielo permaneció teñido de rojo. La tierra, empapada de sangre y magia negra, comenzó a palpitar como si estuviera viva.

Finalmente, exhaustos y cubiertos de heridas que tardarían siglos en sanar completamente, los trillizos lograron acorralar a Daimon y Aisha. El círculo se cerró alrededor de ellos, con Lion, Lessandro y Killian al frente.

"Esto termina ahora," gruñó Lion, su voz ronca por horas de rugidos de batalla.

Daimon, incluso derrotado, sonrió con desprecio. "Idiotas," escupió. "Esto apenas comienza."

Aisha, su belleza terrorífica manchada de sangre y vísceras, soltó una carcajada que heló la sangre de todos los presentes. "Oh, mis queridos cachorros," susurró con una voz que parecía provenir de las profundidades del infierno. "No tienen idea de lo que han desatado."

Killian, sus ojos ciegos brillando con visiones del futuro, palideció visiblemente. "No..." murmuró. "No puede ser."

Pero antes de que pudiera explicar lo que había visto, el suelo bajo sus pies se abrió. Una oscuridad más profunda que la noche más negra brotó de la grieta, envolviéndolo todo.

Lo último que se escuchó, antes de que el silencio cayera como una losa sobre el campo de batalla, fue la risa triunfante de Aisha y el rugido desesperado de Lion.

La batalla había terminado, pero la guerra... la verdadera guerra, apenas comenzaba.

El destino de la luna rotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora