Capítulo 12

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Hasta ese momento, una semana había sido el periodo más largo en el que Abel y yo la pasamos lejos del otro. Pero no lo culpaba, era inevitable. Sus familiares, a quienes no veía en mucho tiempo, decidieron quedarse en su casa a pasar unas vacaciones. En los recesos apenas y nos veíamos. Y a la hora de la salida, su tía fue quien se encargó de ir por él después de la escuela.

Mis días eran más productivos. Mis padres me habían inscrito a cursos extracurriculares de preparación para el examen de admisión de la preparatoria que estaba previsto a ser en medio año. El trámite de aspirante lo había realizado con éxito y lo que me quedaba, era estar listo para obtener ese ansiado lugar.

Echaba un último repaso a la guía de estudio que había hecho para esa semana, cuando el nombre de Abel en la pantalla de mi celular, me hizo sonreír. Rápido, dejé de lado toda mi concentración en esos temas y atendí la llamada. Ni Abel ni yo éramos aficionados a ellas, pero si ese era el único medio por el cual hablarnos, las las íbamos a considerar.

—Hola Caín, ¿qué haces?

—Estudiando.

Oí que respiró hondo.

—De verdad, lo siento. Ya sé que casi ni hablamos y bueno…

—No te preocupes, es normal que cada quien esté en sus cosas.

—Lo sé, pero de todas formas quería decírtelo. No me gusta que pienses que te estoy ignorando o algo por el estilo.

—Pero no pienso eso, lo juro. Además, yo tampoco he tenido mucho tiempo que digamos.

—¿Y eso?

—Ya estoy tomando mis cursos para el examen de admisión. En fin, ¿y cómo van las cosas por allá?

La voz de Abel cambió de manera repentina, para bien.

—No me lo vas a creer, pero todo va genial. Creo que era lo que necesitábamos, una visita de la familia. Aunque al inicio mis papás discutieron un poco porque no estaba en los planes que mis abuelos y mi tía se quedaran, al final parece que les resultó bien. Todo está muy tranquilo por aquí. ¡Es como los viejos tiempos, Caín!

Se oía muy contento. Me gustaba escucharlo así, hacía mucho que su ánimo no estaba tan alto. Aun así, sentía que debía decírselo.

—De todas formas, no te confíes.

—¿A qué te refieres?

—Pues sí, Abel. Que ahora tus papás estén así, no significa que vuelvan a la rutina, ya sabes a lo que quiero llegar.

—¿Quieres decir que están fingiendo?

—No. No lo malinterpretes. Bueno, sí, supongo que sí.

Abel dejó de hablar y temí que de algún modo, mi comentario le hubiera molestado.

—A lo que quiero llegar es que, no sé… ahora que están a muy buen tiempo, podrías aprovechar la ocasión y hablar de todo lo que pasa en tu casa con tus abuelos o tu tía. ¿No dijiste que querías irte a vivir con ellos?

—Pues sí, Caín. Pero te juro que siento que esta vez es diferente. Es… no sé, como antes. Además, no me gustaría que por esto mis papás se separen. Después de todo, yo los quiero a los dos, aunque de vez en cuando me regañen. Yo crecí con ambos y me parecería injusto que Set crezca sin alguno de ellos.

—Pero, Abel…

—Solo deseo que todo vuelva a ser como antes. Es lo que más quiero, como no tienes idea. A lo mejor la visita de mis abuelos y mi tía era lo que necesitábamos. Te lo juro, ahora mi papá está más tranquilo, mamá ya no me ignora. ¡Ya no me ignora! ¿Entiendes eso? Y me abraza como antes. Y sé que te parecerá rarísimo, pero hasta mi papá ahora pregunta más por Set y juega con él. No sabes lo feliz que está mi hermano. Y obviamente, no voy a arruinar eso. Bueno, me tengo que ir, que ya vamos a cenar. ¡Suerte en tus estudios, Caín! Nos vemos luego.

Caín y Abel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora