Capítulo 13

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Llevaba mucho tiempo hablando y Caín apenas reaccionaba a lo que le decía. Cuando le repetía las cosas, solo asentía o contestaba con monosílabos que con mucho trabajo alcanzaba a escuchar.

—Hoy otra vez no has dicho casi nada. ¿Te pasa algo? Caín, te estoy hablando.

—¿Qué? —Caín se sobresaltó cuando le toqué el hombro—. ¿Qué decías?

Aparté la mirada.

—Lo siento, Abel, pero es que tengo la cabeza en otras cosas. Pero dime.

Entonces, volví a desahogar mis problemas en él. Esta vez, tenía los ojos fijos en mí, por lo que llegó un punto en que su mirada, por alguna extraña razón, me llegó a incomodar, cosa que no había pasado antes. Me di cuenta que aún con los ojos atentos a mí, no llegó a entender nada de lo que le dije. Pareció que estuvo más atento a mis expresiones que a mis propias palabras. Caín, que siempre me escuchaba, ahora estaba perdido en sus propios asuntos que me hubiese gustado compartiera conmigo. Así como él, yo también podría aconsejarle si es que eso le ayudaba a estar menos preocupado.

El descanso había terminado, así que nos apuramos a cruzar el campo de la escuela para adentrarnos en sus edificios. En nuestro camino a los salones, me encontré a la maestra Ángela, quien me detuvo en medio del pasillo.

—Hola Abel, ¿cómo estás? Oye, qué crees. Luego de la feria muchas personas se interesaron en tu trabajo, tanto así que un colega de la maestría me preguntó si los estás vendiendo y le dije que no sabía, pero que apenas te viera le daría una razón. Así que, ¿no has pensado en eso, en venderlos?

El comentario de la maestra me había tomado de sorpresa que busqué en Caín, un gesto de «tranquilo, no pasa nada», pero en su lugar, mi amigo jamás me prestó atención. Parecía estar más interesado en lo que decía la maestra.

—Eh, no. Nunca pensé en eso y creo que nunca lo haré en realidad —dije bastante seguro.

—Abel, pero si tus cuadros son muy buenos. Lo sabes, ¿no? Creí que al menos habías considerado sacarle provecho a tu trabajo en un futuro.

—Pues no, discúlpeme.

—A ver, no te disculpes. En mi humilde opinión deberías replantearte esa posibilidad. Si no sabes cómo llevar a cabo esto, con confianza puedes acercarte a mí o a cualquiera de los administrativos del departamento de difusión para que te orienten. Sería estupendo que tus cuadros lleguen a más personas, piénsalo.

—Siento meterme, pero Abel es muy indeciso en ese sentido. Le he dicho lo mismo muchas veces y no me hace caso —dijo Caín, de la nada—. Pero ya que a él no le parece importar eso, ¿de casualidad alguien no se interesó en el cuento que escribí? Digo, si es que hubo alguien además de usted y el profesor del otro día.

La maestra Ángela se volvió a Caín y le dedicó una sonrisa que daba a entender cuán apenada se sentía.

—Lo siento, Caín, me parece que no. Pero yo ya lo leí y me gustó muchísimo. Sin duda tú también eres muy bueno —Y luego, volvió a dirigirse a mí. De reojo, vi que Caín hizo una mueca—. Pero bueno, sigamos contigo, Abel. De verdad, yo sé que estoy siendo muy insistente pero si te lo digo es por algo. Consideralo otra vez, por favor. Cualquier cosa, avísame para yo comentarle al profesor. Bueno chicos, tengo que ir a mi próxima clase. Nos vemos luego, cuídense.

Vimos a la maestra perderse entre los estudiantes y me giré a Caín, que no la había dejado de ver. Había algo en su rostro que me hizo pensar que estaba molesto por algo, estaba muy serio. Lo que me había dicho la maestra Ángela, lo que le había dicho a él, la diferencia de trato e interés, si yo estuviera en su lugar, también me hubiera sentido así.

Caín y Abel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora