Capítulo 19

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Fueron algunas semanas que me las pasé solo, pero no fue porque quisiera. Todo pasó durante la suspensión de Lucas y Mateo. Quienes me conocían, no duraron en verme con cierto rechazo porque pensaron que había tenido algo que ver en el caso del chico al que acosaron y que no entendían por qué a mí no me habían suspendido como ellos. Por más que me esforcé en explicarles que no era nada de lo que pensaban y que ni siquiera me atrevía a llamarlos mis amigos, no conseguí quitarles esa mala imagen de mí. Al contrario, sus preguntas fueron cada vez en aumento hasta que hicieron una que terminó por volverme a la realidad. «Entonces si no son tus amigos, ¿por qué estás con ellos?», habían dicho y yo no supe qué decirles. Y aunque se los dijera, sabía que nadie me entendería. Todos eran así, a nadie le importaba saber sobre los tormentos del otro, al contrario, solo nos juzgaban, se aprovechaban y nos hacían sufrir más. ¿Acaso ellos que me cuestionaron, iban a aceptarme? Estaba seguro de que no. Solo fingían preocuparse por los demás y jugaban a ser justicieros de la vida. Al menos, Mateo y Lucas me habían aceptado sin dudar y ahora que todos me señalaban como a ellos, eran los únicos de mi lado.

Me sentía decaído y preocupado por la situación, que en unos de esos días en los que me encontré a la maestra Ángela, me vi en la necesidad de aclararle las cosas. Por lo menos, quería que una persona de la escuela me creyera.

—Lo sé Abel, no te preocupes —me dijo, con esa amabilidad y comprensión que tanto la caracterizaba—. Yo sé que tú no eres capaz de hacer esas cosas. Te creo. Además, no te vi cuando llegué ahí.

Asentí. La verdad es que me había dado tiempo a esconderme antes de que me viera con ellos. Si tan solo supiera que lo vi todo y no hice algo por detenerlos, su opinión hacia mí fuera otra. Pero ya no valía la pena preocuparme por eso si jamás lo sabría.

—Está bien, tranquilo, ¿si? Te recomiendo que ya no los frecuentes. Es lo mejor.

—Sí, maestra. Es lo mejor, gracias.

Pero no seguí su consejo. Pasó todo lo contrario. Estuve más en contacto con ellos que nunca, pues era el único que tenía todos los apuntes y tareas en orden. Aunque eso no me afectaba en lo absoluto, al final de cuentas, siempre les pasaba todo. Si bien no me alegré al verlos de regreso, me sentí más tranquilo porque así todo volvería a la normalidad y ya no estaría solo.

—Al principio me enojé porque no te suspendieron como a nosotros —me dijo Lucas. Estábamos en la parte trasera de la escuela—. Pero después Mateo me hizo ver que después de todo, había sido bueno que a ti no te pusieran reporte porque si no, ¿quién nos iba a pasar las tareas y todo eso? —Suspiró y tiró la colilla con la que había terminado.

—Ya, Lucas. Cálmate, ya pasó. —Mateo le dio golpecitos en la espalda. Pero su amigo, reaccionó mal. Estaba de mal humor.

—¿Como que ya pasó? ¿Sabes en el problema que me metí en mi casa? Mis papás me castigaron y amenazaron con cambiarme a otra escuela. ¡Me dejaron sin mesada! Y luego les contaron a mis tíos y a mis abuelos lo que había hecho y me tuve que tragar sus malditos sermones. Me prohibieron salir hasta que no se den cuenta que mejoré mis calificaciones porque por esa vieja chismosa de la maestra, esa, la tal Ángela, la tutora les habló a mis papás sobre cómo va mi rendimiento académico. Y por si fuera poco —Lucas estaba que echaba chispas. Hizo presión en la botella vacía de plástico que tenía en la mano y luego la aventó—, ya no pude mandarle más mensajes a Susana, pero porque me bloqueó de todos lados, no sin antes decirme que le parecía un idiota y perdedor y que no se me ocurriera volver a hablarle, que porque solo doy pena ajena y asco. Aunque viéndolo bien, no era la gran cosa. Solo es una perra creída más, igual que el estúpido de su hermano. Pero esto no se va a quedar así, ese Caín me las va a pagar. Solo esperen a que lo vea y ya verán.

Caín y Abel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora