Capítulo 14

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—Caín, estás más callado de lo normal —me dijo mi madre al llegar a la sala. Me encontraba viendo televisión, un programa aburrido que había salido hace poco y que me había resignado a ver porque no había mejores opciones. La miré, quizá de muy mala manera, porque si pensaba acercarse a mí, ya no lo hizo. Últimamente todo me irritaba, hasta la mosca que pasaba.

Todavía no lograba asimilar la dimensión de todo. Y por más que intentaba centrarme en lo que me gustaba, no conseguía despejar la mente. Busqué el control y empecé a pasar a prisa los canales, tanto que no me percaté que fui presionando el botón cada vez con más fuerza hasta que Susana se acercó a quitármelo.

—Óyeme, lo vas a descomponer.

Susana, al apropiarse de él, optó por poner una película. Y ya que iba a estar ahora ella en la sala, no vi sentido quedarme y fui a encerrarme a mi cuarto.

Me tiré a la cama boca abajo y cerré los ojos y, sin querer, las lágrimas brotaron. Apreté más los labios para evitar que los sollozos se escucharan e hice presión en la almohada que empezaba a humedecerse, mientras sentía los hombros sacudirse a consecuencia de mi dolor. Pasó un rato hasta que dejé de llorar y me di la vuelta, de modo que quedé con la vista al techo. Pasé las mangas de mi sudadera por mi cara a fin de quitar aquello que no me dejaba ver y respirar bien. Luego, me centré en respirar con más calma, con las manos sobre el estómago.

Todo esto me tenía herido. Y me dolía más estar descargando mi rabia en él que nada de culpa tenía. En él, a quien hasta ese instante de mi vida consideraba el mejor amigo que había podido tener. En sus ojos, en su voz y en su actuar, era capaz de leer la misma desesperación e incertidumbre que ahora mismo me estaba carcomiendo.

Por si fuera poco, mi percepción de Evelina y ese señor también había cambiado. Poco me importaba que la estuvieran pasando mal. Es más, por primera vez, deseé con todas mis fuerzas que les fuera peor y de todas las maneras posibles. Creí que ahora estaban recibiendo lo que se merecían: él, por dejarnos y ella, por ser así con Abel. Si la vida decía ser justa, entonces esperaba que les hiciera pagar caro.

Después de todo, debía hacerle caso a mi madre y estar de su lado. Lo hacía por mi bien.

***

Caminaba a prisa por el pasillo. La siguiente clase estaba a nada de empezar, así que me vi en la necesidad de correr un poco para ir a la escalera que me llevaría al tercer piso. Llegué pues, al siguiente pasillo cuando verlo a la distancia, era el último de mis planes.

Abel estaba rodeado de algunos de sus compañeros de clase, escuchando muy atento a lo que ellos decían. Parecían mantener una plática animada porque de tanto en tanto, soltaban risas al tiempo que a él le daban palmaditas en la espalda, como animándolo no sé qué cosa. Si bien Abel y yo pasábamos mucho tiempo juntos, a comparación mía, él se esforzaba por caerle bien a todo mundo. Por eso, desde que entramos a la secundaria, hizo por ganarse la estima de sus profesores y compañeros de clase.

Abel estaba sonriendo y no evité pensar que su actitud amigable no era más que una farsa. No importaba cuán cómodo aparentaba estar porque nadie más que yo, sabía lo roto que estaba por dentro.

Pasar junto a ellos era mi único camino, así que no me quedó de otra más que pasar de largo. Aun así, a mis espaldas, pude sentir una mirada. Su mirada.

***

—Oye Caín, ¿de verdad Abel está tan ocupado? —me preguntó Susana, quitándose un audífono. Los dos estábamos esperando el transporte de regreso a casa.

—Eh, sí… Eso es lo que me ha dicho, ¿por qué? —intenté parecer lo más normal posible.

—Bueno es que, se me hace rarísimo. En fin, espero que termine pronto con sus cosas. —Encogió los hombros y volvió a centrarse en su música.

Caín y Abel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora