18:15

485 36 1
                                    

–Manu, no esperaba que aún estuvieras aquí.

La voz de Chiara sonó cansada y exhausta, estaba realmente agotada a aquellas horas de la tarde, pero a la vez había un deje de alivio en sus palabras, de por fin haber llegado y de ver aquel hombre sonriéndole con cariño. El edificio en el que vivía Violeta Hódar, en el centro de Madrid, era uno de los más lujosos de la capital contando con aquel personal privado vestido con traje y corbata.

Con dificultad y bastante empapada por la lluvia, la menorquina dio el primer paso en el interior de aquel portal, o recibidor, de tonos blancos y negros:

–En veinte minutos acaba mi turno, señorita Oliver–respondió el portero.

El hombre rápidamente llegó junto a ella, quitándole todas las bolsas posibles de las manos, para ofrecerle ayuda mientras que con su pie acababa de sostener la puerta con cuidado. Chiara había tenido que llevar en una mano cinco bolsas, llenísimas, mientras que la otra aún sostenía la funda del vestido de Ismael Espejo desde el coche hasta el umbral del edificio.

Así que había hecho aquel trayecto sin paraguas.

Por suerte ya no llueve tan fuerte, pero el frío que hace...

–Manu, me llamo Chiara–soltó con un ligero temblor en el cuerpo por culpa de las bajas temperaturas–, ya lo sabes.

¿Cuándo se cansaría de llamarla por su apellido?

–Lo sé, señorita Oliver–Manu sonrió con dulzura; era un hombre de unos cuarenta años con el pelo canoso, acento catalán y rostro afable. Y a Chiara le caía muy bien–. Déjeme que le ayudo a subirlo a...

–No, no–se negó rotundamente, sin dejar de caminar por aquel portal, dejando un pequeño rastro de agua tras ella–. Déjalo en el ascensor y yo me encargo.

–Pero...

–En veinte minutos acaba tu turno, Manu. No te pienso entretener más.

Y menos en Navidad.

–Pero...

–Eso te pasa por no llamarme Chiara.

Y sin más, se subió al ascensor con todas aquellas bolsas en el suelo y la funda del vestido sostenida con su mano contra el hombro. Una vez pulsó el botón del último piso y se cerraron las puertas, Chiara respiró. Eran las 18:15 de la tarde, si conseguía acabar con los últimos detalles en veinte minutos quizás -muy quizás- llegaría justo antes de que empezaran a preparar la cena de Nochebuena en la casa rural.

Chiara volvió a tener dificultades para abrir la puerta del ático de Violeta con sus propias llaves que tenía de la vivienda; con el bolso en el hombro, el vestido en la funda y todas aquellas bolsas que a cada segundo que pasaba entre sus dedos parecían pesar más... Finalmente, con algo de desesperación pateó la puerta de entrada encontrándose con aquel mármol de vetas doradas y negras en el recibidor.

Ostentoso cuanto menos.

Lo primero que notó fue el calor que irradiaba en el interior, haciendo que en cuestión de un segundo a Chiara le sobrara la chaqueta gris, la bufanda, incluso su sudadera blanca favorita que llevaba debajo de todo aquello. Respiró algo cansada tras estar casi todo el día haciendo recados, pero por fin estaba viendo la luz al final del túnel. Lo segundo que notó fue que al dar los primeros pasos en el interior del ático, tras cerrar la puerta principal, escuchó la música de jazz de fondo que inundaba toda la estancia.

Aquello solo podía significar una cosa: su jefa estaba en casa.

Después de aquel recibidor, todo aquel mármol negro guiaba hasta llegar a un gran salón con unos grandes ventanales con vistas a la ciudad; todo era amplio, techos altos y con una gran araña colgada en el centro de todo. Tonos oscuros, pero muy luminosos, incluso sin la luz exterior. Era todo frío, pero a la vez, la chimenea eléctrica daba calidez al salón. La cocina, también de tonos oscuros y de madera, era de estilo abierto y se conectaba con aquel salón, por la parte derecha, por una mesa para doce comensales que nunca había sido utilizada.

All I Want For Christmas Is YouDonde viven las historias. Descúbrelo ahora