18:45

383 36 2
                                    

Sus zapatos se deslizaron por la superficie del parqué de roble claro hasta llegar a la mesa de doce comensales, junto con sus respectivas doce butacas de tela; con velocidad, Chiara se bajó las mangas de la sudadera blanca, la misma que llevaba aquella estrella en el pecho, y corrió para ponerse el abrigo, para después la bufanda, de mala manera sobre el cuello.

Tarareó de forma subconsciente la misma canción a la que su mente llevaba los últimos minutos dándole vueltas, mientras que se movía con nerviosismo por el ático. Fue en aquel momento en el que su voz, resonando entre aquellas paredes, hizo que Chiara se diera cuenta de que la música de jazz, la del tocadiscos de Violeta, había cesado y que todo estaba en completo silencio.

Qué triste.

Para la menorquina aquel ático era todo lujo, todo moderno y equivalente a todo el dinero que tenía la actriz, pero le faltaba algo... le faltaba alma. Le faltaba ser hogar; le faltaba algo que llenase aquel silencio constante. Chiara se mordió el labio inferior, volviendo a notar que Violeta ni siquiera había puesto ningún tipo de decoración navideña. Nada; ni un pequeño árbol, ni luces, ni alguna estrella fugaz, ni calcetines para Papa Noel; ni en los muebles, ni en las ventanas, ni muérdagos en las puertas.

¿Por qué no ha puesto nada?

Y la pregunta en su mente curiosa le vino con duda, pero con la misma tristeza por aquel silencio y soledad que parecía acompañar a su jefa. Después de volver a mirar por toda la estancia, se encontró a Violeta con el móvil entre sus manos en el sofá blanco, concentrada en algo, ausente para ella.

Como siempre, no sé porqué me sorprende que no haya decorado, si ni siquiera es de este mundo...

–Me voy, Violeta–dijo en voz alta, más de lo necesario para que la escuchara bien–. Te he dejado todo apuntado.

–Si, si, si...–hizo un gesto de despedida con la mano–. Hasta mañana, Chiara.

La morena de ojos verdes detuvo todo movimiento, estaba en aquellos momentos agarrando el bolso para por fin salir de allí cuando procesó aquellas mismas palabras de despedida.

–No, mañana es...–soltó un suspiro y todo su cuerpo se tensó–. Hoy es Nochebuena, y mañana es Navidad. Y tengo unos días libres después, ¿lo recuerdas?

–Oh–Violeta hizo un gesto con el rostro, bastante claro y bastante en desacuerdo, pero Chiara pudo ver cómo la información estaba siendo recordada en aquella cabeza–. Es cierto.

Chiara se centró durante unos segundos en aquellos ojos oscuros que tenía delante, en aquella mirada penetrante que parecía ser capaz de ver, de traspasar, a través de ella. Violeta la miraba pocas veces, pero cuando lo hacía... cómo lo hacía. Aquella mirada felina hacía que las piernas le temblaran y en la mente de la menorquina muchas veces no podía entender su propio cuerpo reaccionando.

En una bocanada de aire, Chiara se hartó de esperar algo más por parte de la actriz y finalmente dijo:

–Felices fiestas, Violeta.

–Mmh–sus labios formaron una línea, volviendo a bajar la vista a su IPhone–. Nos vemos el lunes sin falta a las 9.

But...?

El lunes sería el 27 de diciembre.

Chiara levantó los brazos con exasperación, pero lamentablemente Violeta no llegó a verla.

No pensaba recordarle una vez más que se había agendado aquellos días como vacaciones para pasarlos con su familia en la casa rural. Le daba igual, ella no iba a volver a Madrid hasta el 2 de enero, si o si.

Así que finalmente, se aferró al bolso y giró sobre sus pies, caminando hacia la puerta principal.

It's beginning to look a lot like Christmas...–volvió a tararear la canción que tenía metida en la cabeza, aquella vez en voz alta–. Soon the bells will start and the thing that'll make 'em ring is the carol that you sing.

Sin embargo, una vez se aferró al pomo para abrirlo y salir del ático de Violeta Hódar se acordó de algo que llevaba con ella, en aquel bolso colgado en su hombro; un pequeño regalo que había comprado para su jefa. Durante unos segundos Chiara pensó en qué hacer, después de todo no sentía que a la pelirroja le fuese a importar aquel pequeño detalle..., posiblemente ni lo vería. Pero, por otro lado, había perdido los últimos quince minutos de su tarde -el último recado en su lista- para comprar aquel regalo.

En un arrebato de confianza, abrió el bolso y rápidamente dejó el pequeño paquete cuadrado encima del recibidor de la entrada, esperando que en algún momento de los siguientes días, Violeta lo viera.

Después de todo, era Navidad y los milagros también ocurrían.

Y con aquel pensamiento salió de allí sin intenciones de volver hasta el año siguiente...

Por primera vez en aquella última hora, Chiara fue consciente del tiempo en Madrid; lo peor sin duda era el frío, que calaba hasta los huesos, pero la constante lluvia se había transformado... ¿En granizo? ¿O era nieve...? Desde la puerta del portal del edificio, sin su querido Manu cerca, vio la calle desierta y la carretera sin ningún coche circulando. Aquello tenía que ser alguna clase de mala señal, pero la menorquina simplemente cerró su chaqueta y la ajustó en el cuello, dispuesta a salir escopetada hacia su Fiat. Eran solo unos metros, conseguiría llegar hasta él y luego solo serían cincuenta minutos conduciendo hasta Valdilecha... ¡y con la calefacción puesta!

No podía ser tan difícil, si ya tenía la maleta y todo lo necesario para pasar aquellos días en la casa rural en el maletero del coche.

Y dicho y hecho, al menos la primera parte de aquel plan, Chiara bufó cerrando la puerta del Fiat y arrancó el motor para conectar la calefacción una vez más y que el parabrisas se desempañase. Mientras tanto, y para hacer tiempo, la joven de ojos verdes sacó el teléfono de su bolsillo trasero para dejarlo en la guantera, cuando este vibró en su mano mostrando en la pantalla de bloqueo 10 intentos de llamadas perdidas, entre sus padres, Álex, Nerea, Ruslana y Lauren.

–¿Qué...?

Sin embargo, no le dio mucho tiempo a reaccionar.

Dos golpes en la ventanilla del coche la hicieron saltar sobre el asiento del piloto y, a pesar de que el coche seguía algo entelado, pudo ver que se trataba de un policía local, incitando a que bajara la ventanilla:

–Señora, no se puede circular–le ordenó el agente, para después señalar hacia el edificio de Violeta–. Tiene que volver a su domicilio.

–Pero ese no...

Ella no vivía ahí, ¿por qué pensaba que ella vivía ahí?

¿Por qué tenía que volver?

No, no, no. What is happening...?

Y de repente todo su plan empezó a quebrarse delante de sus ojos.

–Señora, por favor, están saltando las alertas de aviso por culpa del temporal; la comunidad de Madrid acaba de dar la orden de no salir de la vivienda al menos en las siguientes horas, al menos si no es una emergencia, podría ser muy peligroso circular en estas condiciones y mucho más sin cadenas en las ruedas–explicó con paciencia, pero insistiendo a que Chiara se bajara del coche de una vez–. Está empezando a nevar y se dice que en las siguientes diez horas va a ser fuerte, es mejor que se refugie ya en su domicilio. Va a ser una larga noche para todos...

De nuevo, su teléfono móvil empezó a sonar y a vibrar de forma insistente, dándole la razón aquel agente. Justo en aquellos momentos le llegó la alerta de protección civil.

–Pero... tengo que llegar a Valdilecha. Allí está toda mi familia...–suplicó finalmente–, por favor.

No podía ser verdad.

–Eso ahora será imposible, se están cortando ya las carreteras. Vuelva a su domicilio de inmediato.

Y aquello fue la orden final.

Desde el Fiat 500 Chiara miró hacia arriba, hacia aquel alto edificio, centrando su mirada en el último piso de todos. El mismo ático en el que acababa de estar junto a Violeta.

Fuck, shit, mierda.

All I Want For Christmas Is YouDonde viven las historias. Descúbrelo ahora