Capítulo №13

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Me pensaban los párpados por el cansancio, llevaba casi 48 horas sin dormir y comenzaba a sentirme fatal. Caminaba a paso firme entre los soldados, veía la desesperación en sus rostros, el miedo de no volver a casa con sus familias y eso me hacía pensar en Helena.

Desde que se fue a la parcela amarilla mi vida se volvió simple otra vez, no tenía que estar pendiente de ella, no tenía disgustos ni discusiones, éramos yo y mis problemas, pero cuando entraba a casa y no veía al remolino naranja dando vueltas me sentía incompleto. No me atrevía a admitir que la echaba de menos, que daba lo que no fuera porque en medio de la noche se meta en mi cama y enrolle sus piernas entre las mías.

Sí, estaba mal, más que mal, era un pecado, un delito, una falta a la moral, y sobre todo, era un abuso de mi parte. Helena era una niña, y era mi hermana, cada vez que la veía tenía una lucha interna entre mi lado de hermano y mi lado de hombre, aunque el último siempre prevalecía. No podía evitarlo, era una mujer hermosa, única en su raza, con curiosidad y vitalidad saliendo por sus poros.

No me opuse a que se fuera unas semanas lejos antes de entrar a la Milicia, puesto que aquí las cosas entre nosotros iban a pasarse de los límites que jamás pudimos establecer. «10 años le llevas» me repetía, «¿Quieres terminar en la horca?». No me encontraba con mis cinco sentidos activos, necesitaba dormir y dejar de maquinar.

—¿Hay alguna novedad? —consulté por el radio.

Helena no lo sabía pero en su casa había cámaras de seguridad, micrófonos y agentes nativos que siempre verificaban que estuviera bien. Sabía que ahí se encontraba a salvo ya que pasó toda su vida en ese lugar, pero nunca dejaba de medir el peligro y las amenazas. No sabíamos exactamente qué era o qué podía hacer, y aunque el magistrado, la corona y el estado querían tenerla a su favor, yo no descartaba que pudiesen querer deshacerse de ella. Sí, el miedo que Helen tenía era real, era posible, pero no podía afirmarlo y hacerla tener miedo. Me era imposible mantenerla lejos de los problemas y estas vacaciones me cayeron como anillo al dedo.

—Nada nuevo, señor. La señorita Laimena sigue robando fertilizante y llevándolo a su casa.

Sonreí y me sujeté el entrecejo.

—Si el comisario lo descubre por favor arregla con él, yo lo pagaré.

—Sí, señor.

Desde que había llegado lo único que hacía era delinquir, robaba lácteos, animales, verduras, fertilizante, hacía lo que se le daba la gana abusando del poder que creía que tenía. Impunidad más bien. La tarjeta con irinas que le entregué para vivir todo este tiempo ni siquiera la usó, robaba por mero placer, pero no podía enojarme, y aunque muchas veces sus actitudes me causan gracia, intento que no lo note. Fingir seriedad es lo que la mantiene a raya.

—Capitán, el General lo busca —avisó un soldado y caminé hasta el puesto donde se encontraban los jefes.

El ambiente estaba tenso, más de lo normal, los salvajes habían intentado más veces en entrar al perímetro y casi no podíamos ingresar a ninguna parcela roja. Nuestro interés estaba ahí puesto que eran las parcelas más fértiles y menos radioactivas. En los murmullos de pasillo se decía que este extraño comportamiento estaba algo relacionado con Helena, pero ¿cómo supieron de ella y cuál era su interés? Eran incógnitas que no tenían respuesta.

—Señor, ¿me buscaba? —me anuncié ante el general de la parcela Verde. Era mi máxima autoridad aquí, ya que en cada parcela tenía su propio ejército. Tenía bastantes méritos que hacer para llegar a su puesto, pero sabía que iba a obtenerlo pronto.

—Capitán Laimen, tanto tiempo, ¿cómo ha estado? —preguntó con tranquilidad, pero no dejaba de ordenar las cosas de su escritorio.

—Bien, señor. Muy agradecido por su ayuda en mi Ascención.

ANION #1 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora