Capítulo №18

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Me dolía tanto el cuerpo por los golpes, que había dejado de luchar por mi vida. No sabía por qué no me habían matado aún pero tampoco iba a preguntar ya que no respondían con palabras. Cuando no pude caminar más porque las piernas no resistían me arrastraron en una manta por el bosque hasta que entramos a unos túneles, me perdí luego de unos minutos, pero ellos sabían el camino.

Era un enorme laberinto con direcciones imposibles de aprender. Perdí la cuenta del tiempo que anduvimos, pero fue mucho y ellos no se cansaron. No podía ponerme de pie y tampoco me dejaban moverme, así que nuevamente me hice encima como un animal. Tenía tanta bronca acumulada que el miedo se sentía pequeño, lloraba en silencio por la bronca y humillación, por no parar de ser capturada y llevada como un animal al matadero. Les temía, pero me reconfortaba saber que esto ya me lo habían hecho una vez y sobreviví.

Aunque quizá no contaba con la misma suerte ahora.

Sus ojos púrpura eran aterradores, tenían una mirada asesina que no necesitaba hablar. Usaban ropa en forma de harapos de color verde, negro o marrón y se camuflaban con el paisaje perfectamente, solo los veías si ellos querían. No podía creer que el cuento que mi abuela me contaba de que los Salvajes me robarían y llevarían al bosque para comerme se volvía realidad.

—El emperador la esperaba —le dijo uno de mis captores a otro salvaje que se encontraba en la entrada de un túnel, tenía un machete en la mano y me miraba como si fuese un plato de pollo.

—Pasen —ordenó.

Tenían voces gruesas, rudas, pero hablaban como una persona normal, no como me los imaginaba. Comencé a tiritar de miedo cuando el túnel desembocó en un claro, era de noche y muchas antorchas brillaban iluminando hasta la copa del árbol más alto. A mi alrededor había salvajes hasta donde pudiera ver, mi curiosidad no me permitía cerrar los ojos, tenía tanto miedo que me hacía pis encima, pero no podía dejar de ver... Quería ser testigo de esto aunque estuviese perdiendo los últimos momentos de mi vida sin encomendarme a Dios.

—Fue un largo camino, emperador —dijo el que me arrastraba.

Me giraron y por fin quedé de frente a lo que llamaban el emperador. No lograba ver más que una silla y una sombra frente al fuego. Era una enorme pira plana, como si fuesen a cocinar algo, quizá a mí.

—¿Qué tenemos aquí? —preguntó el emperador y se puso de pie para rodear el fuego. Todos hacían silencio, estaban expectantes, solo se oía el crujir del fuego y mi respiración angustiante.

Cuando vi el color de sus ojos me asusté a tal punto que me corrí hacia atrás aunque las piernas me ardieran por las heridas. Si había algo a lo que le tenía miedo además de los salvajes, era a los mitos y leyendas. No podía creer lo que tenía ante mí, ¿así se sentiría la gente cuando me veía?

No estaban extintos, era mentira, el emperador era un Rojo. Su iris era color sangre, tenía el cabello castaño, lacio y largo por las orejas, ojos grandes, nariz afilada y labios finos. Era tan pálido como yo y en su torso tenía muchas cicatrices. Se acercó caminando y se puso de cuclillas ante mí, quiso tocarme el mentón pero corrí la cara con miedo.

—¿Qué eres? —consultó.

—¡¿Qué eres tú?! —grité y sonrió sin mostrar los dientes.

—Soy lo que soy, primero en este mundo, ellos... —señaló a los presentes—, algunos rojos, otros opalaches, y muchos morados, aunque ustedes los conocen como salvajes.

—¡Sí lo son! —me quejé—, se comieron vivo a mi padre y ¡mira lo que me han hecho! —reclamé—, ¡No puedo caminar del dolor! ¡¿Por qué herirme así?!

ANION #1 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora