Roseanne Park, una Alfa dominante apodada como LA REINA por el público que la ovaciona o Rosé por su staff (Team Black), es una leyenda invicta del campeonato MMA (Artes Marciales Mixtas). Es un tirana en el ring y también es conocida como la mujer...
Con los primeros rayos del alba acariciando suavemente el ventanal, la tenue luz matutina invadía la habitación con un brillo dorado que danzaba sobre las paredes y el mobiliario. El silencio era quebrado únicamente por el acompasado canto de los pájaros que, tímidos, anunciaban un nuevo día. En medio de aquella serenidad, Rosé fue la primera en abrir los ojos. Parpadeó varias veces, intentando disipar la fatiga que aún se aferraba a su cuerpo.
Un peso cálido y familiar la envolvía, uno que, al girar ligeramente hacia su costado, se reveló en toda su magnitud. Jennie. Allí estaba ella, descansando plácidamente, con los mechones de su cabello castaño cayendo despreocupados sobre el colchón y su piel desnuda brillando bajo la tenue luz. Apenas la delgada sábana de seda que compartían cubría su cuerpo, abrazándola con descuido, dejando al descubierto parte de su hombro, pecho y espalda. Su expresión era tan serena, tan llena de una paz.
Rosé permaneció inmóvil por un momento, observándola. Su respiración era profunda y regular, el leve movimiento de su pecho subiía y bajaba en un ritmo hipnótico. Rosé sintió cómo su mente, aún nublada por el sueño, comenzaba a ser invadida por una confusión persistente. Una punzada de incertidumbre se alojó en su pecho mientras intentaba atar cabos sueltos, buscar respuestas que parecían esquivas. ¿Cómo habían terminado así?
Llevó una mano a su sien y presionó suavemente, intentando forzar a su memoria a cooperar. Fragmentos desordenados comenzaron a surgir, como piezas de un rompecabezas incompleto: un roce de manos, labios entrelazándose con desesperación, sonoros gemidos, piel contra piel... Y entonces, un vacío absoluto.
La frustración hizo que Rosé suspirara pesadamente. La sensación la hizo estremecer. Mientras escaneaba el suelo en busca de su ropa interior, murmuró para sí misma con su voz cargada de una mezcla de incredulidad y reproche:
¿Qué mierda sucedió anoche...?
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Rosé se llevó una mano al cabello, despeinándolo aún más, y dejó escapar un gruñido bajo.
Finalmente, localizó su ropa interior junto a la esquina de la cama y, con movimientos torpes y apurados, comenzó a ponérsela. Mientras lo hacía, sus pensamientos seguían martillando su mente.
—Por eso nunca debo beber... —musitó en un tono más bajo, como si estuviera reprendiendo a la persona que veía en el reflejo borroso del espejo al otro lado de la habitación.
Con su bata puesta, Rosé avanzó lentamente hacia la cocina. Cada paso que daba resonaba como si estuviera pisando cristales rotos, una sensación de pesadez que se intensificaba con cada movimiento. La resaca la golpeaba sin piedad, un tambor constante que martillaba su cabeza y nublaba su visión. Sus ojos estaban medio cerrados, y una mano descansaba constantemente en su sien, tratando de aliviar, aunque fuera un poco, las punzantes jaquecas que no la dejaban en paz.