El zumbido de mi teléfono me despertó. La tenue luz de la pantalla iluminaba mi habitación, pero ignoré el mensaje. Me sentía exhausta, tanto física como emocionalmente, después de todo lo ocurrido en el hospital con Daphne y Patrick. A pesar de que me había prometido mantenerme fuerte por él, las sombras del miedo y la tristeza no me dejaban en paz.
El día anterior había sido un torbellino de emociones. Ver a Daphne en ese estado me había revuelto el estómago. Había algo aterrador en la fragilidad de la vida, algo que no podía ignorar. Y luego estaba Patrick... su colapso, su dolor, su culpa. Nunca lo había visto tan roto, y la forma en que se aferraba a mi mano antes de que lo sedaran aún quemaba en mi piel.
Cuando llegué a casa, pensé que podría dormir, que el cansancio me aplastaría, pero me equivoqué. Los pensamientos me atacaron sin piedad, haciéndome revivir cada segundo en el hospital. Finalmente, el sueño llegó, pero no fue reparador.
Un ruido en el piso de abajo me sacó de mis pensamientos. Al principio, pensé que estaba soñando, pero luego escuché pasos. Me incorporé lentamente y me dirigí al pasillo, asomándome con cautela.
Era Athan. Su figura alta y despreocupada se movía por la cocina. Lo observé en silencio mientras preparaba un tazón de cereal. Algo en su actitud despreocupada me resultaba irritante y tranquilizador al mismo tiempo. Decidí bajar.
—¿Qué haces despierto tan temprano? —pregunté al entrar a la cocina, mi voz ronca por el sueño.
Athan levantó la vista y me sonrió, como si todo fuera normal.
—No podía dormir. ¿Quieres cereal? —me ofreció, alzando el tazón.
—Paso. —Me dejé caer en el sofá del salón, abrazando un cojín.
Él me siguió, sentándose a mi lado, el tazón en equilibrio en su mano. Por un momento, ninguno de los dos habló. La quietud de la casa se sentía como un bálsamo después de la agitación del día anterior.
—¿Has dormido algo? —preguntó, rompiendo el silencio.
Negué con la cabeza.
—No mucho.
Él asintió, su mirada fija en mí. Había algo en su expresión, una mezcla de curiosidad y preocupación que me incomodaba.
—Te ves horrible. —Su tono era ligero, casi burlón.
—Gracias. Siempre tan caballero. —Le lancé el cojín que tenía en las manos, y él rió.
Esa risa. Había algo en ella que me hacía sentir... diferente.
El timbre sonó de repente, interrumpiendo el momento. Athan se levantó para abrir la puerta, y lo que sucedió después me dejó en un estado de incomodidad creciente.
Entraron cuatro personas, todos hablando y riendo como si estuvieran en una reunión social, no en una casa donde alguien había dormido pocas horas después de un día infernal. Reconocí a una de las chicas al instante: Irene. Era imposible no hacerlo. Su presencia lo llenaba todo con esa actitud que mezclaba arrogancia y encanto.
Athan hizo las presentaciones, pero mi mente estaba ocupada procesando las miradas que Irene me lanzaba. Era evidente que no estaba feliz de verme allí.
—¿Y tú quién eres? —preguntó Irene, con un tono que intentaba sonar casual, pero que solo transmitía desdén.
Sonreí de forma forzada.
—Soy Kiara, la vecina. —Intenté sonar tranquila, pero podía sentir su hostilidad como una daga.
—¿Vecina? ¿Y qué haces aquí? —Continuó, con una ceja alzada.
Antes de que pudiera responder, Athan intervino.
—Está aquí porque su mamá está de viaje y no se sentía bien.
La forma en que lo dijo, como si fuera la cosa más natural del mundo, me hizo sentir expuesta. Irene, sin embargo, no parecía satisfecha con la explicación.
—¿No tienes tu propia casa? —preguntó, con una sonrisa falsa que no alcanzaba sus ojos.
No sé qué me pasó en ese momento, pero decidí no dejarme pisotear.
—La tengo, pero parece que la tuya no tiene suficiente espacio para tu actitud, ¿verdad? —respondí, con una sonrisa que igualaba la suya.
El salón quedó en silencio. Irene me miró como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar. Athan soltó una risa nerviosa, mientras los demás intentaban no mirar demasiado fijamente.
—Tú... —comenzó Irene, dando un paso hacia mí, pero Athan se interpuso.
—¡Irene, basta! —dijo, con una firmeza que no le había escuchado antes.
Ella lo miró, sorprendida, pero no dijo nada. Finalmente, dejó escapar un bufido y se alejó, murmurando algo entre dientes.
No me quedé mucho tiempo después de eso. Necesitaba aire. Salí al jardín, dejando atrás el caos.
Athan me siguió, cerrando la puerta detrás de él.
—Kiara, lo siento. No debí dejar que eso pasara.
Lo miré, tratando de encontrar algo en su rostro que explicara por qué me sentía tan afectada.
—No importa, Athan. Estoy acostumbrada.
—No deberías estarlo.
Sus palabras me sorprendieron. Había algo en su tono, en la forma en que me miraba, que me hizo sentir expuesta de nuevo, pero esta vez de una manera diferente.
—No soy como ustedes, Athan —dije, desviando la mirada—. Soy solo una chica normal, no alguien con una vida perfecta o amigos perfectos.
—¿Perfectos? —rió, con amargura—. Kiara, nada en mi vida es perfecto.
—Claro que lo es. Mírate. Tienes todo lo que cualquiera querría.
—Excepto lo que realmente importa.
Sus palabras me golpearon como una ráfaga de viento helado. Antes de que pudiera responder, Athan hizo algo que no esperaba.
Tomó mi rostro entre sus manos y, sin previo aviso, estampó sus labios contra los míos. Fue un beso desesperado, lleno de emociones que no entendía del todo, pero que sentí profundamente.
Por un instante, el mundo dejó de existir. No había hospital, ni Irene, ni problemas. Solo estábamos él y yo, perdidos en un momento que lo cambió todo.
Cuando finalmente nos separamos, Athan me miró a los ojos, como si buscara una respuesta. Pero yo no tenía ninguna.
—Kiara...
Negué con la cabeza, retrocediendo un paso.
—No puedo hacer esto, Athan. No así.
Y con eso, me di la vuelta y corrí.
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Rosas y espinas
Science FictionUna ciudad tranquila, sin mayor riesgo, involucra actividades ideológicas que convierte el pueblo en caos, ¿pero en qué aspecto? Kiara Blank es una chica alemana que descubre quién asesinó a su hermano, ¿podría Kiara descubrir quién es? Todos pensab...