Prólogo

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  Diecisiete meses antes...

  Mira el cielo teñido de azul desde su más reciente diván: el césped perfectamente podado. No hay una sola nube. Tampoco ningún avión o cometa que irrumpa con el paisaje abstracto que está observando con placer. Excepto por el sol. Sabe que está muy arriba de ella y lo siente en las cejas, las pestañas y los ojos. También siente la brisa fresca que recorre la ciudad a esa hora y las pequeñas oleadas de calor que irradia el sol.

  La llaman Lou, Lo, Lolita, L o simplemente Louise. Ama su nombre así como también ama los colores amarillo y dorado. ¿Acaso no son los colores de la alegría y la diversión? Sin ir más lejos, su cabello destella como el oro y su piel tiene ese brillo que las supermodelos sólo consiguen con un pulverizador mágico. Ella es el oro.

  Se encuentra detenida en una edad de cambios. Y, aunque aún está creciendo, muchos pueden decir que es una criatura inmaculada hace ya varios años. La manera en la que habla, como si cada palabra que sale de su boca proviniera de la última voz de la Tierra. Su manera de caminar, fresca y cálida a la vez. La manera en la que sonríe, envolviendo de encanto a cualquiera que tenga el placer de verla.

  Ella ni siquiera lo nota, pero no es cualquier persona en el mundo. Ha sido tan protegida durante catorce años que todos tienen miedo de romperla o, en el mejor de los casos, de ser destrozados por ella.

  Minutos más tarde, un senior del St. Nichols, su colegio, se acercará a hablarle. Sí, un senior hablando con una freshie que sólo lleva apenas siete meses en la secundaria. Pero, ¿cómo culparlo? Ella es un misterio.

—Hace exactamente un año estaba nevando—le murmurará él parándose a un metro de su delicado cuerpo. Sus intenciones serán claras: obtener la atención de la niña más hermosa que jamás conoció y, por qué no, saber un poco más sobre ella.

  Louise abrirá sus impactantes ojos verdes y, por el impacto del sol, se los cubrirá rápidamente con las manos. De momento, no reconocerá quién le habla.

—Nunca se sabe—le contestará ella con la más tranquila de las voces.

—Eres Louise, ¿verdad?

  Ella, al escuchar su nombre, se incorporará apoyándose en uno de sus codos y mirará al chico tratando de identificarlo. Obviamente lo reconocerá de los patios y pasillos de su colegio, pero no podrá recordar su nombre. Aunque deducirá que, al no reconocerlo de las camadas de sus dos hermanos —sophomore y junior—, se encuentra hablando con un senior. Bueno, al menos lo verá como alguien que está a punto de cumplir los dieciocho e irse al carajo.

  Ella asentirá con su delicada cabeza de ángel.

—Soy Max—dirá él con una sonrisa, seguido por el acto impulsivo de acercarse a semejante criatura. Tirará su mochila en el césped y se sentará a sólo un metro de Louise. Desde aquel afortunado lugar, olerá su perfume. Dulce como el algodón de azúcar.

  Estará sorprendido por lo poco que sabe de ella y lo mucho que desea saber. La vio reírse a carcajadas junto a sus amigas en los corredores; la vio leer unas estrofas del discurso de los freshies frente a todo el colegio, también la vio alguna vez llegar tarde a su entrenamiento de hockey y se quedó pasmado cuando la vio quitarse el uniforme mientras corría hacia el campus quedando en ropa deportiva.

  Ella no sabrá toda la información que él estará recordando y simplemente volverá a tirarse boca arriba sobre el césped para disfrutar de su cielo.

  Permanecerán así por varios minutos: él mirándola, contemplándola desde sus pies desnudos hasta el último cabello rubio despeinado, como si toda su vida hubiese estado al acecho de falsas imitaciones femeninas, híper maquilladas y mega perfumadas. Ella, muy ajena al mundo, respirando todos sus aires de juventud y reproduciendo en su mente cierta canción infinita... 

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