Louise ni siquiera miró al camarero. Se vació el trago en cuatro segundos contados, sacó la aceituna verde brillante y volvió a depositar la copa sobre la bandeja.
—Gracias—dijo.
Se veía como una modelo de Victoria’s Secret realizando los últimos fittings antes del gran show. Llevaba uno de sus pantalones de cuero favoritos —una prenda vintage que había heredado de su madre.; jamás usada por ella, por supuesto—, un tank top de un dorado muy parecido al de su largo y brillante cabello y unos Manolos negros con tiras. Había decidido llevar un pequeño y discreto clutch pero ningún sujetador. Decisiones, decisiones.
Caminó por el pasillo que conectaba la sala de estar con el comedor rozando las puertas cerradas. Detrás de una de ellas se escuchaban ruidos. Beber y bailar no era la única manera de divertirse en las fiestas de Will.
Aunque ella sí tenía ganas de bailar. Pero no sola; y para eso había ido con James.
El bonito cabello castaño claro de James se veía casi rubio debajo de la enorme lámpara egipcia que pendía sobre la mesa de pool. El rubio no era su color, pero no se veía mal. James no estaba ni cerca de verse mal.
Tenía largas pestañas oscuras que delineaban el gran par de ojos color verdes. Sus facciones parecían pintadas debajo de la luz penetrante. Las sombras que se extendían al sur de sus ojos parecían más profundas en aquel momento, cuando se disponía a acertar un tiro.
De fondo sonaba alguna banda de los suburbios británicos que Louise desconocía. No iba sorprenderse si descubría que se trataba de la música de Will. Su viejo y extraordinario amigo tenía un gusto musical bastante peculiar.
Sin embargo, detrás de la consola de música se ubicaba un chico un poco mayor a ellos, a quién Louise reconocía de otras fiestas. William no tenía precisamente una agenda pequeña. Y la presencia estelar de aquel muchacho —tal vez llamado Dylan o Daniel— suponía que el ritmo de la fiesta no estaba totalmente controlado por el anfitrión. No había dj’s presentes, por lo que Louise pudo constatar.
Desde la entrada a la sala vio como su más reciente compañero de limusina movía su palo de billar para mandar las bolas verde y violeta al mismo hoyo.
—Wuuuuuuuuuju—gritaron cuatro chicas, de las cuales resaltaba Ginny Ambrose por sus zapatos de veinte centímetros de tacón. Las cuatro se apoyaban en un lateral de la mesa de billar, entre James y su contrincante Ryan Palmer.
James exhibió su sonrisa ganadora, mejor conocida como la sonrisa de costado que se reservaba para todos los días de su vida. El pequeño Carter creía salirse con la suya las veinticuatro horas, los siete días de la semana.
—Querido Jamie...—Ryan era varios centímetros más bajo que su mejor amigo, mucho más robusto y macizo. Generalmente parecía un jugador de rugby y no de lacrosse—¿unas últimas palabras?
Y se dispuso a ganar la partida mientras Louise continuaba apoyada contra la pared más alejada al punto de acción. Había decidido esperar a que James terminara de jugar para luego…
Pero una chica de pelo negro azabache del grupo de Ginny se le adelantó; puso su mano en el bolsillo delantero del pantalón de Jamie y lo atrajo hacia ella.
El resto se convirtió en entretenimiento aburrido para Louise, que salió del cuarto antes que cualquiera de los dos diera el siguiente paso.

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SQUAD
Novela JuvenilWHAT GOES AROUND COMES AROUND #PGP2018 Muñecas rotas. Papeles en blanco y agendas rebozadas. Little black dresses. Vestidos de satén y terciopelo. Sandalias de Manolo e infinitos pares de zapatillas blancas. Sex on the beach, Green Apple Martini y...