Louise presionó el timbre y esperó.
—Buenas tardes, Daisy—saludó a la histórica ama de llaves de los Wallace cuando la puerta roja se abrió de par en par y la mujer la recibió con una sonrisa. Era la primera vez que la veía luego de las vacaciones. El pasado lunes sólo la había recibido uno de los guardias de la entrada y en la mañana del martes se había marchado demasiado temprano como para cruzarla. Daisy le agradaba mucho—¿Cómo estuvo tu verano?
Louise se levantó sus nuevos lentes de sol preferidos, a los cuáles llamaba "los sixties" blancos, e ingresó al vestíbulo.
—Ha sido un buen verano, señorita—la voz de Daisy era suave como el sonido de un arpa. A Juliette Wallace le molestaban los americanos con voces chillonas—¿Quiere algún refresco?
La muchacha rubia negó con la cabeza, justo cuando unos tacones se acercaron hacia el vestíbulo y una mujer rubia con un vestido celeste y anteojos con marco pronunciado apareció, curiosa. Parecía naturalmente seria y muy desconocida para los ojos de Louise.
—Oh... Hola—Louise trató de no escanearla. Charlie ya le había hablado de Chloe y sabía todo lo que suponía esa mujer en la organizada vida de su amiga. Con esa pose determinada, la espalda demasiado erguida y una mirada de gato aristocrático, no vio nada más que la posibilidad de dejarla fuera de lugar—¿Está la Señorita Charlene en casa?—Dio unos pasos, igualando la firmeza de la mujer, y le estrechó la mano—Soy Meredith de la Capilla de la Virgen María de Madison Avenue. He venido a ver a Charlene. No se ha confesado desde la navidad pasada. ¿Puede creerlo?
La mujer parpadeó, confundida, mientras Daisy reía por lo bajo. Estaba acostumbrada al humor peculiar de las niñas.
—Estoy bromeando—murmuró Louise, esbozando una sonrisa como tregua. Tampoco quería que la mujer que vigilaba a Charlie la detestara. Tenía algo de sentido, ¿verdad?—Soy Louise y la mademoiselle está esperándome.
Y sin decir nada más, se dirigió hacia las escaleras. Charlene la miraba desde arriba mientras se quitaba unas hebillas con pequeñísimas libélulas del cabello ondulado. Y sonriendo con picardía, por supuesto. Louise siempre sabía cómo hacer entradas memorables.
—¡Gracias a Dios has venido, Meredith!—exclamó la dueña de casa tratando de controlar la risa—Necesito confesar mis pecadoooooos. ¡Apúrese, Meredith!
Las carcajadas resonaron en toda la casa y Chloe volvió hacia la sala, cruzada de brazos y con cara de pocos amigos. Daisy, por el contrario, negaba con la cabeza, sin poder creer lo rebeldes que podían llegar a ser dos adolescentes tan pertenecientes a la moderla aristrocacia y, la vez, tan en contra de ella.
No oyeron nada más de Chloe gracias a los álbumes de Maroon 5 que ambas conservaban como oro. La voz de Adam Levine invadió la estancia Wallace hasta después del atardecer.
—VOILÀ!
Charlene se atragantó con la bebida.
Louise había salido del vestidor con un saltito repentino y una sonrisa de oreja a oreja, haciendo que la castaña no supiera si estaba o no bromeando. Se había puesto unas botas negras que le llegaban por debajo de la rodilla, una remera larga —con una inscripción de gatos rockeros— del mismo color y un sombrero oscuro. Era todo un show.
—Creo que debes prestarme una de tus chaquetas de cuero—señaló la rubia, desfilando hacia la cama en dónde Charlene reposaba—¿Todavía tienes la de flecos laaargos?

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SQUAD
Teen FictionWHAT GOES AROUND COMES AROUND #PGP2018 Muñecas rotas. Papeles en blanco y agendas rebozadas. Little black dresses. Vestidos de satén y terciopelo. Sandalias de Manolo e infinitos pares de zapatillas blancas. Sex on the beach, Green Apple Martini y...