High tide, mid afternoon
People fly by, in the traffics boom
Knowing, just where you are blowing
Getting to where you should be going
Don't let them get you down
Making you feel guilty about
Golden rain, will bring you riches
All the good things you deserve and now
Climbing, forever trying
Find your way out of the wild, wild wood
Now there's no justice
Only yourself that you can trust in.
Caminó con tranquilidad, como acostumbraba, hacia el cuarto de baño. Iba descalza, aunque sus pies no eran la única parte del cuerpo que no estaba cubierta. En realidad, en el último tiempo había tomado cierta postura frente a la ropa y no precisamente una postura de necesidad. Estaba sola, por lo que podía pasearse desnuda o con poca ropa cuantas veces quisiera. De todas formas, tampoco le importaba si la veían. Con sinceridad, le importaba muy poco.
Antes de meterse en la bañera, tomó un cigarrillo de la mesada que rodeaba el espejo y lo encendió entre sus labios. Creía que el humo podía llegar a ser lo único que aliviara el gran malestar con el cual había despertado aquella mañana. Fuerte dolor de cabeza, un poco de acidez y calor. Mucho calor.
Desde el famoso divorcio, ése había sido su panorama. Probablemente se trataba de los efectos secundarios de las píldoras que le había estado robando a su madre en las últimas semanas; la ayudaban a dormir en gran parte de las madrugadas o mañanas y la relajaban cuando la ansiedad la abrumaba, pero cuando despertaba, todo volvía a sentirse un desastre.
Abajo, en la sala principal, dónde Katherine recibía a sus amigas de temporada a la hora del té, todas las cortinas estaban cerradas, aunque la luz se filtraba por las ventanas de todos modos. El espacio se mostraba impecable: los sillones de tres cuerpos parecían de adorno con todos aquellos almohadones de colores, el suelo de madera negra relucía como vajilla y la gran lámpara victoriana caía impoluta. En la mesita de vidrio no había más que la Vanity Fair de septiembre y un par de cartas e invitaciones dirigidas hacia la flamante Srta. Dawson. Incluso a la mismísima Katherine, con sus cuarenta y cinco años tan bien llevados, le costaba adaptarse nuevamente a su apellido de soltera.
Aunque le durara poco.
El vestíbulo contaba con al menos diez bolsas que funcionaban como obstáculos entre la entrada y el resto de la casa. En su mayoría eran negras, con la inscripción Manolo Blahnik en ambos lados. Katherine era casi tan adicta a los zapatos como a las actuaciones.
De hecho, no se encontraba en la casa justamente porque, según su hija, llevaba a cabo el primer acto de la nueva vida que planeaba, pasando todo el fin de semana junto a su novio —arquitecto neoyorquino, veintiún años menor que ella— a la vista de todos en las aguas cristalinas de St. Barts. El mismo destino en dónde había vacacionado tantos años junto a su ex—marido.
Arriba, en el baño de su habitación, Emma D'Grinnianni —ella sí conservaba el apellido— se preguntaba si había heredado los dotes artísticos de su desahuciada madre, que recurría a las puestas en escena cada vez que su valiosa vida colectaba una manchita. Cosa que le sucedía con bastante frecuencia en el último tiempo.
Afuera todavía era verano. Y en su mente, todavía era junio.
El baño de azulejos blancos y negros resultaba impecable incluso en la parcial oscuridad —la puerta del baño estaba abierta y se colaba la luz de las ventanas de su cuarto—. También era demasiado grande para el gusto de Emma pero, sin dudas, el tamaño de aquel cuarto no figuraba entre sus pensamientos. Ella no era su madre.
Esa misma mañana, luego de otra noche en vela, había salido a comprarse un desayuno digno. En medio del caos, el cocinero había sido despedido y Emma se había quedado sin los tostados, los huevos y los jugos. Claro que contaba con las manos para prepararse el desayuno ella misma, pero no había nacido con el humor para hacerlo.
Así que recorrió sólo una cuadra hasta la cafetería DIM&co y aunque la salida duró apenas diez minutos, vio un par de cosas que hubiese preferido ignorar.
"Erin, la nueva conquista de Leo D'Grinnianni"
Había leído la portada de US Weekly con asco. En la foto que ocupaba casi todo el espacio, Leonardo D'Grinnianni, a quién no veía desde la última vez que había pisado su casa, abrazaba a la tal Erin por encima de los hombros y ella lo miraba con ojos de apenas-dejo-la-casa-de-mis-padres. Erin era modelo y sus logros más grandes hasta el momento eran nada más ni nada menos que algunas campañas de Forever 21. ¡Forever 21! Lo que significaba que por más de tener veinticuatro o veinticinco, lucía como una chica de veinte. Su cabello era de ese rubio platinado, famoso por lograrse con implantes de rusas, polacas y alemanas albinas. Era pálida y a simple vista no tenía ninguna gracia.
Y ésa no era la única revista que los ilustraba. People y OK! también retrataban todas y cada una de las más recientes salidas del político del momento y sin dudas (y en modo de respuesta), guardaban al menos dos páginas para las soleadas vacaciones en St. Barts de Kate y su hijo arquitecto.
Desde el divorcio —millonario, por supuesto— Katherine Dawson no había hecho otra cosa que socializar públicamente, tratando de disimular sus desgracias. La verdad era que le había dolido más por quién la había abandonado su marido, que el concreto divorcio. A la impecable Katherine la caracterizaba su belleza y su gran autoestima, lograda por su régimen de salud corporal. Iba a yoga, corría por el Central Park, hacía pilates por las tardes y se sometía a tratamientos naturales día por medio. Era una mujer activa y considerada un estandarte de la buena vida. Y el hecho de que Leonardo hubiera elegido a una mujer mucho más joven y fresca que ella, la había destrozado.
Emma se refugiaba en el baño de su habitación por dos cosas. La primera era porque su madre debía estar a punto de volver de sus vacaciones de diez días, con un bronceado espléndido, una energía brillante y un novio rebozante de juventud. Había tratado de evitarlos constantemente en el último mes, pero no siempre lo había logrado.
La otra razón era el colegio. No había forma de que Emma se hubiera olvidado de que el día anterior a ése las campanas del St. Nichols volvieron a sonar, el buffet volvió a servir sus sándwiches preferidos y sus cuatro mejores amigos se volvieron a sentarse en la fila de la ventana.
Principalmente porque la Sra. Minnfred se encargaba de hacer llegar los currículos a cada casa una semana antes del comienzo —Emma a veces se preguntaba si en todos los colegios del país sucedía lo mismo— y porque Katherine, "la madre del verano", había dejado el uniforme de colegio colgado en el closet de Emma.
También era consciente de que no había atendido el celular durante todo el verano, ni tampoco había respondido ningún mensaje de parte de nadie. De hecho, su celular había terminado roto en un cajón y no había tenido intención de arreglarlo.
Si podía evadir las cosas, lo hacía.
Porque sabía cómo funcionaba todo. Llegaría al magnánimo St. Nichols, dónde todos la estarían mirando por haber sido la víctima del divorcio del verano y por haber aparecido sólo una vez y en una portada de revista; dónde Charlene le haría un millón de preguntas respecto a ese tiempo, dónde Louise le pediría perdón por no haber pasado ni una sola vez por su desolada casa, dónde Josh la trataría aún con más misericordia y dónde Will... William, aunque no hiciera preguntas, siempre sabría un poco más.
No eran las razones más grandes para continuar desaparecida pero bastaban. Al menos para ella y para su consciencia.
Hundió el mentón, luego la boca y ahí se quedó, viendo como cada respiración suya hacía temblar la superficie del agua. Estaba tan quieta que no parecía haber ningún sonido en la casa. Sin embargo, había demasiado ruido en su cabeza y aunque quisiera no podía ponerla en blanco.
Había algo que la perseguía, la presionaba y la rodeaba. Y no eran las píldoras para dormir de su madre, ni lo que había dentro del bolsillo trasero del pantalón que estaba en el suelo de su habitación ni el uniforme que le gritaba que continuaba haciendo todo mal. Había algo...
¿Todavía había algo?, se preguntó.

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SQUAD
Novela JuvenilWHAT GOES AROUND COMES AROUND #PGP2018 Muñecas rotas. Papeles en blanco y agendas rebozadas. Little black dresses. Vestidos de satén y terciopelo. Sandalias de Manolo e infinitos pares de zapatillas blancas. Sex on the beach, Green Apple Martini y...