—Mierda, mierda, mierda.Charlene buscaba la pollera a tablas por todos lados. Debajo de su cama, arriba de los sillones, en los percheros de su vestidor, en las bolsas de las compras del día anterior.
Quería la gris y sólo tenía dos de ellas: una nueva y una vieja. Y por supuesto que quería la que usaba desde primer año. Era del largo perfecto, nunca parecía arrugarse y además no tenía los botones ordinarios del resto de sus polleras de colegio.
Ni siquiera pensaba en las azules. Las azules no iban con su estilo a menos que pensara algo especial para ellas. Acostumbraba a tomarse un tiempo cada noche antes de meterse en la cama para pensar cómo se vería la mañana siguiente. Si debía vestir un uniforme durante gran parte de cada día, al menos hacía que aquellos looks se vieran lo más parecido a ella posible. Le gustaban las blusas, las sedas y los colores pasteles. Los bordados, las medias blancas de La Perla y el charol.
Pero ahora no encontraba la pollera gris y estaba enloqueciendo.
Se ató el cabello en una cola alta y trató de calmarse mientras observaba cada rincón de su cuarto. La pollera gris debía estar junto a la blusa con cuello y moño y al parecer tampoco había rastro de ella. Se quitó la remera blanca en la que había dormido y se metió en su gran vestidor. Muy lejos de estar sentada en su pupitre, se decidió a elegir una de las malditas polleras azules. Se había quedado dormida y ya llevaba casi dos horas tarde.
Generalmente odiaba llegar tarde y mucho más faltar, pero ése miércoles justo después de la fiesta de Will, era mucho peor. Todos prestaban mucha atención a quiénes no se presentaban a clases luego de una salida de entre-semana. ¡Cómo si ella no hubiera soportado tanta fiesta y la resaca la estuviera matando!
Charlene Wallace no tenía resacas. Charlene Wallace no faltaba a clases.
Luego de la pollera azul a tablas, se pasó por la cabeza una camisa abotonada y separó unos zapatos negros que no había usado en los últimos meses. Sin mirarse al espejo corrió de vuelta a su escritorio y cargó sus cosas en una mochilita de cuero negro que colgaba de un maniquí.
Bajó las escaleras a toda velocidad y al cabo de dos minutos ya estaba en un taxi camino hacia la zona St. Nichols.
Quince minutos más tarde, entró al baño de mujeres del edificio principal y comenzó a pensar mientras se miraba al espejo. No recordaba qué la había despertado primero: si los mensajes en su celular o el ruido de una estúpida ave chocando contras los vidrios desnudos de su ventana. El tema es que había abierto los ojos en una habitación abrumada por la luz de la mañana y se había alegrado por haberse despertado incluso antes de que la alarma sonara. Satisfacción inmediatamente seguida por la desesperación de darse cuenta de que había olvidado configurar la alarma antes de dormir. Y entonces fue cuando el caos comenzó. Se sentó despabilada, buscó su teléfono entre las sábanas y comprobó que se había quedado dormida. Muy, muy dormida.
Si tenía suerte nadie notaría su aparición y así sólos sus amigos estarían al tanto de su llegada tarde. De no ser que ellos también se hubieran quedado hasta muy tarde hablando con alguien...
—Oh por Dios—susurró.
Lo único que faltaba era cruzarse a Kevin Preston así, sin peinarse, sin maquillaje y con ganas de asesinar a todo el mundo. A todo el mundo menos a él, claro.
Probablemente habían sido las cuatro de la mañana —cuatro horas antes de que la supuesta alarma sonara— cuando al fin el sueño la había vencido y se había visto obligada a despedirse de Kevin. Pero había sido difícil después las últimas horas en el Magnificent. De hecho le resultó más que un sacrificio. Las imágenes le vinieron a la mente y entre todo ese caos, pudo sonreír. En el gimnasio del apartamento de Will había tenido la mejor primera cita no-oficial de su vida. Espontánea y misteriosa; mucho mejor de lo que podía haber planeado jamás. Se habían aislado allí durante un largo rato —casi hasta las dos de la mañana; mucho más tiempo de lo que Charlene acostumbraba a estar en una fiesta así— y habían afilado sus habilidades para besar. Incluso creía oler el perfume Hugo Boss de Kevin todavía en su piel.

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SQUAD
Novela JuvenilWHAT GOES AROUND COMES AROUND #PGP2018 Muñecas rotas. Papeles en blanco y agendas rebozadas. Little black dresses. Vestidos de satén y terciopelo. Sandalias de Manolo e infinitos pares de zapatillas blancas. Sex on the beach, Green Apple Martini y...