12. Friends

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Ella y su conjunto brillante, fresco y angelical, compuesto por una falda de cuero de color natural, una simple blusa que dejaba a la vista su abdomen plano y bronceado y una chaqueta a tono que había llevado para protegerse del ambiente perturbado y oscuro del concierto, esperaba al borde de la acera. No estaba vestida para la ocasión. Tampoco llevaba el humor que el escenario requería. Primero, estaba ahí, en el agujero negro de aquella noche en la ciudad, rodeada de gente ebria, grupees o locos. Segundo, había sido rechazada otra vez. Debía estar acostumbrada a ser despedida, rebotada por Emma pero siempre volvía a enfurecerla. Tercero, Kevin había insistido en hablarle a su chofer y ahí estaba en ese momento, agachado sobre la ventanilla del conductor.

No había otra cosa que quisiera más que subirse a ese Mercedes, aislarse del barullo asqueroso, y desplomarse sobre sus almohadones de plumas. Las ganas de Pitch Topic habían desaparecido. Y las ganas de Kevin titilaban rozando el desinterés. Le gustaba mucho, desde los pies a la cabeza, desde el pequeño tatuaje de su nuca hasta la manera californiana en la que estaba vestido ese viernes, pero no estaba de humor y su malhumor no admitía excepciones. Sus malhumores sólo se esfumaban con un buen sueño y un posterior buen desayuno. Así ella podía reacomodar su universo mental y volver a ser Charlene Wallace.

Cruzada de brazos, haciendo repiquetear sus botitas contra el pavimento, lo vio acercarse.

—Hecho—murmuró él, cuando el Mercedes arrancó y salió hacia el sur de la Quinta Avenida. Así se esfumaba su transporte seguro, correctamente planeado. Kevin Preston era un manipulador excelente o la empresa de autos particulares debía rever la fidelidad de los choferes con sus usuales pasajeros—Nunca debes confiar en los transportadores—esbozó una sonrisa de satisfacción mezclada con picardía—Mucho menos en los de Manhattan.

—Eres un tonto, entonces, por vivir aquí—dijo Charlene, firme como una roca—Ustedes creen que lo saben todo y son los primeros en gastar sus vacaciones recorriendo Broadway o visitando Staten Island.

—Mmm—Kevin se cruzó de brazos y miró hacia el costado de la acera que lindaba con Central Park. Justo se habían ubicado en la intersección de dos caminos que provenían del corazón del parque y desde dónde se veía una pequeña porción del lejano y diminuto escenario—No deberías considerar mi caso para tus estadísticas. No tuve otra opción.

Charlene no entendió, principalmente porque no sabía nada de Kevin. Conocía cosas de él que casi nadie conocía, eso estaba claro, pero más allá de ese aquel detalle superficial, no había mucho más que subrayar. Ante sus ojos era un libro cerrado.

—Si piensas que volveré a ese maldito con…—intentó decir, pero Kevin la calló con un beso repentino, cálido y firme. Lo apartó con una sonrisa de no poder creerlo y se concentró en terminar su discurso. Ella también era firme y no iba a dejar convencerse por sus labios—Maldito concierto, sucio, asqueroso y decadente, estás equivocado. Sólo he escuchado covers y todos han sonado horrible.

El joven de cabeza rapada negó con la cabeza.

—Eso no es completamente cierto—afirmó, metiendo las manos en los bolsillos de su bermuda marrón. No todos habían sido covers y no todos habían sido malos.—Y no volveremos ahí. Quiero mostrarte algo.

—No lo creo—murmuró ella. Todavía cruzaba los brazos sobre su abdomen desnudo. Su viernes había comenzado a las siete de la mañana, con clases complicadas, un ligero entrenamiento en las canchas de tenis del campus, seguido por una reunión del Comité Benéfico Social del colegio dónde había discutido y ganado una gran participación en el próximo evento, luego una visita fugaz de Meredith de la Iglesia y continuaba a las diez de la noche en Central Park. Estaba cansada y necesitaba dormir. Y no con Kevin. Si lo hacía, su conciencia empezaría a darle mil vueltas al concepto de «promiscuidad»—No estoy de humor. Y estoy exhausta.

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