5. There She Goes

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Y Emma se había salido con la suya otra vez.

Louise caminaba por Central Park. Se había recogido el largo cabello rubio en un lindo moño de seda celeste. Llevaba un bolso color bleue, que era más bien azul cielo pero quedaba muchísimo más genial llamarlo en francés. En fin, el espectacular bolso de charol combinaba con sus zapatos de colegio.

No era una detallista en cuanto a la moda —y mucho menos cuando se trataba del colegio— pero, en aquella mañana en particular, había visto el material brilloso de la cartera en un rincón de su vestidor e inmediatamente había decidido que sería una idea perfecta para ese día. Y debía devolvérsela a Charlie después de tanto tiempo.

Sabía que llegaba tarde. Desde que había elegido caminar desde su casa al colegio, cosa que había generado un gran fastidio en sus padres, llegaba con varios minutos de retraso, pero no eran nada importantes, y en cualquier caso, la señora Minnfred siempre se los perdonaba.

Caminaba por la 91 hasta la Quinta Avenida, y allí, en vez de girar hacia la derecha, se dirigía hacia uno de los caminos de Central Park hasta llegar a la calle 83, dónde el edificio principal del colegio se alzaba.

Había vuelto de la casa de Charlene muy temprano para ordenar las cosas que pondría en sus casilleros. Ahora volvía a tener dos de ellos, sólo que el segundo ya no tendría sus palos de hockey sino más bien un par de porras y… ¿algo más? Y todo eso si lograba entrar en el club y Sienna le otorgaba el gran privilegio de contar con un casillero en el campus.

Después de cargar un par de corpiños, shorts y medias en el bolso de Charlie, tomó una ducha y bajó a desayunar con su madre y Anthony. Media hora después ya estaba de camino a la primera clase del martes.

Y por supuesto pensaba en el episodio de la noche anterior. Decir que Emma siempre había sido la más normal —si es que ese adjetivo de verdad podría usarse con alguien en su vida— de sus amigos, equivalía a decir una mentira o más bien una estupidez. Ella era espectacular y maravillosa en su propia manera desde pequeña pero cuando habían comenzado la secundaria las cosas se habían salido de control. Siempre tenía algo de qué hablar pero, justamente ése era el problema: nunca lo hablaba con nadie.

Entonces sus amigos se habían acostumbrado a aceptarla con sus silencios y misterios, sin interrogarla ni juzgarla y comprendiendo que ella era muy diferente a Charlene o Louise. Aunque a pesar de todo, las tres eran mejores amigas y al final hacían que todo funcionara.

O al menos eso era antes de aquel verano. El verano que, sin saberlo, les había cambiado la vida por completo.

—Estás llegando tarde...—una voz con una pizca de gracia susurró por detrás de Louise.

La chica rubia, que estaba perdida en su caminata y en sus amontonados pensamientos, volteó rápidamente por el susto. En frente suyo, Alex le sonreía de costado.

—¡Me has asustado!—exclamó Louise, entre perpleja y divertida. Instintivamente se acercó y le dio un beso en la mejilla. Así era más o menos cómo trataba a todos sus conocidos y Alex ya era uno de ellos—Tú también estás llegando tarde. A no ser que ya te hayas cambiado a alguno del otro lado del parque. No puedo culparte.

Había presenciado los shows alrededor de Alex durante su primer día en el St. Nichols y no lo envidiaba.

—Para tu pesar sigo siendo tu compañero—respondió él y señaló el escudo en la chaqueta que colgaba de su hombro. No la había considerado necesaria en una mañana tan agradable como ésa. Se había tomado la molestia de llevarla sólo por hacer buena letra. Sabía que le duraría poco—Y tampoco tengo muchos deseos de llegar a tiempo a clases.

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