Capítulo 43

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Ulises

La estaba mirando como aquel que mira una obra de arte en un museo por primera vez, ese momento en el que la obra abandona el libro de dónde la habías conocido y por fin tenías la oportunidad de verla en todo su esplendor.

Diana me había mostrado muchas caras suyas, la he visto con más o con menos ropa, más feliz o más apagada, más maquillada o menos. Pero nunca me había mostrado esta cara. Esta Diana frágil.

Si hay algo que me gustó de ella desde aquel día en el que Lope de Vega nos llevó a pelear fue su manera de defenderse, ese ceño fruncido que se le pone cuando está segura de algo y le rebates la idea. Cuando se rebela contra ti mostrando esa faceta de ella de chica dura y segura.

Esa Diana me encantaba, aunque mi manera de demostrarlo fuese quitándole la razón y haciéndola enfadar, pero esta, la que está con mi camiseta vieja, en mi cama, con la luz cálida de mi lámpara de la mesilla y las lágrimas todavía húmedas de llorar... esta Diana me había conquistado. Había cantado victoria y lo único que ha hecho para que esto pase ha sido mostrarse tal y como es: vulnerable.

La conozco porque en el fondo es como yo con este tema, nos ha hecho creer a todos que no le ha afectado lo de hoy, pero por dentro está destrozada.

Yo llevo todo el día intentando que no se me note tampoco, pero en ese cementerio también está mi madre. Solo la vi una vez, una noche en la que me escapé del orfanato.

—Será mejor que me vaya a dormir, me duele la cabeza y tengo muchas cosas que consultarlo con la almohada.

—Como tú digas. —le dije antes de devolverle las cartas y las fotos. Se metió bajo las mantas y yo también.

—Gracias por todo hoy, por las flores, por estar a mi lado y por todo lo que haces. Al final te estás ganando mi corazón.

Sé que era un comentario dentro del contexto de amigos, pero sentí mariposas revoloteando por mi cuerpo.

—No tienes nada que agradecerme.

Apagué la luz y la escuché suspirar lentamente, yo miraba al techo, esperando pacientemente a que se durmiese.

—Por cierto. —dije llamando su atención—. Él se lo perdió, Didi. Desperdició la oportunidad de tener una familia y a una hija estupenda. No te sientas culpable.

Se giró y se apoyó en su codo, me miró y hasta en la penumbra de mi cuarto supe que sonreía. Entonces me dejó sin respiración al colocar un suave beso en mi mejilla.

Ahora ya sí que no tenía nada de sueño.

Cuando me cercioré de que estuviese dormida me levanté de mi cama. Busqué la ropa que todavía estaba en mi silla y me vestí, antes de salir cogí una foto del padre de Diana. Me abrigué y salí de casa.

Tenía una misión.

Salí a hurtadillas de casa, anduve hasta el cementerio en silencio. Eran las dos de la mañana ya y no hay nadie en las calles, no al menos en las que yo me voy metiendo.

Mi sexto sentido está más agudo que nunca y mi navaja está caliente en el bolsillo de mi chaqueta de cuero.

Esta chaqueta la dejé de usar en España porque era demasiado abrigada y no pegaba con mi nuevo estilo. Pero ha sido volver aquí y parece que ahora quiero volver a usarla.

Llegué al cementerio y pensé en la cantidad tan grande de películas de terror que hay que explican por qué esto que voy a hacer es mala idea.

Me aseguré de que no hubiera nadie por la zona. La ciudad parece muerta hoy y más teniendo en cuenta que estoy intentando entrar en un cementerio.

En El Punto De PartidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora