Una decisión fatal

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Pero el día aún no terminaba: todavía faltaba una clase, la última de la tarde. Hermione, en el cuerpo de Ron, se vio obligada a asistir a Adivinación, a pesar de que la había abandonado hacía un par de años por considerarla estúpida e inservible. Ron, por otra parte, tuvo que soportar dos horas de Aritmancia, asignatura a la que jamás había asistido, y una hora de Runas Antiguas. Harry pasó por la puerta del aula de Runas Antiguas a las cinco de la tarde para recoger a su amigo.

—Estoy mareado —le dijo Ron a modo de saludo, cuando divisó a Harry—. No sé cómo Hermione soporta este tipo de materias. Lo único que quiero es llegar a la sala común y desplomarme en un sillón...

Antes de que doblaran en el pasillo, la profesora Babbling los alcanzó con unos libros bajo el brazo y le dijo a Ron:

—Granger, hoy has estado muy floja. ¿Te gustaría contarme qué es lo que te está ocurriendo? —Ron titubeó algo, pero no dijo nada. La profesora Babbling bajó la voz hasta adoptar un tono confidencial. —Hermione, eres mi mejor alumna y no quiero que nada te distraiga.

Ron se aclaró la garganta y en una atinada emulación de la más latosa Hermione, dijo:

—Lo lamento, profesora Babbling. Las otras materias me tienen algo estresadas. Supongo que estudiar ocho horas por día es demasiado hasta para mí —añadió, y Harry lo miró creyendo que nadie en su sano juicio estudiaría ocho horas diarias, ni siquiera Hermione.

Sin embargo, Babbling se lo creyó y alzó las cejas, sorprendida.

—Granger, eso no es sano para ti. ¿Ya ves los resultados? Un bajo rendimiento en mis clases. Me sorprendió mucho que hoy no pudieses traducir algo tan sencillo como "prisión", cuando te he visto traducir textos enteros...

Ron suspiró. La profesora Babbling, que era una bruja bastante anciana, se estaba volviendo pesada.

—Debemos irnos ya —interrumpió el muchacho—. Tengo que seguir... estudiando.

La profesora Babbling advirtió:

—¡Cuida esa cabeza, Granger! Te quiero lúcida para el lunes que viene.

Mientras caminaban derecho hasta la sala común a paso firme y decidido, Harry confesó:

—Es la primera vez que veo a Babbling. Está un poco loca, ¿no?

—Es una vieja mañosa —dijo Ron, y se detuvo en seco a mitad del pasillo.

—¿Qué te ocurre?

—¡Por los calzoncillos más harapientos de Merlín! —exclamó Ron, reflejando un alto grado de preocupación en el rostro de Hermione—. ¡Había olvidado que debo ir a una clase de Estudios Muggle!

Sin embargo, Harry consideró que habían sido suficientes horas de trabajo y lo animó:

—No te preocupes. Luego compensas el trabajo. Será mejor que vayamos a descansar, ha sido un día muy largo para todos.

—No voy a poder soportar mucho tiempo más esto, Harry, de verdad —le dijo Ron, y se calló inmediatamente al ver a alguien que se acercaba de espaldas a Harry. —Genial. Ahí viene mi versión queer.

Evidentemente, la figura de Ron venía caminando a pasos cortos, con la cabeza en alto, abrazando un gordo y añejo libro. La temporalmente dueña del cuerpo, Hermione, pasó por el lado de ambos ignorándolos olímpicamente y continuó su camino.

Ni bien ingresó, se sentó en un mullido sillón cerca de la ventana y le echó un vistazo a la tapa del libro que había seleccionado de la biblioteca. Titulado Antología mágica: historias adversas de finales aciegos —un nombre muy poco optimista, en opinión de la castaña—, estaba recopilado por un tal Julius Guillet. Hermione buscó con serenidad la página que había marcado previamente.

¡Este cuerpo no es mío! (Ron / Hermione)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora