Entre el amor y el odio

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Durante el trascurso del primer recreo, Harry fue a la biblioteca para devolver un libro sobre quidditch que había tomado prestado hacía unos días, y Ron y Hermione no desaprovecharon su oportunidad.

Buscaron un lugar apartado del patio y ocuparon un banco de piedra que estaba cerca de un grupo de charlatanas alumnas de tercer año, pero al menos lejos de personas conocidas que pudieran notar sus sospechosos comportamientos.

—Bien, Hermione —dijo Ron ocupando el asiento como un orangután desgarbado, lo que provocó que Hermione se escandalizara—. ¿Qué rayos vamos a hacer?

—Yo no hablo así, Ron —se sulfuró su amiga—. Mira, podría ir a la biblioteca a buscar información. Estoy segura de que debe existir un contrahechizo en alguna parte.

—Descártalo, está Harry —dijo Ron con pesimismo—. Y el recreo sólo dura quince minutos. ¿Por qué no le pedimos ayuda al profesor Flitwick?

—¡Sí! —dijo Hermione—. Es una idea brillante, Ron. Él es el profesor de Encantamientos. Y estoy segura de que esto se trata del efecto secundario de algún encantamiento. Él podrá ayudarnos.

Se levantaron de inmediato y se dirigieron rápidamente, casi corriendo, hasta la sala de profesores. Mientras andaban por los abarrotados pasillos del castillo, Ron le dijo:

—Hazme un favor, ¿quieres? No alces la mano como una sabelotodo, Hermione. Contesta las preguntas, pero date un pequeño tiempo. Como si lo estuvieras pensando, ¿entiendes?

—¡Ah, te estás aprovechando! —le espetó su amiga.

Se detuvieron frente a la gran puerta de roble de la sala de profesores y Hermione golpeó con su enorme puño.

Al cabo de un minuto, abrió la profesora McGonagall con varios exámenes en la mano y cara de tener muy pocas pulgas.

—¿Weasley? ¿Granger? —ladró. No estaba en sus mejores días. —¿Qué se les ofrece?

—Buenos días, profesora McGonagall —saludó la muchacha—. Estábamos buscando al profesor Flitwick.

—Sí, Weasley —dijo la mujer, y bramó: —¡Filius, te buscan!

Un mago bajito y menudo, que a diferencia de la profesora McGonagall parecía estar de buen humor, se acercó hasta la puerta y los contempló.

—Profesor Flitwick —dijo Ron atropelladamente—. Nos preguntábamos si podíamos hablar con usted... en privado.

Si bien era una petición insólita por parte de dos estudiantes de quinto año, la curiosidad pudo con el anciano docente y los chicos lo condujeron hasta un aula contigua, que estaba vacía.

—Bueno, ¿en qué puedo ayudarlos? —quiso saber el profesor con interés.

—Verá, señor, es que... nos ha sucedido algo muy extraño —le explicó Hermione.

—Esta mañana —acotó Hermione.

—Cuando nos despertamos —añadió Ron.

Flitwick los miró a ambos alternativamente sin entender.

—Mire, usted me ve a mí, ¿no es cierto? —le dijo Hermione con dulzura, como quien habla con un viejo senil—. Pero en realidad yo no soy Ron Weasley, aunque hablo como él y me veo como él. Yo soy Hermione Granger.

El semblante del profesor pasó de la confusión extrema a la incredulidad, y soltó un gritito de sorpresa.

—¿Señorita Granger? ¿Es usted?

—¡Sí! —dijo ésta, contenta.

—Estamos atrapados en el cuerpo del otro —le dijo Ron—. ¿Comprende?

¡Este cuerpo no es mío! (Ron / Hermione)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora