Primer cuaderno, tercera parte

3.5K 338 50
                                    



A las tres y media de la tarde debía encontrarme con alguien en el tranvía, pero nunca sabía a quién esperar

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

A las tres y media de la tarde debía encontrarme con alguien en el tranvía, pero nunca sabía a quién esperar. Con suma delicadeza, nuestros cuerpos debían rozarse mientras yo le entregaba los informes detallados que había preparado, siempre con el cuidado de no ser visto por nadie. La mayoría de las veces, se trataba de un hombre cuyo rostro se escondía tras un sombrero. Sus manos resbalaban por entre las mías... Yo pretendía no saber nada y cogía el paquete. En él venían números telefónicos, direcciones exactas, instrucciones y fotografías. Después de eso, el hombre se bajaba en la siguiente parada y yo me quedaba en el tranvía. Me bajaba tres cuadras antes de mi residencia.

Vivía en un departamento pequeño. Dos copas de vino siempre estaban sobre la mesa contra la ventana. Junto a ellas, las cenizas del cigarro de la tarde y los demás paquetes.

El impacto tras conocer al señor Venturelli, duró días. Sentía asfixia, no podía encontrar escapatoria. Cada cosa se volvía mil veces más intensa y pensaba durante horas en si estaba bien todo aquello que hacía.

Jamás me han interesado los destinos de las personas, conozco la posibilidad de cambiarlos. Nada está escrito. Yo no me creo con la confianza suficiente para juzgarlas. Por ende, no creo en la felicidad o en el bien total. Sé de la existencia de una oscuridad y una voluntad enfermiza que motiva las más profundas pasiones del hombre, tan arriba o tan abajo como la tierra o los árboles.

Los hombres decididos a tomar las decisiones más crueles de forma inequívoca, hacen girar al mundo. Quienes gobiernan la vida de otros, brindan sentido al mundo para que este tome caminos irrevocables. Tuve esto en mente durante días mientras llenaba de agua la tina oxidada de mi departamento. Un día, llegó correspondencia. Una que traía terribles noticias. Recibí la invitación a la fiesta del vigésimo cuarto cumpleaños de Andrea, la celebración se haría en su casa.

Arrojé la invitación al bote de basura y fumé de manera compulsiva con el recuerdo de mi familia, de la cual no había sabido nada hasta ese momento y quizá ellos tampoco supieron de mí.

Pasaba horas frente al lienzo y los óleos dispuesto a pintar, pero me preguntaba quién era yo frente a todo. Me asustaban los sueños de los que era preso, sueños de tanto éxtasis que no puedo explicarlos en estas páginas; no importa el esfuerzo, son un hazmerreír.

Solía ver por la ventana de mi departamento a los pájaros y las siluetas de los edificios. Frente a él se podía ver una pequeña tienda de café con emblema rojo que ocupaba casi la totalidad de la calle.

Dentro de mi corazón, existía un vacío ligado al silencio. Al cerrar los ojos, veía las olas azotar las costas por el viento, las lágrimas de mi madre, las rosas... Oía la música y los coches... Sentía calor. Si no hubiera ignorado la mala jugada de mi mente, hubiese corrido por todos los pasillos mientras gritaba que moría y rogaba a Dios que se apiadara de mi alma.

Marcello, 1920Donde viven las historias. Descúbrelo ahora