Primer cuaderno, decimoséptima parte

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  Solía encontrarme con Andrea cuando menos lo esperaba

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Solía encontrarme con Andrea cuando menos lo esperaba. Una noche me topé con él en el pasillo del segundo piso y fumamos juntos en medio de la oscuridad. Durante ese tiempo de vacilación se volvió una costumbre encontrarnos a media noche. Él no dejaba de estornudar, al parecer había algo que le ocasionaba alergia al llegar a su casa y, aunque limpiaron los suelos y sacudieron cada esquina, él aún estornudaba.

Una mañana lo encontré en el salón principal sentado frente a la ventana. La luz nacarada de la mañana iluminaba su rostro. Llevaba puesto una camisa blanca que adhería a su cuerpo. Lo vi más delgado. Me miró como si no estuviese allí. Estiró su mano en el aire, aguardaba por la mía.

No me mires así. No estires tu mano, pensé. No hay refugio para ninguno de los dos. Es probable que muera al cruzar el interrogazione, pero tú respetaste mi elección.

—No, no me mires así. Ya lo hemos decidido. —La desolación en sus ojos me dolió pero ya no era una opción. Nos infiltraríamos al edificio—. No intentes convencerme de lo contrario, Andrea. Me miras como lo hiciste hace años, buscas que abandone mis ideas pero no lo haré esta vez. Llévame con ellos.

—¿Sabes lo que me pides, Marcello? Si te descubren no habrá vuelta atrás.

—¿Esperas que me quede sentado en espera de quién sabe qué cosa?

Muchos nos veían como dos amigos con gran afinidad, capaces de hablar en un lenguaje único. Algunos llegaron a pensar que ese lenguaje repre- sentaba igualdad y afecto. Pero en realidad nos exi- gíamos todo el tiempo. No había emoción alguna al hablarnos aunque estuviéramos abandonados, alcoholizados o distintos. Nuestras voces eran dé- biles rumores y nadie en la casa estaba interesado en ellos.

—Hablamos de mi familia. Tú me prometiste cui- darlos. Dijiste que si yo fallaba tú los dañarías. Pero son otros los que van a herirlos.

Andrea se levantó y caminó hasta mí. Me abrazó en un intento de calmarme. El pánico y los fantasmas me perseguían; pero sin importar qué pasara, debía salvar a mi familia.Ellos merecían morir en mejores circunstancias. Aunque jamás los sentí como mi verdadera familia, no podía quedarme sentado a esperar por la misericordia de otros.Tenía un impulso desmedido. La clase de impulso estúpido que es guiado por las más penosas decisiones. Si mi cuerpo y mi alma fueran presa de un ciclo interminable, mis familiares serían los gritos encarnados de las profundidades de mí ser, punzantes como las flechas y la verdad. Querer proteger a quienes más me habían desprotegido, era un sentimiento primitivo.

—Sé lo que dije el día anterior, Marcello —susurró Andrea contra mi cuello—. Pero tú más que nadie sabes lo difícil que es tomar una decisión así. La Organización no estará de acuerdo, ni siquiera se lo he dicho a Deodata. Mi madre también tiene un ojo puesto en ti. Bebe café, desayuna y medita las cosas en el jardín. El aire de la mañana quizá te haga más consciente.

Marcello, 1920Donde viven las historias. Descúbrelo ahora