Memorias de un pintor. Ficción histórica. Se divide en dos cuadernos.
Marcello, 1920 es un viaje oscuro a través del miedo, el placer y el sufrimiento. A causa del fascismo de los años veinte en Italia, la ambición de una organización y los deseos...
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Días después, Sienna se enfocó de lleno en su trabajo investigativo. Estuvo en reuniones día y noche, frecuentando varios círculos de intelectuales en todos los speakeasies de Greenwich Village. Si antes había sido difícil compartir tiempo con ella, a finales de 1927 era prácticamente imposible encontrarla, se esfumaba en el aire. Algunas veces la arropé o le ofrecí una toalla cuando aparecía mojada de pies a cabeza en el umbral de nuestra casa, como un gato resguardándose de la lluvia. Llegué a servirle café, tostadas con mantequilla, pero luego volvía a desaparecer. Con el pasar de las semanas, conocí varios aspectos de su trabajo. Me enteré que Polly Holladay, la dueña del Polly's Restaurant, le brindaba asesorías a cambio de que revisara su trabajo literario. Polly era escritora, muy brillante según Sienna, pero lo más interesante de ella no era su trabajo inédito sino quienes frecuentaban su negocio y que por obvias razones terminaban convirtiéndose en sus fieles amigos. El trabajo de Sienna, recogía la vida de Eve Addams, convirténdose en un pasaporte seguro para ser miembro del Heterodoxy Club. Mujeres como Marie Jenney Howe frecuentaban el negocio de Polly, y Sienna encontró un hogar en mujeres como ella, poco ortodoxas.
Con Sienna lejos de casa, yo pasaba mi tiempo junto a Sweety Ray y a otros pansies en los últimos meses del año, fumando y leyendo poesía de escritores negros del Harlem. Fletcher Malín, de pie frente a nosotros, estirándose cual gato y zapateando sobre el suelo de madera al ritmo de St. Louis Blues, nos leía la poesía de Claude Mckay; Harlem Shadows, su favorita. Tocándonos los pies con las plumas de su vestido iba recitando:
Ah, stern harsh world, that in the wretched way
Of poverty, dishonor and disgrace,
Has pushed the timid little feet of clay,
The sacred brown feet of my fallen race!
Ah, heart of me, the weary, weary feet
In Harlem wandering from street to street.
(Ah, mundo duro y severo, que de la miserable forma
De la pobreza, la deshonra y la desgracia,
Has empujado los tímidos piecesillos de arcilla
¡Los sagrados pies marrones de mi raza caída!
Ah, corazón mío, los cansados, pies cansados
En Harlem vagando de calle en calle.)
Llegó a lamerme el pie derecho y entre risas aseguró que mi piel sabía a lodo, como el que arrastraban las hordas de negros desplazados por la inundación del río Missipi. Otros pansies, con los rostros maquillados y el corsé apretado a las costillas, bebían ginebra, paseándose de la cocina a la sala para llegar al baño que Sweety Ray había remodelado para mí... Mi pequeño taller en donde todo lucía más pequeño, más polvoriento. Algunos abrían la puerta y me dejaban ver su lencería, sus piernas velludas y los pelos de sus axilas. Se sentaban en mi regazo y me besaban las mejillas, el mentón o la punta de la nariz. Solían preguntarme qué estaba pintando cada que podían, agarrando mis pinceles para decorar sus peinados. En más de una ocasión me pedían que los maquillara, y luego se miraban al espejo como presas de algún embrujo, admirando mi trabajo. Nadie sabía pintar los labios como yo lo hacía, eso decían. Hacían fila, sentados sobre los talones, desde la puerta de mi taller hasta la sala, fumando y trenzándose las pelucas entre ellos.