Katelyn
Estaba destrozada. Mi madre me había dicho que nos mudaríamos a Milán. ¡Milán, Italia! ¿Cómo podía ser eso posible? ¿Cómo Adela se atrevía a hacerme eso? Era solo una niña. No podía comprender. Pensaba que era solo una simple pelea entre mis padres y los de Evan, que pronto se iban a amistar y, como siempre, organizarían una gran cena para celebrar su amistad y todos nos íbamos a reír de lo sucedido. Pensaba que resolverían sus problemas como los niños lo hacen. Pero lo que no sabía era que los adultos podían tener problemas mucho más serios.
Cuando uno es un inocente niño cree que todo a su alrededor es igual de inocente que él. Para los niños no hay resentimientos ni rencores, y aunque algunos se juren odio eterno (como Evan y yo) en realidad no saben lo que en realidad ese sentimiento significa. Los niños no odian. Yo no odiaba a Evan. Y no creo que él me haya odiado tampoco. A pesar de todas nuestras peleas, nuestros gritos y maldades. No nos odiábamos y no me quería separar de él. Lloré y lloré, y le rogué a mi madre que no nos fuéramos de Estados Unidos. Tenía esperanza, pero al final no se pudo hacer nada.
-¿Recuerdas cuando le dije a Evan que lo odiaba y te pedí que me llevaras lejos de él porque no quería volver a verlo?-le dije a Adela con los ojos llenos de lágrimas. Ya estábamos en el avión.
-Sí, mi amor.
-No hablaba en serio.
Lloré hasta quedarme dormida ese día. Extrañaba tanto a Evan. No soportaba la idea de que no nos volveríamos a ver. ¿Quién iba a hacerme enojar? ¿Quién iba a hacerme la vida imposible? ¿Con quién iba a discutir? ¿Con mi madre? Eso es tan común. Lo necesitaba. Necesitaba a mi pequeño enemigo. Y no solo para pelear ni gritar ni ejercer cualquier tipo de violencia. No me di cuenta hasta ese momento que le seguía teniendo ese cariño que le guardaba cuando éramos aún más jóvenes y las cosas aún no se ponían tan feas entre nosotros. Y aunque nos tratemos mal, en el fondo nos divertíamos. Esa era nuestra forma de entretenernos y nos gustaba. Pero ahora que ya no estábamos juntos, me sentía incompleta. Él era una parte de mí y me dolía perderlo.
Cuando llegamos al nuevo vecindario, mi actitud no era más que apática. Mi madre me dijo que así no iba a conseguir ningún amigo, pero la verdad era que no quería hacer ninguno. Además, nunca se me dio bien relacionarme. Todos los amigos que tenía en Estados Unidos, que no eran muchos, los conocía de toda la vida, desde el jardín de niños, como a Evan. Por eso nunca me preocupé en hacer nuevos mientras seguía creciendo. Y seguro que en la nueva escuela ya todos tenían sus grupitos formados. Tenía miedo que me rechacen por ser nueva o por el idioma. No hablaba ni 10 gramos de italiano. ¿Adela no podía escoger un lugar más complicado para vivir?
Cuando estábamos llevando nuestras cajas del camión de mudanza a la nueva casa, que por cierto era muy bonita, un niño se acercó en su bicicleta. Parecía tener mi edad. Su cabello negro y ensortijado lo hacían ver lindo.
-Hola-me dijo el desconocido.
-Hola. ¿Hablas inglés?
-Sí. ¿De dónde vienes?
-Estados Unidos.
-¿En serio? Yo también soy de ahí, pero he vivido aquí toda mi vida. Mi padre también era de allá y él me enseñó a hablar inglés.
-Ah.
Silencio incómodo. Para él, no para mí. Recuerden, yo no quería hacer ningún amigo. Seguí con mis cajas hasta que el niño volvió a interrumpir.
-¿Quieres que seamos amigos?
-No.
-¿Por qué?
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Sabor a ti
Teen FictionEvan y Katelyn se conocen desde niños. Sus familias eran muy unidas, pero ellos siempre se llevaban como perros y gatos. Pero cuando ambos tenían 11 años, la familia de ella se muda a Italia. Después de 10 años la mamá de Katelyn regresa a Estados U...