Angustia.

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A la mañana siguiente ambos fingían normalidad, pues a pesar de que cada tantos días el shinigami terminaba desahogándose de la misma forma, aún no le agradaba la idea de ello; en cambio, al conde si le estaba costando aparentar calma, porque de verdad le había dolido verlo así, y es que estaba empezando a recordar instantes del pasado, momentos donde jugaba con el sepulturero mientras sus padres no estaban o estaba sólo uno de ellos. Así mismo recordaba fiestas a las que Undertaker asistía sólo para acompañar a su padre y se molestaba al ver de nuevo, aunque borrosas, muchas caras viendo mal al extraño personaje, reprendiéndole después porque él a su regreso lo trataba de la misma forma y con el mismo desprecio.

Fuera de eso hubiera parecido un día normal, pero no iba a serlo.

Esa tarde el joven Phantomhive tenía programada una visita a uno de los orfanatos que cuidaba, por lo que no sabía si era buena idea llevar al sepulturero con él, y estaba dudándolo en verdad, ya que casi todos los niños se asustaban al verlo, pero era más que obvio que él no iba a dejarlo. Efectivamente, al final el platinado terminó siguiendolo en una divertida escena donde el conde se subio al carruaje y le cerró la puerta en la cara, acto seguido, Undertaker iba sentado en la parte de arriba del carruaje y casi le da un infarto al otro cuando se asomó por la ventana y lo saludó. Realmente era una persona muy peculiar.

Una vez en la entrada el shinigami bajo de un salto y le abrió la puerta a su querido conde, provocando una extraña sensación en el otro que solo se bajó evitando verlo, aunque sentía su mirada y escuchaba su suave risa, sin duda estaba orgulloso de su travesura en el techo. Al entrar en la amplia propiedad, los niños corrían gustosos a recibir al Conde Phantomhive, pero no llegaron a abrazarlo y tirarlo como en sus ultimas visitas porque se detuvieron repentinamente al ver la extraña y oscura figura a su espalda.

- sabia que era mala idea...Undertaker, sera mejor que regreses y...oye! no molestes a los niños!...-exclamó algo preocupado al verlo intentando acercarse a unos que retrocedían nerviosos.

Eran los más pequeños de todos y él les sonreía arrodillado para quedar a su altura, aunque aún así era alto para ellos. De repente de su manga sacó un frasco de galletas y se comió una...acaso siempre cargaba ese frasco?...su táctica tuvo éxito, pues los pequeños curiosos se acercaron al ver el gusto con el que la comía, y él les ofreció una. Mientras los demás niños se la pasaban con Ciel ignorando al otro, solo una pequeña se había quedado a su lado; le exploraba como si fuera el peluche más adorable del mundo, jugando con sus cabellos y preguntando el porque de sus "marcas" mientras el mayor le desviaba del tema empezando una historia que de a poco atrajo más niños. Pronto ya eran casi la mitad los que le prestaban atención y Ciel no pudo evitar sonreir al verlo rodeado de tanto pequeño, y parte de que no pudiera evitarlo era por el hecho de que eran niños. Era el único lugar en que se sentía con tanta libertad para hacerlo, y admitámoslo, a los niños no les gusta la gente gruñona, seria y amargada.

"- Es mejor una dulce locura que una vida aburrida y amargada..."

Esas palabras llegaron de repente a su cabeza cuando veía como abrazaba a esa pequeña que había sido la primera en darle una oportunidad; aquellas palabras habían sido pronunciadas hace mucho tiempo a su padre, mientras él estaba justo en esa posición jugando con sus cabellos. Un dolor inundó su pecho, era nostalgia con un pequeño toque de celos, pues ya no era él quien recibía ese cariño, sino esa niña de cortos cabellos color miel y grandes ojos cafés que reía alegre con sus mimos. De pronto notó algo...esa pequeña se parecía suficiente a él...en ciertos ángulos era como ver fotos de su infancia en diferentes colores, lo que solo aumentó sus celos. Acaso pretendía remplazarlo?

Mientras el menor pensaba eso y trataba de controlar ese dolor en su pecho, al shinigami le pasaba algo similar; peo no era solo ese tipo de dolor que compartía con el joven, también era algo físico que le hizo interrumpir su historia y pedir que le mostraran el baño. Todos se preocuparon un poco al escucharle con un ataque de tos, y se ofrecieron a ayudarle sin mayor problema creyendo que se le había ido un trozo de galleta por hablar mientras comía; de hecho Ciel también lo creyó en un principio, pero luego recordó la vez que había ido a buscar a Sebastian. En esa ocasión se sostenía el pecho con fuerza y parecía algo aturdido, lo que pudo notar de nuevo al verlo salir reprimiendo pequeños jadeos. Cuando se hubo normalizado apenas segundos después, volvía a sonreir y pedía a los pequeños que le recordaran en que parte de la historia se había quedado, volviendo a sentarse con cuidado mientras se sostenía de la pared.

Diario de un ShinigamiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora