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Después de conocer al abuelo de John,Alfonso estaba convencido de que el proyecto Fénix era mucho más complejo de lo que aparentaba; un hombre como aquél no perdía el tiempo con tonterías.

El domingo, tras dejar a Anahi en su apartamento, llegó al hotel y trató de leer los informes que todavía tenía pendientes. Para variar, no pudo, y optó por salir a correr. Se pasó tres horas corriendo por la ciudad con The Cure y Depeche Mode sonando en el ipod. Correr lo ayudaba a pensar, siempre lo hacía.

Mientras atravesaba Central Park, analizó todo lo que sabía sobre la fusión: punto uno, su jefe, Enrique, estaba ansioso por que saliera adelante; dos, los directivos de Biotex, en especial los tíos de John y yernos de Mac, también; tres, las condiciones para Biotex eran buenas y los pasos que había seguido LabIndustry eran de libro. Entonces... ¿por qué tenía la sensación de que algo no encajaba? ¿Era sólo porque Anahi lo desconcentraba o había algo más? Aún no sabía exactamente cómo ni por qué, pero estaba convencido de que la patente de Fénix tenía algo que ver. ¿Desde cuándo en una fusión de miles de páginas se perdía el tiempo en especificar quién iba a desarrollar una patente en concreto? Y mucho menos una que se había descartado hacía unos años. Mac era un hombre muy inteligente, y era obvio que ni él ni su nieto estaban entusiasmados con la idea de la fusión. Tal vez sólo fuera porque no querían pasar a formar parte de un grupo tan grande, o porque tenían miedo del cambio, pero quizá sus reticencias tuvieran fundamento. Algo se le estaba escapando y a él jamás se le escapaba nada. El lunes a primera hora llamaría a Ellen Blanchet para concertar una cita con ella. Tal vez así averiguaría algo.

Con la camiseta empapada de sudor y la respiración entrecortada, regresó al hotel. Le dolía la espalda, ya no era un chaval de dieciocho años, y se moría de ganas de ducharse, relajarse un poco e intentar dormir. Llevaba casi una semana sin hacerlo, aunque jamás le confesaría a nadie, que una chica de apenas un metro sesenta le quitaba el sueño. Pero así era.

Le gustaba estar con Anahi, era arisca y difícil, pero cuando bajaba la guardia se convertía en la chica más dulce y necesitada de amor que había visto jamás. Con cada pequeño detalle de su vida que ella le revelaba, más ganas tenía de conocerla mejor y, tras aquel beso demoledor, tenía que apretar los puños con fuerza para no abrazarla cada vez que la veía. Por no mencionar otras partes de su anatomía que también se descontrolaban ante su presencia.

Entró en el hotel y el recepcionista lo miró de un modo algo raro; no estaba acostumbrado a que los huéspedes llegaran empapados de sudor y casi sin poder respirar. Alfonso se fue a su habitación sin decir ni una palabra y una vez allí se duchó. Todos los músculos de su cuerpo le recordaron que hacía demasiado tiempo que no corría tanto rato y les prometió que no volvería a suceder. Recostó las manos en la pared y dejó que el agua se deslizara por su espalda. Estaba cansado, así que se puso una muda limpia y se sentó con el ordenador en el regazo. Recuperó los archivos y esta vez sí pudo leerlos. Tomó notas como un poseso. Lo de correr había sido un gran acierto, y pasadas unas horas decidió llamar al servicio de habitaciones para que le subieran la cena; él y Anahi no habían comido y tras el ejercicio el estómago había empezado a quejarse. Se comió una ensalada de pollo y un par de manzanas y repasó todo lo que había escrito. A primera hora, le pediría a John que organizara una reunión con su abuelo y haría un par de llamadas a Barcelona. Satisfecho por un trabajo bien hecho, se tumbó en la cama. El tiempo se le había pasado volando, mejor sería que se acostara. Al día siguiente tenía que hacer un montón de cosas antes de poder ir a cenar con Anahi. Pensando en esa cena y en las ganas que tenía de volver a verla, cerró los ojos.

Llegó a la sede de Biotex a primera hora de la mañana. Saludó al señor de mantenimiento, y cuando entró en el ascensor pensó que aquel hombre debía de vivir allí. Sentado ya en su despacho, llamó a Fritz & Lloyd, el bufete que representaba a Lab Industry, y concertó una reunión con su abogada estrella, EllenBlanchet, para el miércoles de aquella misma semana. También aprovechó para llamar a su casa, quería hablar con su madre o su padre, pero fue Helena quien contestó.

A fuego lento (AyA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora