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Alfonso se despertó agotado. Llevaba casi dos semanas sin dormir una noche entera y «la conquista de Anahi» iba a volverlo loco. Y, para empeorar las cosas, ella había empezado a bajar la guardia y a ser más dulce y cariñosa con él. El día anterior, por ejemplo, lo llamó para preguntarle si prefería ir a ver una película de James Bond o la de Bourne, y el miércoles, cuando antes de salir para el concierto Alfonso abrió la nevera y vio que había un par de bebidas isotónicas le preguntó si las había comprado para ella; Anahi se limitó a mirarle como si fuera bobo y le dijo que no, que el que corría era él.

Se duchó y trató de recordar todo lo que tenía que hacer durante el día. Iba a reunirse con John y su abuelo a las tres de la tarde, para ver si de una vez por todas resolvía sus dudas y podía hacer el correspondiente informe sobre la fusión. Ya llevaba dos semanas en Nueva York, lo que significaba que sólo le quedaban dos más. En esos quince días tenía que resolver uno de los casos más complejos de toda su carrera profesional y convencer a Anahi de que no era un seductor y que debían darse una oportunidad.

Al llegar a su oficina, vio que tenía un mensaje de Ellen Blanchet diciéndole que quería verlo a la mayor brevedad posible, pero lo ignoró y se dedicó a reunir toda la documentación que había recabado durante la semana y a hacer una lista de las cuestiones que tenía aún sin resolver. A eso de las doce comprobó su correo electrónico y vio que Ricardo Mora le había escrito. Genial. El abogado le resolvía de un modo llano y practico todas las preguntas que le había formulado sobre la fusión y después de releer el e-mail tenía aún más claro que en aquella operación había gato encerrado.

Ricardo le explicaba que si Biotex firmaba aquel pliego de cláusulas, le entregaba a LabIndustry el control total de la empresa, así como todos los derechos de explotación del misterioso Fénix. Tras la fusión, la familia MacDougall ejercería sólo un poder simbólico, de representación, y si bien podrían influir en ciertas áreas, no tendrían ni voz ni voto en muchas otras Ricardo le decía también que el abogado de Biotex debía de ser un cretino, pues era de locos acceder a todo aquello, por mucho dinero que les dieran a cambio, y coincidía con él en lo de que todo el tema de Fénix era muy raro. ¿Por qué habían tardado tanto tiempo en mencionar esa patente que ni siquiera había llegado a ver la luz? El código R2D2 no había aparecido en escena hasta entonces, como si antes a nadie le hubiera interesado, y lo había hecho dentro de una lista, casi de pasada. Le aconsejaba que, antes de seguir adelante, averiguara más sobre ese producto y que se preguntara por que una empresa familiar con éxito estaba dispuesta a vender su alma a cambio sólo de dinero. La experiencia de Ricardo llevaba a este a pensar que solo podía deberse a dos motivos: o la empresa no estaba tan bien como aparentaba (que no era el caso), o había alguien allí muy interesado en solucionarse la vida.

Alfonso tomó nota de todo y, tras leer ese ultimo comentario, le vinieron a la mente los rostros de los tíos de John. Larry y Tom, que era como se llamaban, eran dos gordos engreídos que se pasaban el día diciendo lo ocupados que estaban pero sin hacer nada. AAlfonso le cayeron mal desde el principio, y cuando supo que no se habían ocupado de John al morir sus padres, decidió que eran en verdad despreciables. Pero eso no implicaba que no quisieran lo mejor para Biotex, al fin y al cabo era lo que mantenía su lujoso ritmo de vida. Ese tema, sin duda, iba a tener que tratarlo con John y el señor MacDougall.

A las dos y media, recogió sus cosas y salió de la oficina. Había quedado a las tres en una de las salas de reuniones que había en el hotel en el que estaba alojado. Se reunían allí para evitar que nadie en la oficina sospechara nada, y también para poder hablar tranquilos. No estaban haciendo nada malo, Alfonsosiempre procuraba recabar el máximo de información posible antes de tomar una decision, pero de un modo tácito, los tres sabían que sería mejor hablar fuera de Biotex.

A fuego lento (AyA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora