3 (parte 3)

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-¿Anahi? Vaya casualidad. -Él había decidido no estar enfadado porque ella hubiera rechazado su invitación para cenar, por segunda vez-. Y dicen que es imposible encontrarse con alguien conocido en esta ciudad.

-Y que lo digas -dijo ella aún sorprendida.

-¿Cómo has pasado el día? ¿Te ha gustado la ciudad? -le preguntó Alfonso cuando ambos echaron a andar de nuevo.

-Mucho, y tenías razón. -Esquivó un carrito de comida ambulante.

-¿Sobre qué? -Él la sujetó por el codo para que no se cayera.

-Sobre el Empire State. La vista es espectacular. -Anahi se acordó de la estatuilla de King Kong que había comprado y de repente se sonrojó.

-Me alegro de que te haya gustado. -Poncho le soltó el codo.

-¿Y tú? ¿Qué tal te ha ido el día? -Ella empezaba a relajarse. Al fin y al cabo, si el destino estaba empeñado en que se encontrara con él cada dos por tres, qué podía hacer.

-Bien. La verdad es que ha sido un primer día muy interesante. Normalmente no suelo aprender nada en las primeras visitas, pero hoy ha sido distinto.

-¿A qué te dedicas? -Anahi vio que él levantaba una ceja y añadió sonrojada-: Lo siento. Disculpa, no pretendía ser cotilla.

Alfonso se rió.
-No, si no me molesta. Es que me sorprende que, después de rechazar dos veces mi invitación a cenar, te intereses por mí.
Ella no dijo nada y siguió caminando.
-¿De verdad quieres saberlo? -preguntó él.

-Si no quisiera no te lo habría preguntado -respondió Anahi sin mirarlo, y en ese instante decidió que ya le daría la figurita en otro momento.

-Soy asesor financiero. Seguro que ahora te caigo aún peor -bromeó Poncho.

-¿Crees que no me caes bien?

-Estoy convencido de ello. Pero no importa. Siempre me han gustado los retos. -Al ver que ella miraba a ambos lados, continuó-: El hotel es por aquí.

-Gracias. Y no es cierto que no me caigas bien. -Él la miró incrédulo-. Es sólo que no eres mi tipo.

-¿Y cómo lo sabes? -preguntó Alfonso divertido-. Acabamos de conocernos.

-Lo sé.

-Vaya, ¿le importaría decirme qué número saldrá en el próximo sorteo de Navidad? Me encantaría poder dejar de trabajar.

-Ríete todo lo que quieras, pero créeme, estoy haciendo que los dos nos ahorremos un montón de tiempo.

-¿Y quién te ha dicho que yo quiero ahorrármelo? -Al ver que ella empezaba a enfadarse, él decidió cambiar de táctica-. Mira, no te preocupes. Lo único que quería era cenar contigo, tienes todo el derecho del mundo a rechazar mi invitación. Sólo creí que podríamos ser amigos.

-¿Amigos? -Anahi se detuvo y lo miró a los ojos, y en ese instante se acordó de cómo Esteban se había burlado de ella en sueños-. De acuerdo. Dado que estamos en el mismo hotel y parecemos condenados a encontrarnos, supongo que podría intentarlo.

-Me alegro.

Ambos se pusieron de nuevo en marcha, y justo un par de manzanas antes de llegar a su destino, Alfonso se detuvo delante de una cafetería y le preguntó:
-¿Tienes hambre?

-La verdad es que sí -respondió ella a la vez que su estómago gruñía.

-Si te apetece podemos comprar algo y nos sentamos en el parque, pero, dado que no aceptaste mi invitación para cenar, me niego a que consideres que con esto estamos en paz. Y para que veas que decía en serio eso de ser amigos, te propongo un trato: si dentro de un par de horas sigues pensando que soy peor que Hannibal Lecter, te juro que no volveré a dirigirte la palabra. Ni siquiera te sonreiré cuando nos crucemos en el ascensor -dijo él guiñándole el ojo, pero al ver que ella dudaba, le dio más argumentos-: El hotel no está muy lejos, pero no me negarás que es mucho más auténtico comer un sándwich mientras un montón de neoyorquinos corren y pasean a sus perros a tu alrededor que comer un mísera ensalada sola en tu habitación.

-Visto así... De acuerdo, Hannibal.

Ambos entraron en la cafetería con una sonrisa en los labios y mientras ella escogía las bebidas, él encargó dos sándwiches de pastrami con mostaza. Tras pelearse por pagar, pelea que ganó Alfonso argumentando que, si no lo hacía, su madre renegaría de él, caminaron hasta una de las muchas entradas que tenía Central Park y se sentaron en un banco. Comieron más o menos en silencio, relajados. Anahi no le dijo que era médico, pero sí le explicó que había ido allí para asistir a un curso de cocina. Poncho le confesó que una de sus hermanas estaba embarazada y que estaba cansado de su trabajo, pero no le dijo que hacía mucho tiempo que no se sentía tan bien con nadie como con ella. Cuando llegaron al hotel, dos horas más tarde, se despidieron y él, haciendo uso de su capacidad de estratega que tanto lo había ayudado en el trabajo, optó por no pedirle ninguna cita y darle sencillamente las buenas noches. Por la mirada de sorpresa de Anahi se diría que había acertado.


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Hola! Les dejo el tercer capitulo. ¿Que piensan de Anahi y Alfonso? ¿Les gusta la historia?

Besos

A fuego lento (AyA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora