Como de costumbre, el sábado fue a casa de sus padres y comió allí con sus hermanos. Su madre, que siempre era cariñosa con todos, lo mimaba aún más desde que había regresado. Él creía que era por lo del trabajo, pero Marc yAlex insistían en que era por lo de Anahi. Durante todo el rato que estuvo allí, nadie le preguntó nada sobre ella, como si todos hubieran decidido darle un respiro. Y Alfonsolo agradeció. Sus intenciones eran muy buenas, pero prefería resolver el tema solo.
A media tarde regresó a Barcelona, con la intención de repasar unos documentos que el viernes había dejado a medias, e ir al gimnasio a boxear un rato. Desde su regreso de Nueva York, y al instalarse definitivamente en la Ciudad Condal, había vuelto a practicar el boxeo. Así se mantenía en forma y conseguía quemar la rabia y la frustración que lo consumían desde entonces. Entró en su apartamento, pero sólo se quedó el tiempo justo para preparar la bolsa de deporte, y salió hacia el despacho. Como era de esperar, Anthony lo llamó para salir; al parecer, se había tomado muy en serio eso de animarlo y, viendo que no podía negarse, le siguió la corriente.
Media hora más tarde, sintiéndose satisfecho por haber resuelto algunos de los temas pendientes, apagó el ordenador y abandonó la oficina. Estaba en la calle, con el ipod sonando a todo volumen, cuando vio que por la otra acera pasaba Anahi. Iba vestida con tejanos y una camiseta, y llevaba el pelo recogido. Al igual que él, de su hombro colgaba una bolsa de deporte, y entonces recordó que le había dicho que le había tocado el turno de noche.
-¡Anahi! -la llamó antes de que su cerebro le dijera que no era buena idea.
Ella tardó unos segundos en detectar de dónde venía la voz, y giró la cabeza a ambos lados antes de dar con él.
-Hola -la saludó Alfonso, a la vez que cruzaba la calle para acercarse.
-¿Qué haces por aquí? Creía que el sábado no trabajabas -le preguntó la rubia al verlo.
-Y no trabajo, pero ayer dejé unas cosas a medias y he venido a echar un vistazo. ¿Vas al hospital? -le preguntó, señalando la bolsa.
-Sí. ¿Y tú? -Señaló la de él.
-Voy al gimnasio.
-Ah, bueno. ¿Cómo fue tu cita de ayer? -Se había jurado a sí misma que si por casualidad volvía a verlo no se le preguntaría, pero al parecer su boca había decidido ir por otro camino.
-Bien. -No le dio más detalles y ella no insistió-. ¿Qué tal tu primer día en urgencias?
-Horrible -reconoció, pero una sonrisa acompañó el comentario-. Creo que trabajé más de quince horas seguidas. La verdad es que estoy muy contenta. -Miró el reloj-. Lo siento, pero me tengo que ir.
-Yo también voy en esa dirección. -El gimnasio de Alfonso estaba relativamente cerca del hospital donde trabajaba Anahi-. Si quieres, podemos caminar juntos.
Ella levantó la cabeza, y él se dio cuenta de que hasta ese instante no lo había mirado a los ojos.
-¿No te importa? -le preguntó Anahi con un nudo en el estómago.
-¿Por qué iba a importarme?
-No sé. -A falta de mejor explicación, se limitó a encogerse de hombros y echó a andar.
Al igual que en esos paseos que habían dado por la Gran Manzana, Anahi y Alfonso caminaron sin darse la mano, pero muy cerca el uno del otro, y perfectamente armonizados. Estuvieron unos segundos en silencio, hasta que él le preguntó de repente:
-¿Tu padre es el doctor Puente?
-Sí -respondió ella-. ¿Por qué lo preguntas?
Él sonrió.

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A fuego lento (AyA)
Novela JuvenilHistoria adaptada. Versión original de Anna Casanovas.