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Desde inicios de octubre habían empezado las bromas pesadas en el escuadrón. Y no solo en él, cada soldado de la base de entre los 20 y 40 años no desperdiciaba su oportunidad para utilizar aquella festividad en beneficio de un par de risas. En octubre las noches eran más oscuras, más largas. Para los militares no era una festividad comercial donde decoraban todo con fantasmas y brujas, calabazas de ule y luces intermitentes; significaba todo un mes en el que podían jugar bromas pesadas a sus compañeros sin ningún tipo de represalia pues nadie se quejaba más allá de sus labores cotidianas.
Gritos, risas, anécdotas y mitos. Pero ¿Hasta donde el mito era real? ¿Hasta donde era solo una mentira?
Siempre hay algo que todos cuentan pero nadie se atreve a comprobar y señalar abiertamente. Algo que se esconde en lo profundo de la intensa oscuridad, en la noche, en las habitaciones, en el rincón donde no hay nadie más que tú.
Nadie, hasta que estás solo. Donde nace ese sentimiento donde tu mente se apaga de repente y en lo único que puedes pensar es que definitivamente estás demasiado solo en ese lugar, uno demasiado oscuro aunque llevas contigo una linterna. Maldices para tus adentros por tener que cargar con el trabajo que pudo haber sido de otros pero, por casualidades, te había tocado a ti.
Las voces de tus compañeros se escuchan alejándose, riendo y conversando, dejándote en completo silencio, allí en aquel almacén donde organizas las cajas, apilándolas con cuidado una por una pues cualquier movimiento en falso significaría una avalancha y el desperdicio de todo tu trabajo esa tarde.
Hace más calor de lo normal, tu uniforme está húmedo y sucio por todo un día de trabajo sin descanso, estás tan cansado que tu mente empieza a dar vueltas vacilando entre el sueño y las ganas de terminar lo más pronto posible para poder disfrutar de la comodidad de tu cama luego de un baño bien merecido.
Mientras luchas contra el sueño flaqueas y una columna de cajas tiembla amenazando con venirse abajo, la sostienes rápidamente pero por el movimiento brusco tú linterna cae al piso y maldices, respirando frustradamente y avanzando con desgana hasta su posición.
Al agacharte tus ojos captan algo distinto, algo que piensas que tal vez no debería estar ahí pero no prestaste la suficiente atención para saber qué es.
¿Qué es una habitación llena de pensamientos que no puedes asimilar? ¿Qué es sentir que la oscuridad se vuelve más pesada y que, por un momento es como si pudieras tocarla, atravesarla? ¿Qué es el silencio sepulcral de tu alrededor que solo está siendo finamente cortado por el latido del corazón en tus oídos sordos?
Las leyendas nacen en una habitación sin nada más que un hombre y algo que definitivamente no debería estar ahí.
Algo se mueve con ligereza, tal vez es tu mente que te engaña en un intento desesperado de conseguir respuestas.
Algo te mira, tal vez es tu cerebro captando formas donde no las hay. Y allí mientras tú corazón late con rapidez puedes sentir un tacto, tacto de algo que aún no has encontrado forma y que no puedes ver extendiéndose por completo a ti pero sí sentir que no debería estar en ese lugar porque aquello y tú no pertenecen al mismo espacio y tiempo.
Tu cuerpo no se mueve y tu voz no resuena ni siquiera en tu mente porque temes que eso te pueda escuchar. Tu piel se vuelve más fría y a penas puedes parpadear. Sabes que algo en la oscuridad de esa habitación te mira pero no tienes el valor para intentar descubrir que es.
La voz de tu cabeza por fin despierta gritando que te muevas, que salgas, algo en tus instintos te dicen que corras de la oscuridad pero tu cuerpo simplemente se niega a obedecer. Te encuentras en un trance tan profundo que tu pecho solloza pero las lágrimas no salen.
¿Quién consuela a alguien cuando teme? ¿Qué es temer a algo que no ves? Tal vez porque precisamente la razón por la que temes a ello es porque es algo que no conoces.
Algo se acerca, algo te mira, aunque siempre te ha visto desde que entraste a esa habitación.
La puerta del almacén se abre de repente mostrando a Kyle Garrick, sosteniendo perezosamente una linterna.
— Oye, ya es tarde, deja eso y ven a cenar, vamos a preparar salchichas hoy.
El calor regresa a tu cuerpo ante el desmorone del silencio, respiras intentando mantener la compostura y solo murmuras un:
— Sí, ya voy.
Pero antes de salir por un breve momento tus ojos son llamados a aquel lugar donde algo observa, aquello que siempre estuvo ahí y que lo estará mientras estés solo, mientras haya oscuridad.
Nunca supiste si fue una broma de tus compañeros o si realmente algo espera en silencio donde nadie más que tú pudo ver.
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