Un principio cualquiera.

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No sé si esta historia va de amor, de misterio o de libros. Yo solo sé que me enamoré de una chica que amaba los libros y también quería a un hombre destinado a destruirlos. Primero debería hablar un poco de mi vida. Cuando tenía ocho años (no recuerdo los seis o los siete con claridad) el colegio terminaba antes que la jornada de trabajo de mi madre. A ella no le gustaban las niñeras y la hora entre el final del colegio y el de su trabajo estaba con ella, entre los libros de la biblioteca y me pasaba el tiempo hablando con mi mejor amigo cuando tenía ocho años, un joven cuentacuentos de veintitantos. Ese mismo año mis padres se separaron, no fue una ruptura llena de dolor y resentimiento como en muchas pomposas historias. Mis padres nos llamaron a mi hermana de seis años y a mí al sofá y nos explicaron que aunque ya no se querían entre ellos, no dejarían de querernos a nosotros. Mi hermana solo tenía seis años y dos meses y una semana, pero era la niña más lista que se ha visto de esa edad. Le sonrió a mis padres y les dijo que les quería con toda naturalidad, pero lloró las tres noches siguientes a la noticia. Compartíamos cuarto y esa noche se metió en mi cama en busca de algo de cariño, pero ni siquiera la consoló la idea de tener dos cumpleaños, y menos mal, porque todos los años mis padres acordaban un día y se reunían para celebrar cada uno de nuestros cumpleaños juntos, eso hacía de la fiesta el día más feliz del año. La custodia se la quedó mi madre, ella era bibliotecaria, pero mi padre siempre había cuidado de la casa y no tenía dinero para mantenernos, ni mamá suficiente para pasarle una pensión por nosotros, pero lo veíamos mucho, venía a visitarnos y mamá lo invitaba a menudo. Yo tampoco era un chico raro ni ausente como muchos de los protagonistas de los libros que me rodeaban, yo tenía amigos y jugaba con ellos en los recreos a la gallinita ciega y al pilla pilla, pero lo que más me gustaba era el fútbol; pasaba horas y horas jugando en el colegio. A medida que fui creciendo cambié el real por el de la play, pero nunca fue tan divertido como arrastrarse por el albero o en la playa, de hecho, había algo en la playa de mi pueblo que me encantaba y me daba mucha curiosidad, fueras a la hora que fueras el día que fueras siempre había un velero en el horizonte, un único velero que no tenía por qué ser el mismo siempre y que adornaba la raya entre el mar y el cielo. A veces alguien caía en una falta y nos peleábamos y llegaba al despacho del director con las rodillas raspadas y un hilo de sangre de la nariz a la barbilla. Siempre acababan castigándome a mí porque nunca decía nada, no me gustaba el sabor de la sangre, era amarga y no quería abrir la boca para que el hilo no entorpeciese su curso dentro de mi boca, así que acababa castigado. Me gustaba esa vida, pero cambió, porque todo acaba cambiando y terminas dándote cuenta, algunos antes y otros después, en mi caso, antes. Cuando tenía trece años nos mudamos a otro sitio ya que a mi madre la movieron a la biblioteca de un pueblo más grande, yo no quería ir, pero el sueldo era mayor y el dinero necesario. Al principio mi padre venía a visitarnos, pero después dejó de hablarnos. Nunca había tenido móvil ni ningún otro aparato para comunicarse a distancia, simplemente se fue. Allí, en la nueva biblioteca, fue donde la conocí. El primer viernes de instituto, después de toda una semana, fui por la tarde (su nuevo turno) a la biblioteca para echarle un vistazo y visitar a mi madre. Era más grande que la anterior, no había cuentacuentos, pero sí mucha más gente que en la antigua, ya no era un lugar solitario en el que solo estábamos los libros y yo. En cierto modo me entristeció al ver que no sería otro de mis templos de libros secretos, pero también me alegró; en la otra biblioteca muchos libros no habían sido leídos apenas un par de veces, pero allí todos se usaban. Ese día escogí un libro llamado "La chica que leía en el tejado", una agradable coincidencia que sí que tiene aspecto de libro inventado, teniendo en cuenta lo que pasó después.
Llevaba casi una hora leyendo y viendo a mi madre subir y bajar del almacén con libros para leer y leídos de todos los colores, títulos y géneros cuando apareció ella en la puerta. No me habría percatado de ella si no me tomara tan en serio la lectura y no hubiera necesitado un momento para asimilar la escena, alcé la mirada y vi a una de mis nuevas compañeras, Clara, esperar a mi madre en el mostrador. Cerré el libro marcando la página con un dedo y me acerqué a ella, giró la cabeza y sonrió al verme.
-Hola, ¿tú eres Miguel no? ¿qué haces aquí?-preguntó al verme.
-Leer y visitar a mi madre.- respondí señalando a la mujer que se acercaba grácilmente con un libro entre las manos. Al llegar nos preguntó si nos conocíamos, asentí y ella le tendió el libro a mi compañera. Fui a despedirme de ella, pero me esquivó y se dirigió a la mesa donde estaba leyendo yo momentos antes, se sentó en una de las sillas y me miró para que me acercase. Otra agradable coincidencia al ver el título de su libro, y me costó encontrarlo. Era bastante grueso, de los que traen una funda por fuera que se puede quitar, y ese la había perdido porque solo se veían dos tapas negras y desiertas de letras. Las páginas eran amarillas y viejas, en cuanto lo abrió el aroma a libro antiguo invadió mis sentidos. Rebusqué el título con la mirada un rato hasta que Clara se percató, cerró el libro y me mostró el lateral adornado con letras blancas, "El bibliotecario", sonreí y le enseñé el mío. Clara abrió los ojos como platos, no entendería su sorpresa hasta un tiempo después.
Yo era un chico tímido y lo sigo siendo. Ella se acercaba a mí de vez en cuando y hablábamos de temas sin importancia. Normalmente se acababa rindiendo tras dos o tres preguntas que yo solo contestaba con monosílabos y se iba. No quería ser antipático pero no me salían las palabras, no porque estuviera enamorado de ella, no en ese momento, pero simplemente no era bueno con las palabras, al menos no aparte de cuando las leía; eso forma parte de los mejores momentos con ella. La veía en la biblioteca y nos sentábamos juntos a leer cada uno su libro. A veces miraba por donde iba y si se me adelantaba leía en mi casa para alcanzarla y creo que ella también lo hacía, así que siempre terminábamos al mismo tiempo y entonces intercambiábamos los libros; lo hicimos con todos salvo con los primeros, los de los títulos irónicos. Esa fue toda mi relación con ella ese año. No volví a ser su amigo hasta segundo de bachillerato, cuando coincidimos de nuevo juntos en clase. Recuerdo nuestra primera conversación en clase, fue la primera vez que salieron más de dos palabras seguidas de mi boca para llegar a sus oídos.
-Hola, hace tiempo que no te veo por la biblioteca.
-Es cierto, no hemos coincidido mucho.
Después hablamos de como nos había ido esos años aunque nos habíamos visto por los pasillos todos los días. Hablamos un poco de todo y finalmente quedamos en la biblioteca. Fue divertido ver el libro escogido por cada uno, yo "El bibliotecario" y ella "La chica que leía en el tejado". Ese día no leímos en la mesa de siempre, fuimos a su casa y al fin comprendí lo irónico del título de aquel libro. En su cuarto, la ventana era a la vez una puerta que daba a la terraza y desde allí podías fácilmente subirte al tejado. Allí nos sentamos a leer hasta que salieron las estrellas y entonces me enamoré de aquella chica que leía en el tejado.
Empezamos a hablar y a conocernos cada vez mejor, cada día, cuando la veía, tenía la sensación de que me enamoraba más de ella. Me sentía muy a gusto con ella, era muy charlatana, pero en cuanto hablaba yo se callaba y me escuchaba con atención aunque solo dijese tonterías. Empezamos a quedar en pandilla sus amigas y mis amigos y nos lo pasábamos muy bien, fue un gran año hasta ese día de julio; ya teníamos dieciocho años.

La historia que nos une.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora