No tuvimos problemas con las maletas en el aeropuerto más alla de unos desafortunados calcetines amarillos al pasar por el arco detector de metales. Clara se estuvo riendo de mí practicamente hasta el puente de entrada al avión.
-¿Es que no sabes que te tienes que quitar los botines?
-No me he dado cuenta, te recuerdo que voy a buscar a mi padre al que no veo desde hace cuatro o cinco años.
-Perdona, -dijo secándose las lágrimas- es que no puedo parar de reír.
Cuando llegamos al avión empezó a ponerse nerviosa y a respirar rápido.
-¿Qué te pasa?
-Puede que no te lo haya dicho, pero me da algo de miedo volar.
-Tranquila, no va a pasar nada.
Me sentí bien durante unos veinte minutos consolándola y siendo algo así como su protector. Veinte minutos depués el avión despegaba, me mareé y acabé vomitando en una de las bolsas que tenía en el respaldo del asiento de en frente. Al menos Clara se distrajo, aunque el poco ego que me quedaba estaba hecho trocitos. Me puse música en los cascos y miré por la ventanilla. Eran las siete y media de la mañana cuando despegamos. Lógicamente, nos quedamos dormidos, al despertarme me la encontré agarrada a mi brazo, supuse que por su miedo a volar y roncando suavemente sobre mi hombro. Tenía que despertarla antes de aterrizar, pero decidí abrocharle el cinturón yo mismo y disfrutar algo más de tiempo de su cercanía. Al bajar, un hombre con un cartel y un nombre nos esperaba para llevarnos al hotel en taxi. Pensé que podría haber más Migueles o Claras, así que el nombre que pusimos fue Teresa Tinski (la protagonista del libro de "La chica que leía en el tejado").
Ella llevaba dos maletas de ropa y yo... yo llevaba otras dos, pero no porque yo quisiese sino porque mi madre no se fiaba del tiempo de internet y decidió meterme ropa para todas las estaciones. Me estaba bien empleado por dejarla que me ayudase a prepararla. Lo más divertido de todo ocurrió cuando llegamos a las doce y vimos que la cama de la habitación doble que pedimos era de matrimonio.
-¿Cómo pueden haberse confundido?
-No sé.-Esta vez era yo quien se reía.
-¿Puedes bajar a pedirles que nos cambien?
Y lo hice, después de un rato hablando en inglés con el recepcionista que apenas hablaba ninguno de los dos idiomas (incluyendo español) conseguí explicarle lo ocurrido de manera que me entendiera. Sin embargo, la traducción de su respuesta no contentó mucho a Clara.
-No tienen más habitaciones hasta mañana, así que esta noche nos toca la cama de matrimonio.
Podría haber acabado durmiendo en el sofá si no fuera porque aparte de la cama y el baño solo había un pequeño armario.
-Pero hay una noticia buena.
-¿Cuál es?-preguntó Clara rendida mientras deshacía la maleta.
-Nos regalan diez euros en el minibar.-Para los que quieran entender el chiste, no había minibar.
Después de almorzar algo en un ristorante al lado del hotel empezamos a andar. Tardamos una media hora en llegar a la Iglesia de Santa Prassede. Era, cuanto menos, tan magestuosa como todo lo que hay en Roma. No quiero aburrir con una descripción exahustiva, y más sabiendo que será insuficiente porque cuando algo es bello de verdad solo puede verse a través de los ojos. Quitando la belleza de las paredes y los techos era una iglesia normal, una nave principal ancha y otras dos más finas a los lados separadas por una arcada. El retablo principal y los bancos para quien quisiese sentarse a hablar con Dios. Estaba lleno de turistas y Clara y yo nos separamos para buscar a algún cura o monje. Tardamos un rato pero al final lo vimos. Llevaba una túnica como la que había encargado mi padre y el símbolo de una orden cosido a la espalda, supuse que fue eso lo que le mandaron a mi padre. El hombre era alto y escuálido, de unos sesenta años. Llevaba el pelo blanco muy repeinado con la raya a la izquierda y caminaba erguido y paulatinamente por un pasillo del lado izquierdo de la iglesia. Miraba a todo el mundo por encima del hombro con expresión seria.
Clara me dio un codazo y se dirigió hacia el monje, pero la detuve asiéndola del brazo.
-Espera, no sabemos si mi padre vino aquí voluntariamente o no. No podemos preguntar directamente.
-¿Y qué hacemos?
-Verás...
Le conté mi idea y empezamos a hablarlo hasta que perfeccionamos el plan. Esperamos a que comenzase la misa y atendimos atentamente. El monje permanecía sentado en el altar escuchando al sacerdote hasta que tocó pasar el saco de los donativos. Al terminar la misa e irse todos los feligreses, solo quedaron los turistas. Miramos con atención cuando el saco se vació en la cesta donde guardaban los donativos del día. Entre las monedas y billetes cayó una foto tamaño carnet. Al verla el monje, sus ojos se abrieron como platos, la cogió y se la guardó antes de que la viese el sacerdote. Se excusó ante él y salió a la calle. Esperamos unos segundos y lo seguimos.

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La historia que nos une.
Misterio / SuspensoEl padre de Miguel desapareció cuando él tenía trece años. Con dieciocho conoce a Clara, una chica de la que se enamora gracias a su afición común por los libros. Investigarán juntos el paradero de su padre y descubrirán que también está relacionado...