La incursión.

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-¿No se te ocurre nada?-me preguntó Clara.
-Tu eres la informática, ¿cómo lo hiciste la otra vez?
-No lo entenderías.-Suspiró y se subió al tejado de un salto, la seguí.
Cambiamos de tema y seguimos hablando un rato. Su madre nos subió unas galletas. Era una mujer muy amable y atenta. Era bajita y regordeta, pero bastante activa, era profesora de lengua en un colegio y al menos yo, hasta hoy, no la he visto enfadarse.
Una semana después, Clara se presentó en mi casa con el portátil y subimos a mi cuarto.
-Ayer fui a ver a mi padre al trabajo en su segundo día y en su hora del almuerzo conecté mi portátil a su ordenador, no te diré como. Así que puedo entrar, he estado grabando la pantalla hasta que ha introducido la contraseña en la base de datos. Solo tengo que entrar cuando esté en su descanso, que dura media hora, y es dentro de veinte minutos. Entraré en la base de datos, buscaré a tu padre, sacaré sus datos bancarios. Lo imprimiré aquí, saldré de ahí borrando el historial y me desconectaré de su ordenador. Ya está, fácil.

No quise intervenir, me había perdido a la mitad. Aún así me quedé a su lado observando hasta que mi impresora empezó a funcionar. De un salto me coloqué al lado y empecé a leer. Solo había algo que no encajaba.

-Clara, échale un vistazo al último pago que hizo con la tarjeta.-dije tendiéndole el papel.
-¿Un billete de avión?
-Para Roma.-la interrumpí- Ya sabemos dónde ha ido.
-¿Qué piensas hacer?

Esa pregunta que Clara me hizo me tuvo pensando todo el día, le dije que no lo sabía. No sabía si se había quedado en Roma o si solo era una parada necesaria para ir a otro lugar. Y aunque se hubiera quedado ¿cómo iba a encontrarlo en toda Roma? Me habría dado por vencido a las cuatro de la mañana, pero releí una vez más los pagos. Encontré una especie de túnica pediada por internet y un recibo de correos por un paquete llegado desde una iglesia pequeña de Roma. Ya tenía por donde empezar. Me levanté y encendí la luz del flexo de mi escritorio. Recorté la foto de mi padre y me puse a buscar hotel en internet toda la noche. Tenía unos ahorros preparados para una moto, pero eso me valía más la pena. Fui a contárselo a Clara antes de hablar con mi madre.

-¿Estás loco?
-Tengo que ir.
-¿Y qué le vas a decir a tu madre? No pretenderás soltarle que de repente te han entrado unas ganas tremendas de visitar Roma.
-No sé lo que le diré, pero pienso ir. No tienes derecho a prohibírmelo.
-No quiero evitar que vayas, pero ya estoy muy implicada y no te dejaré en Roma solo. Quiero ir. Además, una escapada de pareja es una mejor excusa.

La proposición me pilló por sorpresa y me quedé paralizado intentando balbucear algo. Clara me miró extrañada y sonrió.

-No digo que salgamos. Me refiero a fingirlo.
-Sí, sí, claro. Buena idea.

Encuanto cerró la puerta respiré tranquilo, "Casi me pilla", pensé y después sonreí, algo avergonzado. Hablé con mi madre explicándole la mentira que habíamos acordado -pensamos en una historia en conjunto por si a nuestros padres les daba por hablar-. Tres días después estábamos en el avión, nos quedaríamos allí una semana.

La historia que nos une.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora