Estrellas en el tejado.

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Fijamos el viaje a Roma y compramos los billetes de avión. Reservamos una habitación en un hotel algo cutre para una semana. Nos iríamos en unos cinco días. Intentamos no hablar mucho con Raúl, Max y Alicia para evitar preguntas. Para ellos yo me iba a mi pueblo y Clara era la que se iba a Roma con su padre. Quedamos con los amigos un par de veces, para la piscina y para dar una vuelta. Max y Raúl me miraron algo mal durante esos días hasta que hablé con ellos. Max era más callado, pero Raúl fue directo al grano.
-Estamos molestos. Es obvio quete tira Clara,-guardé silencio- pero eso noimplica que nos tengas que dejar tirados.
Sopesé sus acusaciones y acabé por darles la razón. Al día siguiente nos llevamos todo el tiempo en mi casa jugando a la play, hasta las diez. A esa hora se fueron. Clara me llamó esa noche, a la mañana siguiente nos íbamos, quería repasar los gastos de mi padre. A las diez y media estaba en su casa. Su padre no estaba y el tejado de su cuarto daba a la calle. Cruzando el pasillo estaba el cuarto de su padre, con vistas a su patio y el de los vecinos y con mayor intimidad. No queríamos que nos vieran con los informes. Allí no había puerta y el tejado era más inclinado. Salimos por la ventana y nos sentamos apoyados en la pared a un lado. Su patio estaba lleno de macetas con flores y un trozo con cesped que servía de cama a Cumbre, un gran danés blanco como las nubes y que no ladraba si no era en ocasiones especiales. Era muy tranquilo y se movía lentamente por la casa o por la calle, le gustaban los niños y a veces ellos iban a saludarlo antes de que las madres salieran corriendo a separar a sus hijos de un perro tan descomunal en tamaño. Lo primero que le expliqué a Clara fue lo de la túnica y el paquete que le había comentado.
-¿Crees que tu padre se ha unido a una secta?
-No, eso es muy raro. Mi padre jamás haría eso y menos sin avisar.
-Aquí no hay nada de hotel o casa. ¿Conoce a alguien allí?
-Que yo sepa no, pero puede ser. Eso o se queda en la iglesia esa a dormir. Esas son las posibilidades.
-Pues todo apunta a una secta porque un puesto de trabajo en Roma...
-Hubiera avisado.-la interrumpí y nos quedamos en silencio.
-¿Que día es hoy?-pregunté.
-Trece de agosto.
-¿Hoy es eso de las estrellas fugaces no?
-Sí, las lágrimas de San Lorenzo, de las dos a las tres de la mañana es cuando mejor se ven.
-Yo vi una de camino aquí.-miré el reloj.-Las doce y media.
-¿Quieres quedarte a verlas?
Asentí y nos callamos para no espantar a las estrellas. Admito que lo bonito de esa noche no fue mirar al cielo del pueblo, que no eran muchas, durante un largo rato. Lo que disfruté fue estar con ella. Al mirarla descubrí una expresión nueva, una pequeña sonrisa que se escapaba, incontrolable, yo tenía una igual en mi cara, esa tonta e indomable sonrisa.

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