El almacén.

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-Tengo uno hace veinte años y ya no hay más hasta hace cuatro años, hay tres en distintos museos de Milán, Florencia y Roma.
-Hace veinte años fue antes de conocer a mi madre, lo que no entiendo es cómo se mete alguien en algo así.
-Espera, dijo Clara, aquí hay otro, de 1980, a este lo pillaron.
-Entonces ese no sirve, mi padre era demasiado joven en ese año y además...
-No es tu padre, pero mira.
Clara giró el portátil para enseñarme una foto sepia de un hombre de unos cuarenta y cinco o cincuenta años. Era muy parecido a mi padre, me sonaba su cara, y lo recordé. Solo lo había visto una vez en persona cuando tenía once años, murió una semana después pero mi padre solía llevar una foto suya en la cartera. Era mi abuelo.
-Mi padre heredó su profesión cuando lo encerraron, tal vez le obligaran o le pagaran mucho dinero y al hacerse adulto ya no podía librarse de este trabajo.
-¿Tu abuela vive?
-No, yo nunca la conocí.
Clara y yo suspiramos, ya amanecía.
-Volvamos al motel, tiene que haber algo más, si me ha dejado que descubra esto es porque quiere que le encuentre.
-No sabes si las pistas son para ti. Además, puede que el mensaje sea que no le busques o correrás peligro.
Miré a Clara fijamente, cabía esa posibilidad, pero estaba dispuesto a asumir el riesgo. Clara me entendió y guardó el portátil.
-En marcha.
Al llegar al motel nos dimos cuenta de que la escalera de incendios por la que bajamos la vez anterior estaba demasiado alta y la única otra entrada era la puerta principal. Después de dar unas cuantas vueltas al edificio nos resignamos y entramos lo más tapados posible, con la intención de forzar la puerta.
-Como den un paso más llamo a la policía.
La recepcionista tenía ya el móvil en la mano así que nos descubrimos y aceptamos la derrota. Sinceramente no me apetecían los problemas legales en Italia.
-¿Cuanto es una noche?-preguntó Clara.
-No pienso dejarles la habitación para que la desbaraten.
-¡No fuimos nosotros!-rebatió Clara con convencimiento- Fue el monje, créanos, le dejaré mi DNI y podrá denunciarnos si al salir hay algún desperfecto.
La chica nos miró con desconfianza, pero después de unos segundos de miradas suplicantes nos dijo un precio. Nos pidió el DNI a los dos y nos dio las llaves. Al entrar estaba todo ordenado de nuevo y los libros habían desaparecido.
-Los habrán tirado, maldita sea.
Clara y yo peinamos el cuarto con más paciencia, pero no encontramos nada.
-Quedémonos hoy aquí a dormir, tendremos más tiempo para buscar.-dijo Clara.-Si quieres, yo duermo en el sofá.
Intenté convencerla de ser yo el que durmiese en el salón, pero no hubo manera de sacarla de su idea. Me tiré resignado en la cama. No era posible que mi padre me hubiera dejado así, a las puertas de encontrarle, y entonces lo pensé. Ese monje delgaducho no hubiera tenido la fuerza suficiente para mover todos los muebles y mi padre se fue a toda prisa, tal vez no huyó de la Iglesia, ¿por qué hacerlo justo ahora?
-Ya sé por qué no hay más pistas.-susurré para mí.- No huyó, le secuestraron.
Me levanté y le eché un vistazo al cuarto, la moqueta era suave. ¿Qué posibilidades había de que lo que quiera que buscasen los secuestradores y el monje siguiera allí o no fuera lo que nos llevamos? ¿Podría haber algo más? Entonces lo vi, en una esquina del cuarto. Me agaché y tiré de la moqueta ligeramente levantada, las tablas estaban sueltas. Debajo de ellas, libros.
Cinco libros de tapas antiguas, el mismo patrón que en los otros. Solo uno era diferente. Un libro escrito por un judío. Busqué el título en internet, ese ejemplar fue el único que salió del almacen que ardió en su primera y única edición, en España. Les achacaban el incencio a una organización neonazi. Cada vez se volvía todo más peligroso.

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