1. La habitación blanca.

105 10 3
                                    


Luz, era todo lo que la chica podía ver. Estaba tendida sobre el suelo, pero no podía sentir las rocas que decoraban las planicies africanas. El sonido de la naturaleza había muerto, como si cada ser vivo a su alrededor estuviera conteniendo el aliento, esperando por algo. Cuando finalmente logró abrir los ojos lo único que pudo ver fue la inmensa estancia de color blanco, por un segundo pensó que se encontraba en un hospital, pero el lugar estaba tan vació que rápidamente descartó la idea. Se sentía pesada, como si su ritmo cardíaco fuera demasiado lento, intentó ponerse de pie, apoyando los codos en la lisa superficie en la que estaba recostada, preparada para luchar contra su cuerpo adormecido y la falta de energía; pero tras el primer empujón, se irguió como si se encontrara en un lugar sin gravedad, como si no pesara nada. Demasiado rápido para el bien de su cabeza confundida, o de su estómago.

Sintió nauseas, sin embargo su cuerpo no respondió con las normales arcadas que le provocaban los movimientos inesperados; se trataba más un reflejo que de verdaderas ganas de vomitar. Era como si sus pies apenas tocaran el suelo. Y aquella sensación no le agradaba en lo más mínimo. Repasó mentalmente la lista de todas las drogas que conocía y los efectos que producían, la cual no era muy larga, era una deportista, por el amor del cielo, una buena deportista, no iba arruinar sus récords por meterse con algo que no conocía del todo. Sin embargo, no encontraba otra manera de explicar lo que estaba pasando. Nunca en su vida había estado en un lugar como aquel. Y muy a pesar de la aparente paz del lugar, en su pecho se instaló una preocupación que le calaba hasta los huesos. Apretando su corazón como un puño de hierro, sofocándolo poco a poco, dejándola sin esperanzas.

En la estancia una especie de energía eléctrica comenzó a formarse, despedía un brillo tenue de momentos y cegador en otros, más no tenía forma.

El aire se llenó con el olor del ozono, como si una tormenta se acercara, cosa que Naya le pareció ridícula a menos de que alguien se le hubiera olvidado cerrar una ventana, aunque dudaba que hubiera en aquel lugar; y sin embargo el aire a su alrededor se sentía más pesado, miró en todas direcciones, tratando de entender lo que ocurría, sin atreverse a preguntarlo en voz alta, ya que el obtener una respuesta la aterraba demasiado. Se abrazó por los codos, para tratar de detener los escalofríos que le recorrían la columna, de repente sentía el piso helado bajo desnudas plantas de sus pies.

La luz comenzó a rodearla, inspeccionándola de pies a cabeza, pero al final se alejó de ella. Ahora, a Naya, la habitación no sólo le parecía enorme, sino también fría y estéril, a pesar de la apariencia, el resplandor blanco que emitía le pareció vacío y ajeno al lugar.

—Naya Nott —dijo una voz que bien pudo ser dulce como pudo ser atemorizante, que retumbó por las paredes y emitió ecos.

Se sobresaltó ante la mención de su nombre, trató de no encogerse sobre sí misma, después de todo, no había lugar donde ocultarse. Dejó caer las manos a los costados y levantó la mirada hacia el frente, sacando valor de donde ya no le quedaba.

—Esa soy yo. —su voz sonó más firme de lo que ella misma se sentía.

El ente volvió a moverse a su alrededor, evaluando todo sobre su persona, su postura, sus ojos, su voz...

Naya empezaba a sentirse verdaderamente confundida, tenía tantas preguntas, pero el hueco en la boca de su estómago le dejaba claro que no estaba ahí para obtener respuestas; por el contrario, la sensación de que querían algo de ella no dejaba de crecer en su interior, pero no tenía nada que dar; no llevaba efectivo encima y tampoco tenía su cartera a la mano; la había dejado en su bolso, el cual estaba dentro de la tienda de campaña con todas sus demás pertenencias... la tienda de campaña...

AnimasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora