1- "Despertando"

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Sentía que las cosas a mi
alrededor se movían, pero tenía
esa sensación de que todo lo que
me rodeaba no podía llegar a
tocarme, porque yo estaba
apartada de todo. Sentía mi mente
dar vueltas y varias veces creí
que, de no ser porque estaba
sentada, hubiera acabado en el
piso, inconciente. Intenté
calmarme, respirando
repetidamente y tratando de
acomodar los sucesos en mi
cabeza. Aún no podía creer lo que
había sucedido.
Enfoqué mi vista en las
inmaculadas paredes blancas,
intentando por todos los medios
volver a la realidad; mas mi mente
se encontraba abarrotada de
hechos confusos que me impedían
concentrarme en lo que me
rodeaba. Aún podía recordar la
gran sonrisa entusiasta de mi
padre cuando partimos en nuestro
auto hacia Forks, en busca de un
intento por cambiar nuestro estilo
de vida.
Mis padres habían estado
separados por algunos años,
debido a sus fuertes diferencias
personales. Mi madre era una
mujer de ciudad, autosuficiente y
siempre dispuesta a trabajar para
alcanzar sus sueños y metas. Mi
padre, en cambio, había crecido en
aquél pueblo -de hecho, había
vivido allí hasta hacía un par de
años- y tenia un estilo de vida
bastante más conformista y
rutinario, al que, con el tiempo, se
había terminado por habituar.
Tenían sus notorias diferencias,
pero habían querido una nueva
oportunidad, una nueva chance de
probar que podían funcionar
juntos como un matrimonio feliz.
Y todo por mí. Yo sabía que no
había otro motivo que mi felicidad,
y aquello me había hecho sentir
llena de dicha. Mi padre se había
encargado de buscar una nueva
casa en Forks y la tarde anterior
habíamos comenzado nuestro
viaje.
Sin embargo, los hechos se
sucedieron de manera errónea.
Un camión, luces por doquier,
gritos y una repentina oscuridad.
Y allí estaba yo, rodeada de
aquellas paredes
insoportablemente blancas;
velando por la salud de mis padres;
esperando, inútilmente, para que
despertaran a la brevedad. Miré
mis brazos pálidos, rodeados de
fuertes vendas blancas y suspiré,
sabiendo que hubiera deseado con
toda mi fuerza la misma suerte
para mis progenitores. Sin
embargo, a ellos el repentino
accidente les había costado
bastante más caro que a mí.
Sentí que una sombra impedía que
la cegadora luz del techo me
siguiera encandilando, por lo que
levanté la vista para encontrarme
con el rostro de un hombre que no
podía tener mucho más de treinta
y cinco años. Lo reconocí no sólo
porque él me había curado las
heridas, sino porque tenía una
belleza muy poco propia de aquél
monótono pueblo. Vi que sus
cálidos ojazos azules, resaltando
contra su pálida piel, me
observaban seriamente, aunque
sin abandonar aquél aire de
comprensión.
-Isabella Swan, ¿cierto? -
preguntó con una voz suave como
el terciopelo.
Asentí en silencio.
-Soy el doctor Cullen -se
presentó el hombre,
extendiéndome su mano.
La estreché de forma torpe.
-¿Cómo están mis padres? -
pregunté ansiosamente.
-Tienen heridas bastante graves
-explicó suavemente. Parecía
predecir que en cualquier momento
yo podía desmayarme allí mismo-.
Necesitamos trasladarlos a
terapia intensiva -me explicó.
Suspiré entrecortadamente,
fijando la vista en el piso.
-¿Se despertarán? -pregunté,
alzando la vista con los ojos
empañados por aquellas lágrimas
que querían comenzar a recorrer
mis mejillas.
-Voy a luchar porque así sea -
me respondió con su voz suave,
para luego retirarse con andar
elegante por el lugar.
Suspiré, volviendo a acomodarme
en aquella dura silla de la sala de
espera. Los ojos comenzaron a
pesarme y pronto no vi nada más
que oscuridad. Tuve un sueño
horrible y demasiado vívido, que
me hizo despertar con la
respiración agitada y el corazón
desbocado. Intenté enfocarme en
el lugar donde estaba y, si bien no
sabía a ciencia cierta cuánto había
dormido, la desolada sala me
indicaba que había sido un tiempo
bastante prolongado. Me saqué el
sweater que traía puesto,
dándome cuenta que había más
calor que cuando me había quedado
dormida. Cuándo asomé la cabeza
por afuera de la prenda, vi de
nuevo aquél rostro gentil
observándome. Terminé de
sacarme mi abrigo y me enderecé
para mirar al doctor Cullen.
-Isabella, ¿no crees que sería
conveniente que vayas a tu casa a
descansar un poco? -me
preguntó cortésmente el hombre.
Entonces caí en la cuenta de algo.
Mi rostro debió de haber adquirido
el mismo tono pálido que su piel,
porque me miró confundido y, en
cierta forma, preocupado. Intenté
acomodar mi mente; quizás, solo
quizás, tenía un olvido
momentáneo. Quizás, quizás...
¡Entonces por qué estaba tan
segura de que no sabía nada!
-No...yo no...no se exactamente
dónde vivo... -murmuré con la
contrariedad seguramente
reflejada en mi rostro-.
Nosotros llegábamos a Forks esta
misma mañana para vivir aquí,
pero la casa la compró mi padre
y...
Dejé la oración en el aire, sin
saber demasiado bien como
explicarme.
El doctor Cullen, ante mi notable
confusión, me dedicó una sonrisa
cálida; aunque en sus ojos podía
leerse, aún, la preocupación.
-Tranquila, pediré que se
encarguen de las averiguaciones
correspondientes para ubicar tu
casa -me calmó.
Asentí en silencio, aún demasiado
confundida como para decir algo al
respecto.
Se sucedieron unos cuantos
minutos en los que dormité en mi
asiento, a pesar del inminente
movimiento que sentía a mí
alrededor. Luego, cuando abrí los
ojos, me levante dificultosamente
de mi lugar y me moví un poco. A
pesar de que tenía una herida en
mi pierna -no demasiado
profunda, pero si lo
suficientemente molesta- , tuve
la necesidad de caminar después de
tantas horas sentadas. Sin
embargo, después de dar unos
pocos pasos, mi pierna me falló y
fui a parar directo al piso.
Suspirando y sin las fuerzas
necesarias para levantarme, me
arrastré hacia un costado del
pasillo y me quedé sentada con la
espalda apoyada en la pared.
Abracé mis rodillas, dejando la
vista fija en el piso e intentando
por todos los medios que aquella
pesadilla acabara de una buena
vez.
Me levanté otra vez, sintiendo el
dolor en mi pierna nuevamente, y
me encaminé hacia el sector de
terapia intensiva. Por todos lados
intenté hallar el rostro del doctor
Cullen, tratando de conseguir su
permiso para poder ver a mis
padres. Con mucha dificultad,
debido al a la molestia de mi
pierna, que cada vez se
incrementaba más, me acerqué al
escritorio a principio de la planta y
pregunté por el doctor. Una mujer
de unos cincuenta años de edad me
indicó que él se encontraba al
final del pasillo. Después de
agradecerle, me acerqué allí tan
rápido como mis piernas y las
personas que se ponían en mi
camino me lo permitían. Me
aproximé a la puerta, más el
sonido de voces provenientes del
interior me hizo quedarme
estática en mi lugar.
-... porque estás tomando
decisiones apresuradas -dijo una
voz suave como la seda, aunque
podía percibirse un matiz duro en
ella-. ¿Por qué el compromiso
especial? ¡Ni siquiera sabes nada
de ella!
- Conozco a su padre -replicó
otra voz, que reconocí como la del
doctor Cullen-. Confió en ti, y se
que podrás hacer algo así.
- Confías en mi ciegamente,
¿sabías? -respondió la primera
voz aterciopelada y suave-. ¿No
puedes decirle a... Emmett? -
agregó la voz exasperada de
forma vacilante, alzando
levemente la voz.
- Edward, sabes que Emmett no
puede cuidar ni de si mismo -
respondió el doctor, y pude
percibir un leve matiz de diversión
en su voz.
- ¿Qué tal Alice? -preguntó
ahora el tal Edward-. ¿O alguno
de los Hale?
- Porque os conozco demasiado a
todos como para saber que tú eres
el más apropiado para una
situación como esta. Deposito en ti
toda mi confianza -volvió a
hablar el doctor Cullen-. Es muy
importante que lo intentes. Ella
está completamente sola en un
lugar que no conoce , a caban de
llegar esta mañana a Forks -
explicó y dejó escapar un suspiro,
antes de agregar-: Además, está
bastante herida como para andar
sola por ahí y tú -hizo una nueva
pausa- deberías aprender a
superar las cosas que no puedes
cambiar.
Obviando aquella última frase,
comprendí todo.
Entonces, toda aquella
conversación giraba en torno a mí.
Fruncí el ceño. ¿Qué era lo que
estaba intentando el doctor
Cullen?
Escuché un gruñido, y a él le
siguieron las palabras de Edward:
- Estoy bien, y el pasado no tiene
nada que ver con esto -respondió
de mala gana-. Además, ¿ qué
pretendes? ¿Que sea su niñero?
El doctor Cullen soltó una suave
risa.
- Es una forma muy particular de
ver las cosas.
- A mi no me resulta gracioso -
replicó Edward, sin una pizca de
humor en su voz.
Confundida, me alejé de allí dando
tumbos y sin terminar de
comprender que era lo que sucedía
allí. ¿Quién era aquél que hablaba
con el doctor? ¿Por qué hablaban
sobre mí? ¿Qué no podía estar
sola? ¿Eso significaba que mis
padres no saldrían de allí en
cuánto tiempo? Con un dolor de
cabeza creciendo
progresivamente, volví a
desplomarme en aquél asiento en
el que había pasado varias horas.
Eché la cabeza hacia atrás,
intentando tranquilizarme y
calmar las punzadas en la cien.
Estuve en aquella posición hasta
que me sentí observaba y un
exquisito aroma dulzón inundó
todos mis sentidos. Alcé la vista y
entonces vi una de las cosas más
hermosas que había visto en mi
corta vida. Allí frente a mi se
encontraba un muchacho de piel
increíblemente pálida, con la que
solo desentonaban unas suaves
ojeras, ubicadas bajo sus ojos
brillantes, del color de las
esmeraldas. Sus labios carnosos
estaban torcidos en una mueca de
duda, al igual que sus cejas,
levemente cubiertas por un cabello
castaño cobrizo algo desordenado.
¿Estaba soñando todavía?
-¿Eres tú Isabella Swan? -
preguntó con aquella voz
aterciopelada, que identifiqué al
instante.
Aquél era el joven que había
estado hablando con el doctor
Cullen.
-Bella -corregí casi como
autómata. Nunca me había
gustado mi nombre.
Vi que me miraba fijamente y
estoy segura que por unos
segundos me olvidé de respirar.
-Soy Edward Cullen, hijo de
Carlisle -se presentó
rápidamente.
Pensé que me daría la mano, sin
embargo solo se limitó a mover un
poco su cabeza.
Como si una especie de llamado se
hubiese tratado, cuando su nombre
fue pronunciado, el doctor Carlisle
Cullen hizo acto de presencia
detrás de su hijo. No cabía duda
que eran padre e hijo, el rebelde
cabello broncíneo y la piel pálida
como la nieve los delataba. Vi
como Carlisle le ponía una mano en
el hombro a Edward y luego volvía
su vista hacia mí.
-Isabella, hemos averiguado
algunos datos sobre tu hogar -
me explicó. Vi como Edward desvió
la mirada con cierta exasperación
-. En pocos minutos me
alcanzarán algunos papeles con la
dirección y algunas cosas que
deberías tener en tu poder, sólo
por precaución.
Asentí en silencio.
-Muchas gracias.
-No, de nada -replicó él,
mostrando una hilera de
relucientes dientes blancos-.
Edward te acompañará hasta allí
-agregó luego.
Sorprendida me volví hacia el
muchacho en cuestión, que seguía
mirando al vacío con aquél aire de
fastidio. Suspiré mientras volvía a
asentir y, dificultosamente me
ponía de pie. Edward me miró en el
proceso y su vista se centró en mi
pie.
-Carlisle, ¿no crees que sería
útil una silla de ruedas? -
preguntó el muchacho mirando a
su padre y me sorprendió la
formalidad de su voz.
-No, estoy bien -repliqué yo
rápidamente.
Lo único que me faltaba era tener
que moverme para todos lados con
una silla de ruedas. Ya de por si,
era bastante torpe con mis propios
pies. ¡Ni me imaginaba cómo sería
si tuviera que moverme sentada!
Además, la herida no se veía tan
mal como para algo así.
Edward me dirigió una mirada
profunda y creo que no miento si
digo que me quedé congelada en mi
lugar ante el escrutinio de sus
ojos verdes. Comencé a caminar
con dificultad y él se movió a mi
lado con elegancia y tranquilidad,
siguiendo mi ritmo lento. Después
de pasar por el escritorio para
tomar la dirección que nos habían
conseguido, salimos del edificio.
No tuvimos que caminar demasiado
para situarnos frente aun
reluciente auto plateado que me
dejó con la boca seca. Un
imponente Volvo se encontraba
frente a nosotros, estacionado
frente a un insignificante
almacén. Creí que seguiríamos de
largo, pero me llevé una sorpresa
cuando Edward abrió la puerta del
copiloto, permitiéndome la
entrada. Después de agradecerle,
me deslicé en el interior del
reluciente coche. No pude
concentrarme en el viaje ni un
segundo, debido al extraño y
fuerte aroma dulzón que ya había
sentido antes, y que ahora se
concentraba en aquél automóvil.
Sólo me di cuenta de que habíamos
llegado, cuando vi que Edward me
esperaba fuera del vehículo, con la
puerta de mi lado abierta.
Igualmente, no había demasiado
para ver, ya que en Forks todo
parecía abrumadoramente verde.
Cualquier rincón al que mirara
parecía estar repleto de
vegetación, por lo que el paisaje
se volvía monótono y aburrido.
Bajé del auto aún un poco
mareada por el aroma que me
había rodeado durante todo el
viaje. Supuse que el sueño
tampoco ayudaba; después de
todo, había dormido un poco, pero
los asientos de las salas de espera
no eran tan cómodos como una
cama. Vi como Edward, con mi
maleta en una mano, tomaba de su
pantalón un juego de llaves y
comenzaba a avanzar por un
camino de asfalto. Alrededor
nuestro había algunas plantas
decorando el pequeño jardín
delantero. La fachada de la casa,
de un color amarillo pálido, era
bastante más amplia de lo que me
la imaginaba. Llegamos
rápidamente frente a una puerta
de madera, la cual Edward se
ocupó de abrir con las llaves que
había tomado. Los dos ingresamos
en silencio a la casa y, con solo un
par de pasos, pronto nos
encontramos en el recibidor. Este
conectaba con un living comedor y
con otra puerta que daba a la
cocina, la cual a su vez permitía la
salida a un pequeño, pero
pintoresco, patio trasero. Las
escaleras, ubicadas a un lado del
recibidor, llevaban al segundo piso,
donde se encontraban dos
habitaciones -una matrimonial y
una simple para mí- y un baño en
medio de ambas.
Después del rápido recorrido por la
casa; dejé mi maleta, con ayudar
de Edward, en mi cuarto,
conformado por una cama con la
mesa de noche a juego, un viejo
ordenador, un sofá de dos plazas
pequeño, una diminuta mesita
ratona, un equipo de música y un
placard antiguo. Sentada en el
sofá comencé a ordenar, de forma
desganada, mi ropa dentro del
armario. No había siquiera
acomodado la mitad; cuando,
fastidiada por la tarea, alcé la
vista al techo...
...topándome con un par de ojos
verdes en el proceso.
Edward se encontraba cruzado de
brazos, apoyado en el marco de la
puerta.
-¿No sería mejor que durmieras
un poco? -comentó, en aquél
tono suave, aunque con el rostro
serio.
Tardé varios segundos en poder
despegarme de sus ojos. Luego,
con toda mi fuerza de voluntad,
dirigí mi mirada hacia el reloj que
pendía de la pared, que marcaba
las tres y diez de la mañana.
Suspiré.
-Debería comprar algunas cosas
para la casa, pero creo que puedo
esperar hasta la mañana -
comenté con cansancio. Luego me
volví para mirarlo, con una duda
asaltando mi mente-. ¿Tú... te
quedarás aquí? -inquirí,
dubitativa.
El asintió en silencio, aún desde su
posición.
-Carlisle me pidió que así lo
hiciera -replicó. Claro, yo lo
sabía porque había escuchado su
conversación detrás de la puerta,
pero él no tenía por qué saberlo
-. Me dijo que eras nueva aquí y
que quizás te vendría bien tener
un poco de compañía ahora que...
Se quedó callado de forma súbita,
incómodo, y yo entendí que se
refería al accidente de mis padres.
Asentí levemente.
-¿Tú...? -me quedé
observándolo, vacilante-. Quiero
decir... ¿el doctor Cullen te ha
dicho algo... sobre mis padres?
Negó con la cabeza.
-Carlisle no me ha dicho nada,
pero estoy seguro de que, ante
cualquier novedad, se encargará
de llamar -respondió seriamente
-. Pero, mientras no tengamos
novedades, me quedaré aquí.
Después de aquella breve y tensa
charla; nos quedamos en silencio,
mientras yo terminaba de dejar
las ropas que me faltaban doblar
dentro de la maleta. Me puse de
pie y me dirigí nuevamente hacia
él:
-Esto... si quieres puedes usar el
otro cuarto -comenté, un poco
nerviosa. De acuerdo, sabía que
aquello era bastante obvio;
después de todo, no creo que le
agradara dormir en el piso.
El asintió en silencio y luego cerró
con suavidad la puerta de mi
habitación.
Suspiré, antes de desplomarme en
la cama con cansancio. Sin
siquiera preocuparme por
cambiarme de ropa, giré sobre la
almohada, dándome cuenta de
cómo me dolía la espalda después
de mis siestas improvisadas en la
sala de espera. Me acurruqué en
un costado de la cama y en un
tiempo récord me quedé
completamente dormida. No pude
recordar lo que había soñado
aquella noche, pero tenía una
extraña opresión en el pecho que
me decía que aquello, muy
posiblemente, no debía haber sido
nada bueno.
La mañana siguiente me desperté
bastante temprano con la luz
matutina dando de lleno en mi
rostro. Claro, después de todo, ni
siquiera había cerrado las
cortinas, por lo que la claridad
perlada del cielo se filtraba por mi
ventana. Con dificultad me
incorporé y me pasé las manos por
los ojos, intentando enfocar mi
vista en lo que me rodeaba
después de haber dormido solo
unas pocas horas. Entonces, abrí
la boca sorprendida y me acerqué
a la mesita ratona que se
encontraba frente al sofá. Allí
había una bandeja con un vaso de
jugo, algunas tostadas, un par de
galletas, mermelada y algunas
otras cosas. Parpadeé varias
veces y, sin probar bocado, salí de
la habitación. Bajé las escaleras
desenredándome un poco el cabello
con las manos y me sorprendí al
encontrarme con aquella figura
masculina mirarme desde la mesa
de la cocina.
Entonces recordé que Edward
estaba conmigo.
-Bueno días -saludé
torpemente.
Él cerró el libro que estaba
leyendo.
-Buenos días.
-¿Tú...hiciste el desayuno? -
pregunté.
Bravo Bella, el premio a la mente
brillante es para ti.
Él simplemente se dedicó a asentir.
-Fui a hacer algunas compras
esta mañana -explicó, mientras
se ponía de pie y abría el
refrigerador ¿Cómo había hecho,
si no eran más de las siete de la
mañana?-. No se si eso -señaló
lo que había dentro- es de tu
agrado, pero si necesitas algo
podemos volver -comentó, con
indiferencia.
Asentí y me volví para mirarlo.
-Muchas gracias.
Después de aquéllo, corrí
escaleras arriba -
sorpresivamente, llegué al final de
ellas sin caerme- y me metí en el
baño, dispuesta a quitarme
aquellas ropas que traía puestas
desde el día anterior y a darme
una ducha reparadora. Mientras
me bañaba, me di cuenta de que ya
había shampoo, acondicionador y
jabón.
Evidentemente, Edward estaba en
todos los detalles.
Una vez que acabé con mi baño, me
vestí y descendí para echar un
vistazo a las cosas que faltaban
comprar. Tomé un cuadernito que
se encontraba cerca del teléfono y
comencé a anotar las cosas que
tenía que buscar en una rápida
visita al supermercado más
cercano. En el momento en que
terminé de hacer aquello, tomé mi
abrigo y me dispuse a salir de la
casa. Edward, que miraba la
televisión, elegantemente sentado
en el sofá de la sala, alzó la vista
para mirarme.
-¿A dónde crees que vas? -
preguntó, poniéndose de pie. En
pocos segundos lo tuve a mi lado.
-Quería ir a comprar las cosas
que faltaban -comenté.
-¿Y como piensas ir? -
preguntó, alzando las cejas.
-Pues caminando, o en autobús o
algo -respondí yo rápidamente,
aunque la verdad es que ni
siquiera había pensado en ello.
Lo vi suspirar profundamente,
antes de que se acercara unos
pasos a mí. Por instinto me eché
hacia atrás y mi espalda dio con la
pared. Él pareció notar aquello,
porque se acercó aún más a mí,
casi de forma amenazadora. Su
rostro se mantenía serio mientras
me observaba fijamente con sus
ojos del color de las esmeraldas.
-Mira, Bella, quiero dejarte en
claro una cosa -habló en con
aquella voz suave pero firme que
había utilizado en el hospital para
hablar con el doctor Cullen-.
Estoy aquí porque Carlisle me pidió
que cuidara de ti, y eso es lo que
haré.
Asentí, sin entender demasiado
bien el punto.
-Te voy a pedir sólo una cosa -
continuó severamente-. No me
hagas las cosas difíciles.
Lo miré, alzando una ceja.
Su mirada se volvió más dura y me
vi obligada a asentir, hipnotizada
por sus ojos.
¡Aquello era tan injusto!
-¿Entonces debo suponer que
quieres acompañarme al
supermercado? -deduje, siendo
ahora mi turno de alzar ambas
cejas.
- Debo acompañarte -me
corrigió, supongo que intentando
dejar en claro que aquello no lo
hacía más que por compromiso.
Asentí, mientras me daba vuelta y
ponía los ojos en blanco, para
salir de la casa.
Aquella convivencia sería de lo más
difícil.
Eso, si es que los dos podíamos
convivir antes de volvernos locos.

Bajo El Mismo TechoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora