9- "Explicaciones Inconclusas"

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Me sentía en el mismísimo cielo.
Cuando pude por fin moverme,
tuve la intención de llevar mis
manos a su nuca, para
profundizar aquel placentero y
electrizante contacto de sus
cálidos labios contra los míos; sin
embargo, sentí que su suave boca
me abandonaba y clavaba sus
inescrutables obres verdes en mí,
dejando caer sus brazos a los
costados de su cuerpo. Hice lo
mismo con los míos, viéndome
completamente hipnotizada por sus
llameantes ojos y sintiendo que no
podía respirar con normalidad.
Alice volvió pocos segundos
después, con mi bolso entre sus
manos y Edward automáticamente
se alejó de mí. Algo atontada aún,
yo me senté del lado del copiloto y
la pequeña de los Cullen arrancó
en silencio, mientras Edward se
dirigía a su Volvo. Respiré varias
veces, con las uñas clavadas en el
tapizado, intentando calmar mi
corazón totalmente desbocado.
¿Realmente había sucedido todo
aquello, o era producto de mi
imaginación? ¿Tendría algo la
gaseosa que me habían dado
mientras estábamos sentadas en a
fiesta? ¿Estaba durmiendo?
Dios, ¿¡Qué demonios pasaba!?
-¡...Bella! ¿Estás aquí o en la
luna? -escuché la voz de Alice y
despegué mi vista del vidrio para
mirarla.
-¿Qué?
La vi poner brevemente los ojos en
blanco.
-Efectivamente, estás en la luna
-se auto-respondió. Me dirigió
una mirada de soslayo mientras
conducía-. Te diría que vayas
despabilándote para cuando
lleguemos a casa, porque Edward
nos va a dar una bonita
reprimenda.
-¿Cómo supo que estábamos
aquí? -pregunté confundida. La
miré de forma amenazadora-.
¡No me digas que tú...!
-Yo no le dije nada, Bella -me
cortó rápidamente Alice-. No sé
como lo supo, pero se veía furioso.
Suspiré intentando buscar alguna
relación entre todas las actitudes
que Edward había presentado
aquella noche: prohibirme ir a la
fiesta, el ataque a Jacob, el beso
y la reprimenda que seguro nos
estaba esperando cuando
llegáramos al hogar de los Cullen.
Me quedé cavilando sobre aquello
pero, incluso cuando llegamos a
nuestro destino, todo me parecía
carente de lógica alguna. Reprimí
un bostezo mientras Alice
aparcaba el auto frente a la
enorme vivienda. Pronto sentimos
el sutil ronroneo de un motor
cerca de nosotras y vimos como el
Volvo se detenía con cautela.
Tragué con dificultad mientras
descendía del auto de Alice y
ambas comenzábamos a caminar
hacia la gran puerta de la casa. A
nuestras espaldas, claramente,
sentimos los pasos de Edward. En
completo silencio, los tres
ingresamos a la vivienda de los
Cullen, intentando no despertar a
nadie. Evidentemente, con Alice
pensamos en la misma escapatoria
de subir las escaleras y librarnos
de Edward encerrándonos en el
cuarto de la pequeña de los
Cullen, pero la aterciopelada voz
de él nos detuvo cuando ni siquiera
habíamos alcanzado el primer
peldaño.
-¿Y bien?
Alice se volvió y yo la imité
segundos después.
-Edward, nosotras... -balbuceó
la pequeña. Nunca la había visto
nerviosa-. ¿Cómo supiste que
estábamos allí?
-Sería bueno que, si Black va a
llamar, no olvides tu celular -
comentó, mirándome fijamente.
Tierra trágame, por favor, por ser
tan imbécil.
-Yo... disculpa, yo la arrastré a
Alice en esto -murmuré,
sintiendo ambos pares de ojos
clavados en mi-. Si hay alguien
con quien debes enojarte, es
conmigo.
-No estoy enojado con nadie -
masculló Edward.
Aquello no se lo creyó ni él.
Nos quedamos en un pesado
silencio, en el que el piso de la
sala me pareció lo más interesante
del mundo.
-Será mejor que se vallan a
dormir -comentó Edward, con voz
fría como el mismísimo hielo.
-Pero, Edward...-mis palabras
fueron interrumpidas por su dura
mirada.
Luego lo vi llevar dos dedos hacia
el puente de su nariz y sentí la
mano de Alice tirar de la mía,
comenzando a arrastrarme por las
escaleras. A medida que íbamos
subiendo, sentí que el ritmo de
nuestros pasos aumentaba.
Rápidamente estuvimos dentro de
la habitación que Esme había
preparado para mí y vi como Alice
cerraba la puerta. Las dos
soltamos un fuerte suspiro al
mismo tiempo y nos miramos con
preocupación.
-Creí que sería peor -confesó
Alice, sentándose en la cama-;
pero, muy probablemente, si nos
quedábamos un poco más, iba a
explotar.
Me pasé una mano por el rostro,
para luego sentarme a su lado.
Todo lo sucedido en las últimas
horas era demasiado para mi pobre
cerebro. Si Edward no explotaba,
probablemente yo lo haría.
-Sin embargo... -siguió
hablando Alice, pausa de por medio
-. Hay algo que me extraña, lo
siento...diferente.
-¿En qué sentido? -pregunté
yo y pronto me encontré bajo el
escrutinio de sus pequeños ojitos
azules.
-¿Bella, cuál es el secreto? -
soltó de repente, agarrándome
justo bastante distraída como
para no dejar ver la sorpresa en
mi rostro-. Y no me digas que no
hay ninguno, porque es demasiado
obvio.
-¿Eh? ¿Por qué lo dices? -
pregunté sinceramente.
-Cuando Edward y tú están en el
mismo espacio físico, el ambiente
se puede cortar con un cuchillo -
dijo sencillamente, como algo
obvio-. Es evidente que algo
pasa.
Cerré los ojos y respiré un par de
veces.
Entonces una idea brillante cruzó
mi mente.
-Yo te contaré lo que quieres, si
tu me cuentas lo que yo quiero -
propuse con una sonrisa astuta.
-Depende -respondió Alice
rápidamente, con desconfianza-.
¿Qué es lo que quieres que te
cuente?
-El motivo por el cuál Edward y
Jacob parecen querer sacarse los
ojos mutuamente -respondí.
Vi como Alice se tensaba
notablemente.
-Mira Bella, yo no soy la indicada
para hablar de esto -quise
replicar, pero ella me interrumpió
con una de sus manos-. Sólo
puedo decirte que algo bastante
complicado pasó entre ellos dos
hace bastante tiempo...
-¿Entonces no es un odio
reciente? -pregunté yo con
sorpresa-. ¿Hace cuánto?
-Unos...dos años -respondió
pensativa-. Pasaron cosas
bastante graves entre ellos y todo
terminó de la peor manera -
explicó con rostro sombrío-. Fue
el comienzo de la rivalidad que hoy
en día vez -explicó.
Hizo una larga pausa y luego alzó
sus ojos hacia mí.
-Por eso -continuó-, te
recomendaría que dejes de hacer
enfadar a Edward y te alejes de
Jacob Black de una buena vez.
-¿Pero por qué yo...?
-Eso es todo lo que puedo decirte
-me cortó. Tenía miles de
preguntas para hacerle y estoy
segura de que ella lo sabía-.
Ahora que yo cumplí la parte de mi
trato...
Dejó la oración abierta y al
instante me sonrojé. ¿Tenía que
contarle?
-Yo... bueno... yo...
Escuché su risita cantarina.
-Bella, sabías que luces como un
farolito de navidad otra vez ¿No?
-dijo divertida.
Me sonrojé más, si es que aquello
era humanamente posible.
-¿Qué paso? -insistió Alice, al
ver que me quedaba mirando un
punto fijo en la habitación.
-Edward... -balbuceé, luego de
un rato en silencio. Si hasta ese
momento mis palabras no tenían
demasiada claridad, luego solo se
convirtieron en un murmullo
confuso-. ...hoy cuando fuiste a
buscar mi bolso Edward me besó.
Alice frunció el ceño y supuse que
no había entendido nada de lo que
yo había dicho. Sin embargo, su
rostro fue pasando lentamente de
la confusión a la sorpresa y me
miró completamente incrédula. Vi
que abría la boca varias veces y
volvía a cerrarla. ¿Era mi
impresión o por primera vez Alice
Cullen se había quedado sin
palabras?
-¿Él...te...beso? -preguntó con
incredulidad.
Asentí. A mí también me costaba
creerlo.
Alice volvió a quedarse callada y
pensativa en su lugar; mas, luego,
una enorme sonrisa apareció de
forma repentina en sus labios.
Entonces se abalanzó sobre mí y
me estrechó en un fuerte abrazo,
mientras daba suaves grititos en
mi oído y balbuceaba cosas que
para mí carecían de sentido
alguno.
-¡No lo puedo creer! -exclamó,
cuando me soltó-. ¿Pero...cómo
fue? ¿Por qué te beso?
-Fue un beso Alice, un beso -
corté yo, aunque para mí no había
sido tan simple como eso-. Y no
se por qué sucedió, a decir verdad,
me besó y no dijo más nada.
-¿Pero... no hizo nada? ¿No dijo
nada? Quiero decir, ¿Qué pasó
luego del beso? -inquirió y pude
ver la confusión en sus ojos
azules.
No la culpaba, ya que yo me sentía
igual o más confundida que ella.
-No, no me dijo nada -respondí
-. Sólo se quedó mirándome y,
cuando llegaste tú, se alejó. Nada
más.
Cuando acabé el comentario, dejé
escapar un suspiro de completa
frustración. Después de todo, no
había tenido ni siquiera tiempo
para pensar en aquello; pero ¿Qué
había impulsado a Edward a
besarme? ¿Había tenido algún
motivo, o sólo lo había hecho
porque sí? Me removí con molestia
en mi lugar y vi los ojos de Alice
clavados otra vez en mí.
-Presiento que esto traerá un
gran cambio, Bella -comentó con
voz profunda y otra vez me
sorprendí con su seriedad-. Las
cosas pueden cambiar, tengo ese
fuerte presentimiento -me
aseguró, mientras se ponía de pie.
-¿Qué quieres decir? -pregunté
confundida.
Ella, sin embargo, sólo sonrió.
-Nada, ya verás -comentó,
encogiéndose de hombros-. Ahora
te dejaré dormir, que bastante
agitada ha sido la nochecita.
Se rió de forma musical, mientras
me daba un beso en la mejilla.
-Solo te digo algo -me comentó
de forma confidente-. No dejes
de iluminar la vida de Edward como
lo haz estado haciendo -me pidió,
sorprendiéndome-. No te das una
idea de lo bien que puedes hacerle
si te propones romper esas idiotas
barreras que se auto-impuso.
Asentí, aunque en realidad no
había entendido ni jota. Ella solo
amplió su sonrisa ante mi
estupefacción.
-Hasta mañana, Bella -
comentó, mientras caminaba hacia
la puerta, ya de espaldas a mí.
-Hasta mañana, Alice.
Vi como la puerta se cerraba y me
dejé caer hacia atrás, impactando
mi cuerpo contra el confortable
colchón.
¿Cómo dormir después de tantas
cosas?
Suspiré.
Si mi cerebro no explotaba esa
noche, tenía una resistencia
increíble.
Finalmente, el sueño logró
vencerme luego de unas cuantas
vueltas en la cama. Otra vez,
cuando me levanté, me di cuenta
que ni siquiera me había cambiado
la ropa de la noche anterior, como
últimamente solía pasarme. Miré el
reloj y vi que era bastante
temprano, mas ya no me sentía
con demasiadas ganas de dormir;
además ese día teníamos la feria y
no tenía sentido que me volviera a
acostar, cuando en pocas horas
debíamos salir hacia el colegio.
Luego de aquel pequeño
pensamiento lógico, me levanté,
dispuesta a darme una ducha
rápida. Luego, me dirigí al armario
y me puse unos jeans y una
camiseta verde que encontré a
mano. Cuando acabé de vestirme,
bajé las escaleras con sigilo y me
dirigí a la cocina.
Me sorprendió cuando, al ingresar,
únicamente un par de obres verde
esmeralda se fijaron en mí.
-Buenos días -murmuré,
mientras me sentaba a la mesa.
Allí ya había un par de tazas
usadas y otras cuantas listas para
utilizar. Alrededor había una
jarra, una tetera de aspecto
antiguo que ya había visto alguna
vez y algunos platos a juego
repletos de comida, acompañados
por algunos frasquitos y la
azucarera con el mismo diseño que
la gran tetera. Edward me
devolvió el saludo rápidamente y
luego llevó la taza a sus labios,
con elegancia.
La tensión en el ambiente ya me
resultaba algo habitual entre
nosotros, pero esta vez era
diferente; o, por lo menos, yo lo
sentía diferente. Después de todo,
el nerviosismo no sólo se debía a
su intimidante presencia, sino que
las cosas que daban vuelta por mi
mente eran las que me tenían
inquieta. Temía lo que pudiera
responder, pero tenía tantas
cosas que preguntarle. ¿Por qué
mostraba siempre esa frialdad,
cuándo lo único que quería era ver
sus ojos con ese brillo que pocas
veces ofrecían?
Suspiré con frustración y, cuando
alcé la vista de mi taza, su mirada
se cruzó con la mía.
Cuando pude despegarme de sus
ojos, vi que él ya había acabado
con su desayuno. Con cuidado llevó
las tazas usadas -que supuse que
serían de Esme y Carlisle- al
fregadero. Luego se volvió con
claras intenciones de salir de la
cocina y yo no pude evitar
ponerme de pie abruptamente.
Entonces, lo vi volverse y clavar
sus ojos en mí. Luché con todas
mis fuerzas contra mi laguna
mental y lo miré con una dudosa
determinación.
-Edward...yo... -balbuceé.
Genial; se supone que, por lo
menos, debía sonar un poco firme
-. ¿Qué fue lo que...sucedió
ayer?
Lo vi suspirar en su lugar y
entendí que no necesitaba más
palabras para comprender a lo que
me refería. Rápidamente se pasó
una mano por los cabellos y desvió
la mirada. Suspiró otra vez y se
quedó así por unos instantes,
hasta que sus ojos verdes
volvieron a posarse en los míos.
Lo vi avanzar lentamente un par
de pasos hacia mí con
determinación, aunque su rostro
se notaba vacilante.
-¡Buenos días! -la alegre
vocecita de Alice nos hizo
sobresaltarnos de forma
considerable.
Maldije internamente cuándo la vi
ingresar con su pijama en la
cocina y Edward retrocedió unos
cuantos pasos hasta volver a su
antiguo lugar y apoyarse en la
mesa. Me dirigió una intensa
mirada y salió de la cocina. Luego
de un estremecimiento, miré a la
pequeña Cullen que comenzaba a
servirse cosas para desayunar con
una enorme sonrisa pícara.
Suspiré.
Aquello sería más difícil de lo que
pensaba.
Luego de que Alice se cambiara y
de que Emmett se alistara y
acabara con su desayuno, los
cuatro partimos en el Volvo hacia
la escuela. Tuvimos que dar varias
vueltas alrededor de la escuela, ya
que esta vez no podríamos usar el
aparcamiento. Después de todo, el
mismo, junto con el gimnasio y
alguna que otra de las aulas más
espaciosas, sería usado para la
feria. Luego de un par de vueltas,
Edward consiguió aparcar su auto
y los cuatro descendimos de él,
cargando toda la comida que
habíamos preparado. Cuando
llegamos al exterior del edificio
escolar, varios alumnos y
profesores ya se encontraban allí.
Podía verse gente yendo de un
lado para el otro con cajas,
tablones, telas y otras cosas de lo
más variadas. Alcanzamos un
sector cercano a la puerta
principal, donde muchísimas
llamativas rosas rojas se
encontraban distribuidas en
espaciosas canastas de mimbre.
Pronto allí apareció Rose con una
enorme sonrisa pintada en su
rostro.
Solté una risita.
-¿Las rosas vencieron a los
girasoles? -pregunté divertida,
viendo como Jasper llegaba con
otra canasta repleta de flores.
-Oh, si; Stanley quiere mi cabeza
-se carcajeó, apuntando cosas
en una agenda de color rojo
oscuro.
-Siempre tenemos un armario a
la vuelta de la esquina -comentó
Emmett, pasándole una mano por
la cintura y haciendo que todos
sonriéramos con sus ocurrencias.
Con Alice y Edward, acompañados
de Jasper, comenzamos a
trasladar al interior de la escuela
toda la comida que habíamos
preparado. Alcanzamos la cocina
del instituto, donde una de las
encargadas nos permitió acomodar
todo en la enorme heladera que el
lugar poseía. Luego de dos viajes
logramos dejar todo lo que
habíamos preparado y nos dirigimos
al estacionamiento nuevamente.
Allí, Alice y yo comenzamos a
ayudar a Rose para colocar las
flores por todos lados a modo de
decoración; mientras Edward,
Jasper y Emmett comenzaban a
levantar algunos de los puestos de
madera con la ayuda de otros
muchachos del quinto año.
-Rose, las flores son hermosas
-comenté, elaborando un
pequeño ramo con diez de ellas.
-¿Verdad que sí? -comentó
orgullosa.
Alice asintió con efusividad.
Las tres nos encontrábamos
sentadas en el piso, de forma
despreocupada, junto a los
enormes canastos repletos de
flores. Alice comenzó a arreglarlas
y, luego de sacarle las espinas a
una de las flores que ya estaban
más abiertas, la acomodó con
cuidado a un costado de mi
cabello. Con una risita cantarina
la torció para que se quedara allí.
Luego de hacer lo mismo con Rose
y con ella misma, las tres seguimos
entre risas con nuestra labor.
-Sería bueno que amarráramos
los ramos con una cinta -
comentó pensativa Alice-.
¿Creen que podremos sacar un
poco del salón de arte?
Me puse de pie.
-Voy a ver si encuentro algo y
aprovecho para ir al baño -me
ofrecí y comencé a andar hacia el
interior del instituto.
Crucé la puerta, disfrutando un
poco de la calma del edificio, ya
que todo el bullicio sólo provenía
del estacionamiento. Atravesé un
corto trecho y me dirigí a los
baños más cercanos. Cuando salí,
me crucé con uno de los grandes
espejos frente a los lavabos. Me
reí suavemente de mi propio
reflejo con la enorme rosa roja a
un costado de mi rostro, enredada
entre mis cabellos; lucía
divertidamente patética.
Encogiéndome de hombros, me
dispuse a seguir con mi camino.
-¡Bella! -me volteé
rápidamente cuando escuché
aquella voz. Pronto me encontré
con la figura de Edward
acercándose hacia mí con grácil
andar-. Vas al salón de arte
¿Cierto?
Asentí.
-Emmett necesita cinta adhesiva
-comentó y ambos emprendimos el
camino en silencio.
Recorrimos los pasillos del
instituto, hasta dar con la sala de
arte. El lugar se encontraba
completamente desierto y de hecho
podía jurar que nadie había
entrado allí desde el viernes: había
cartones sobre los escritorios;
algunos pequeños botes de
pintura, cerrados; pinceles; restos
de papel; entre otras cosas. Vi que
Edward se dirigía rápidamente a
uno de los pequeños armarios del
fondo. Yo por mi parte dirigí mi
vista a las estanterías ubicadas
sobre los ventanales, revisando
las cajas con grandes etiquetas
en el frente. No transcurrió
demasiado tiempo hasta que me
topé con la que estaba rotulada
como Cintas . Con sumo cuidado me
subí al pupitre más cercano y, en
puntillas, me incliné sobre el
estante para alcanzar la caja.
Estiré las manos con fuerza y
pude golpear la caja con la punta
de los dedos, haciéndola deslizarse
un poco hacia delante. Repetí el
proceso varias veces; pero, en la
última, la caja se deslizó más de lo
pensado y acabó cayendo de la
repisa. En un intento desesperado
de agarrarla, me incliné hacia el
otro lado y, haciendo gala de mi
torpeza, me fui hacia atrás.
El impacto que esperaba por mi
caída llegó de forma difusa ya
que, si bien sentí el frío suelo
cuando caí de bruces, también
sentí las manos en mi cintura y el
sonido de una silla que se corría.
Mis ojos se encontraron con el
rostro de Edward, que se
encontraba sentado en el piso,
frente a mí. Rápidamente pasó
una mano por sus desordenados
cabellos y luego me miró. Se
inclinó un poco, quedando a una
distancia prudencial de mi rostro,
pero que lograba ponerme
nerviosa de igual manera.
-¿Estás bien? -preguntó en un
susurro suave.
Asentí, llevándome casi de forma
inconciente una mano a la cintura,
donde segundos antes habían
reposado las suyas.
Entonces vi que su vista se
clavaba en el piso y la seguí. La
rosa roja había caído de mi cabello
y estaba tirada en el helado suelo
del salón. Aún sentado en su
lugar, Edward se estiró un poco y
alcanzó la rosa, generando un
notable contraste con sus níveas
manos, envolviéndola. Entonces,
con delicadeza y cierta
concentración, lo vi ordenar los
pétalos de la flor y me sorprendí al
sentir el suave contacto de sus
dedos sobre mi cien. Con extremo
cuidado, tomó un mechón de mi
pelo y lo estiró, acomodando la
rosa en él. Cerré por un segundo
los ojos y dejé escapar un suspiro
cuando volví a abrirlos y me
encontré con sus obres esmeraldas
que parecían lejanas, poseídas;
casi obnubiladas. Entonces, de
repente, vi que dejaba de mirarme
y, dando un sacudón suave con su
cabeza y con el ceño levemente
fruncido, se puso de pie sin decir
nada. Haciendo gala de su
constante caballerosidad, me
extendió una mano y me ayudó a
incorporarme.
Luego de juntar las cintas de
forma apresurada, los dos salimos
del salón sin hablar y comenzamos
a atravesar los pasillos del colegio
envueltos en un sepulcral sonido.
Entonces, temí que pudiera oír los
latidos aún desbocados de mi pobre
corazón.
En el exterior, el sonido se
reanudó apenas abrimos las
enormes puertas del edificio y
Edward se fue, con la cinta
adhesiva entre sus manos, sin
siquiera volver a mirarme. Cuando
llegué con la caja en donde se
encontraban Alice y Rosalie, vi que
la última suspiraba con cansancio,
mientras seguía apuntando cosas
en su agenda. Alice, siempre llena
de energía, comenzó a revolver las
cintas y a exponer cuál pensaba
que podía ir mejor con la
decoración. Seguí con la mirada a
Rosalie, que se sentó con una
mueca cansada en el pequeño
escalón cercano a la entrada.
-¿Todo bien, Rose? -pregunté,
sentándome a su lado. Después de
todo, Alice parecía no necesitar
ningún tipo de ayuda.
-Oh, sí, sólo un poco cansada -
comentó y luego vi que sus ojos se
fijaban en el frente.
Seguí su mirada y entonces
comprendí por qué su gesto se
había transformado en cuestión de
segundos: Jessica Stanley acababa
de llegar. La vi ponerse de pie con
suma elegancia y, luego, volverse
hacia mí.
-Debo ir a asegurarme de que no
haga idioteces -comentó,
señalando con la cabeza de forma
disimulada a la muchacha que se
encontraba detrás de nosotras-.
¿Te puedo pedir un favor?
Asentí, entonces ella me pasó su
agenda.
-¿Puedes ir con los chicos y
preguntarle a Edward o a Jasper
como van con los puestos? -pidió
-. Ahí están anotados todos los
que deben estar -me comentó
luego, señalándome la página
escrita-. Intenta evitar a
Emmett, sabes que es un poco...
desorganizado.
Me reí suavemente mientras me
ponía de pie.
-¡Alice, guarda un poco de esa
cinta para el cierre con globos que
planeamos para la noche! -
protestó Rose-. ¡Deja de hacer
moñitos con la cinta! -fue lo
último que la escuché exclamar.
Me reí nuevamente.
Caminé un gran trecho en el que vi
gente trabajando tanto en el
armado de puestos como en el
decorado, la preparación de un
pequeño escenario, la colocación
de algunas sillas y mesas a un
costado, entre otras labores.
Esquivando cosas llegué hasta
donde la gran figura de Emmett se
distinguía con claridad. Vi que
tenía entre sus manos una gran
tabla y, siendo ayudado por
Edward, la trasladaba sobre una
especie de caballetes que servían
de sostén. Me dirigí hacia Jasper,
que observaba la escena,
divertido.
-Jasper, ¿Crees que podrás
decirme cuáles son los puestos que
ya están listos para, más o menos,
tener un control? -comenté y vi
que asentía con una sonrisa
cordial.
Entonces, sentí que me elevaba del
suelo, mientras la agenda se
escapaba de mis manos. Dejé
escapar un gritito ahogado cuando
me sentí siendo cargada como un
saco de patatas, con la cabeza
hacia abajo, y escuché la risotada
grave de Emmett.
-¿Cómo estás, damisela? -
comentó con tono divertido.
-Estaría mejor con los pies en la
tierra -comenté yo, alzando
levemente la cabeza.
Choqué con los ojos de Edward,
que se puso en cuclillas para
tomar la agenda que yo había
perdido. Emmett, luego de una
pequeña riña, me bajó; mientras
Jasper le comentaba a Edward el
motivo de mi visita. Volví a tomar
la agenda y la abrí en la página en
la que Rosalie me la había
entregado, echando un rápido
vistazo a ella.
-¿Necesitas saber cuáles están y
cuáles no? -me preguntó Edward
y sentí su voz bastante más cerca
de mí.
Cuando me volví, lo vi observando
la agenda por sobre mi hombro.
Inhala, exhala. Inhala, exhala.
¡Muy bien, Bella!
-Ajá -respondí simplemente.
Lo vi que se quedó pensativo,
mientras, con la mirada, estudiaba
los puestos que ya estaban en pie.
Luego de un rato se volvió hacia
mí, que había estado haciendo más
o menos lo mismo.
-¿No deberías ir tildando los que
ya están? -propuso.
-Tienes razón -coincidí,
asintiendo con la cabeza-. ¿Una
lapicera? -pregunté más para
mí.
Rebusqué en la agenda, pensando
que quizás podía encontrarse en el
sobre que tenía la tapa; mas
grande fue mi sorpresa al darme
cuenta que esta era de tapa
simple y que, en vez de un sobre
en ella, había tan sólo pegada una
foto sobre una esquina. Allí,
sonriendo, se encontraba la misma
muchacha que había visto en el
cuarto de Edward, aunque se
notaba claramente más joven;
quizás de unos once o doce años
de edad. Miré sobre mi hombro y vi
que mi acompañante mostraba una
cara de completo desconcierto, con
los ojos clavados en la fotografía.
-¿Quién es ella? -pregunté en
un susurro.
Los ojos verdes de Edward se
clavaron en mí y en ellos percibí
miles de sentimientos que nunca
había visto.
Sentí una extraña opresión en el
pecho, pensando en todo lo que
podía producirle aquella muchacha
de sonrisa arrogante, cabello
llamativo y ojos miel.
Luego me recriminé a mí misma.
¿Qué derecho tenía yo a estar
celosa de Edward?
Ninguno.
Pero no me importaba. Estaba
celosa.
Completamente.

Bajo El Mismo TechoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora