Me desperté con la claridad
golpeando mis párpados, aún
rehusándome a abrir los ojos,
sintiendo unas suaves sacudidas al
costado de mi cuerpo y el susurro
de lo que parecía mi nombre.
Intenté ignorar la molestia, pero
parecía no querer cesar, por lo
que abrí los ojos con pesadez. Dos
obres celestes me devolvieron la
mirada, aunque de forma risueña.
-Buenos días, Bella -saludó
Alice. Estaba por acomodarme para
volver a dormir, cuando escuché su
vocecita otra vez-. ¡Vamos,
levántate! ¡Hoy tenemos
instituto!
Me incorporé rápidamente en la
cama llevado los cobertores
conmigo, confundida.
¿Instituto? ¿Qué día era?
Entonces, intenté ubicarme en
tiempo y espacio y las escenas
vinieron a mi mente como una
película antigua; incluso, creo que
podía verlas en blanco y negro,
como si fueran algo
completamente lejano. Traté de
calmarme y repasé las difusas
imágenes en mi cabeza, mas nada
cobraba sentido. ¿Todo aquello
había pasado o era sólo producto
de mi retorcida mente? ¿Estaba
soñando?
-¿Bella? ¿Estás bien? -inquirió
Alice.
Automáticamente asentí.
-Si, si, me daré una ducha y bajo
-comenté de forma ausente.
Mi cabeza aún estaba intentando
reconstruir aquél beso perfecto,
el contacto de sus labios con los
míos, sus manos en mi nuca, su
húmedo cabello haciéndome
cosquillas sobre el rostro. Todo
aquello no podía ser irreal. ¿Pero
entonces...?
-Apúrate -comentó con un
guiño y salió de la habitación.
Salí de la cama con cuidado y
entonces, cuando me dirigí al baño
dispuesta a darme una ducha, me
di cuenta de un pequeño detalle
que antes había ignorado: mis
ropas eran las mismas de la noche
anterior. Estaban secas, sí, pero
seguían siendo las mismas.
¿Entonces...? Me pasé las manos
por el rostro, frustrada, y luego
me tomé la cabeza con
desesperación. Mejor me daba una
ducha para aclarar mis ideas,
incluso cuando aquello pareciera
completamente imposible.
Una vez que terminé con mi aseo
personal y pude cambiarme, salí
rápidamente de la habitación.
Luego de bajar, llegué a la cocina,
donde Emmett me miraba con una
enorme sonrisa surcando su
rostro. Después de terminar de
masticar lo que fuera que estaba
comiendo, se aclaró la garganta.
-Buenos días, damisela -saludó
animadamente-. Veo que hemos
tenido una mala noche ¿Ah?
Fruncí el ceño mientras me
sonrojaba.
-¿Por qué lo dices? -inquirí,
auténticamente confundida.
-¿Acaso no viste las ojeras que
tienes? -preguntó Alice
escandalosamente, detrás de mi,
haciéndome pegar un respingo-.
Emmett, toma las llaves de mi
auto y conduce, que yo debo
maquillar a esta pequeña.
Iba a declinar la imposición de la
pequeña de los Cullen, cuando me
percaté de que mis cálculos
mentales daban tres...
-¿Y Edward? -pregunté
mecánicamente, mientras salíamos
de la casa.
-Con nuestro padre -replicó
Alice, con una mal disimulada
sonrisa pícara-. No irá a clases
hoy porque insistió en pasar un día
en el hospital, con papá.
La miré alzando una ceja.
-Papá dice que le servirá para el
futuro -comentó encogiéndose de
hombros.
Me quedé un rato con aquello en
la cabeza, mientra caminábamos el
tramo que nos separaba de los
automóviles de la familia. ¿Sería
todo aquello una mera casualidad
con lo que pasaba por mi mente?
Suspiré, subiéndome al Porsche de
Alice de mala gana. Me sentía
completamente frustrada y mi
cabeza parecía a punto de
explotar, algo que se me había
vuelto bastante cotidiano en los
últimos días.
Pronto arribamos al instituto, más
temprano de lo que normalmente
llegaba yo cuando viajaba en el
Volvo de Edward. Suspiré mientras
descendía del vehículo con mi
bolso, y comencé a andar al lado
de la pequeña Alice. Emmett, luego
de devolverle las llaves a su
hermana, se despidió con una
enorme sonrisa de nosotras y se
dirigió a su clase. Alice y yo
seguimos nuestro camino de
siempre y nos adentramos en el
aula, que estaba relativamente
vacía. Yo me desplomé en mi sitio
con cansancio, mientras la
pequeña Cullen iba a hacer
sociales con los pocos alumnos que
se encontraban presentes.
Pasaron las horas y para la
tercera, que era de Matemáticas,
estaba completamente aburrida.
Con desgano miré mi hoja, repleta
de identidades trigonométricas que
en mi vida entendería, ni aunque
el mismo Pitágoras viniera a
explicármelas. Suspiré, jugando
con mi lápiz y pensando
seriamente en la posibilidad de
fingir un dolor de cabeza o algún
otro tipo de lesión, tan sólo para
escapar de allí por el resto de la
jornada. Sin embargo, alguien se
adelantó ágilmente a mí.
-¡Profesor! -cantó Alice desde
su puesto. El corpulento hombre
que nos daba la materia se volvió
para mirarla-. ¿Puedo
acompañar a Isabella a la
enfermería? No se siente bien...
El profesor me dirigió una rápida
mirada y luego asintió en silencio.
¿Tan mal aspecto tenía, cómo para
ni siquiera oponer resistencia?
Pronto me vi siendo arrastrada
por la menor de los Cullen hacia
las afueras del salón. Comenzamos
a caminar, alejándonos unos
cuantos metros de aula; pero, en
vez de dirigirnos a la enfermería,
vi que tomaba un rumbo distinto.
-¿Alice qué...? -inquirí,
confundida.
-Hoy a la mañana escuché a una
de las chicas decir que la
enfermera estaba con licencia por
maternidad -comentó
alegremente-. Le diré al director
que nos retiramos porque te
sientes mal y la enfermera no está
-agregó luego, guiñándome un
ojo.
Sorprendiéndome con su
maquiavélica cabecita, vi como
llamaba a la puerta del director,
para comenzar con su pequeño
circo.
Efectivamente, salió todo
perfecto; como si Alice supiera que
las cosas iban a ser así de justas
para ella. Con una sonrisa
bailoteando en sus labios, me
arrastró de la mano hacia el
estacionamiento y, luego de
soltarme, se subió a su auto. La
imité, metiéndome del lado del
copiloto y, con un suave rugido,
comenzamos nuestro trayecto. La
vi tomar la ruta opuesta a su casa
y supuse que allí sería al último
lugar que nos dirigiríamos. Antes
de que pudiera decir nada, la oí
soltar una cantarina risita.
-Esta vez no puedes llevarme la
contra -me aseguró-. Debemos
ir de compras.
La miré frunciendo el ceño
profundamente.
-¿Por qué? -inquirí.
Ella me dirigió una rápida mirada,
y luego chasqueó la lengua
suavemente.
-Se me debe haber pasado -
comentó más para sí que para mí
-. Este viernes es la fiesta de
cumpleaños de Rose y Jasper.
La miré sorprendida.
-¿Ya cumplen sus dieciocho? -
inquirí sorprendida.
-El jueves -puntualizó Alice-;
pero, como quieren hacer una
gran fiesta, lo han pasado para el
viernes -explicó rápidamente.
Sorprendida por el dato, me quedé
en mi asiento mientras Alice
cambiaba la estación de radio y
volvía sus manos al volante. El
camino fue mucho más tranquilo de
lo que usualmente era, debido a
que no había mucha gente tomando
la carretera rumbo al centro
comercial un lunes a las once de la
mañana. De hecho, sólo nos
habíamos cruzado con algunos
pocos trabajadores, andando por
las tranquilas calles de Port
Angeles.
Llegamos al centro comercial y
Alice se bajó con parcimonia,
disfrutando de la soledad del lugar
siendo tan temprano. La pequeña
Cullen, con una enorme sonrisa en
su rostro y dando pequeños
saltitos entusiastas como si
estuviera en Disney World,
comenzó a pasearse por los locales
más costosos. Estuvo observando
las vidrieras, hasta que decidió
meterse en uno de ellos. Al
instante quedó enamorada de un
vestido verde que la hacía ver
como la versión morena de
Campanita. Solté una suave risa
mientras ella daba vueltas con el
vestido frente a un espejo,
haciendo que el mismo se alzara
levemente.
-Te queda precioso, Alice -
confesé con honestidad.
Ella sonrió ampliamente.
-Gracias -replicó-. Además,
combinan perfectamente con unos
zapatos que me compré hace unos
meses -agregó, casi hablando
para sí misma.
Luego de quitarse el vestido, se
dirigió presurosa a la caja y abonó
la prenda. Después de aquello,
comenzó a caminar por los pasillos
del centro comercial otra vez,
observando cuidadosamente las
vidrieras. Entonces, volvió a
ingresar como loca en uno de los
locales y corrió hacia una de las
vendedoras, preguntándole algo
que no llegué a escuchar, debido a
que yo todavía estaba en la
puerta. Vi como la encargada
asentía y luego se iba por una
pequeña escalera hacia abajo, que
seguramente acababa en el
depósito.
-¿Qué sucede Alice? ¿Aún tienes
algo que comprar? -inquirí,
confundida. ¿Para que necesitaba
más ropa?
Alice sonrió y a los pocos segundos
la dependienta volvió con un
vestido entre sus manos. El mismo
era de un fuerte color cereza, con
una vaporosa falda de capas de lo
que parecía muselina. Era un
vestido realmente bonito, a pesar
de que el color no fuera demasiado
convencional para una prenda tan
fina.
-No me quedó en azul -comentó
la dependienta, poniendo el vestido
frente a Alice-. Sólo tengo este.
La pequeña Cullen se encogió de
hombros con despreocupación,
mientras tomaba el vestido con
una sonrisa.
-Ten, Bella -habló, pasándome
la prenda-. Pruébatelo.
La miré confundida, poniendo las
manos frente a mí en señal de
defensa; mientras negaba
frenéticamente con la cabeza.
-No, no, Alice yo no...
-¡Por favor, Bella! -me cortó,
colgándose el vestido al brazo
para juntar las palmas de sus
manos a forma de ruego-. ¡Te
prometo que si usas este vestido
en la fiesta, no te arreglaré!
¡Podrás hacerlo como tú quieras!
Fruncí el ceño, estudiándola
silenciosamente.
-De acuerdo... -balbuceé,
aunque no estaba muy segura de
que fuera a cumplir su promesa.
Finalmente, me dirigí al espacioso
vestidor del local, del cual todo
parecía extremadamente costoso.
Con cuidado, me saqué los
vaqueros y la camiseta que me
había puesto para el instituto y me
probé el fino vestido. Con cuidado
até el delicado lazo que cruzaba
mi cintura y me miré al espejo.
Efectivamente, a pesar de que me
rehusara a hacerle caso, Alice
tenía excelente ojo para la ropa.
Cuando salí, ella estaba
esperándome justo enfrente de la
cortina del vestidor. Apenas me
vio, comenzó a dar pequeños
saltitos de forma animada.
-¡Bella! ¡Te queda pintado! -
exclamó alegremente-. Sin
dudas, nos lo llevamos -le dijo a
la dependienta, mientras sacaba
su billetera.
-¡No, Alice! -protesté, al ver
que tenía la intención de pagar-.
¡No quiero que...!
Otra vez me interrumpió con un
gesto de su mano, cómo si siempre
supiera lo que iba a decir. ¿Tan
predecible era para ella?
-Lo voy a pagar, porque quiero
regalártelo -me aseguró, con
tono serio-. Eres parte de la
familia y quiero compensarte por
todos aquellos regalos que
técnicamente te debería desde que
naciste hasta ahora -agregó con
una sonrisa, y no pudo evitar
reírme levemente ante su
ocurrencia.
Finalmente, cuando consiguió
algunas otras cosas más en un
local de accesorios, para
complementar nuestras
vestimentas, las dos volvimos al
auto a dejar las bolsas en la
cajuela. Luego comenzamos a
andar por las calles de Port
Angeles, hasta que nos cruzamos
con un local de comida rápida. Yo
me bajé y ordené algunas cosas
para llevar, mientras Alice se
quedaba en el automóvil, aparcado
a un costado de la calle. Después
de unos minutos de espera, volví al
vehículo y las dos comenzamos a
comer allí mismo. Nos quedamos
unos minutos en silencio mientras
ambas, hambrientas,
degustábamos nuestra comida.
Luego, una vez que había tomado
un poco de bebida, Alice se volvió
para mirarme. Su ceño fruncido no
me anticipó nada bueno.
-Bella... -me llamó-. ¿Ayer ha
pasado algo con Edward?
Inevitablemente, mi corazón
comenzó a latir con violencia. ¿A
qué se refería? ¿Acaso todo lo que
pensaba que era sólo un sueño,
una perfecta ilusión de mi
cabeza...?
-¿Por qué lo preguntas? -
inquirí, evadiendo su
interrogante.
Me estudió el rostro antes de
continuar.
-Por qué hoy a la mañana mi
hermano estaba de un humor muy
extraño... -murmuró Alice
pensativa-. Es decir, él siempre
tiene un carácter bastante...
cambiante, por llamarlo de alguna
manera -explicó-. Pero hoy
estaba extraño.
-¿E-extraño? -inquirí,
titubeante.
Ella asintió, mirando fijamente al
frente, cómo perdida en sus
pensamientos. Agradecí aquello,
porque sino, probablemente,
hubiera notado mi nerviosismo en
el acto.
-Si, estaba cómo... malhumorado
-explicó de forma vacilante-.
No se como explicarlo. Creo que
frustrado es la palabra que más se
acerca a lo que quiero decir -
comentó luego.
¿Frustrado? ¿Qué quería decir con
eso?
Suspiré profundamente.
-Alice -la llamé. Ella volvió sus
ojitos celeste hacia mí-. Yo... -
suspiré profundamente, buscando
las palabras que quería, al tiempo
en que me sonrojaba notoriamente
-. Edward ayer volvió a
besarme... -expliqué-... creo -
susurré luego, casi
inaudiblemente.
Me miró con una mezcla de
sorpresa y alegría en su pequeño
rostro.
-¡Bromeas! -exclamó, aún
atónita-. ¿Pero cómo que crees?
Mi cara no debía tener nada que
envidiarle al color de un tomate.
Suspiré varias veces, armándome
de coraje. ¡Me sentía tan
patética!
-Yo... bueno, el me besó y creo
que yo me desmayé -balbuceé de
forma algo incomprensible.
Sin embargo, supe que me había
entendido, cuando una
pequeñísima sonrisa surcó su
rostro, que aún seguía mostrando
su sorpresa. Se quedó unos
segundos estudiándome, y luego se
puso seria.
-Creo que ahora comprendo un
poco más su humor... -murmuró
taciturnamente, casi como un
pensamiento dicho en voz alta.
Rápidamente tiró una bolsa con
basura al asiento trasero y
arrancó el automóvil con aquél
suave rugido. Comenzamos a
andar por las calles de Port
Angeles, hasta que se cumplió el
horario en el que debía ingresar a
mi trabajo. Alice prometió
volverme a buscar cuando
terminaba y yo sólo asentí de
forma distraída. Toda la tarde
estuve así en el local de los Weber,
demasiado perdida en mis
pensamientos como para siquiera
prestarle atención a lo que
sucedía. La información seguía
dando vueltas en mi cabeza y yo
continuaba intentando reconstruir
aquél beso que parecía extraído de
mis más hermosas fantasías.
Finalmente, cuando acabé mi
turno, me senté en el largo
escalón de la puerta del local
contiguo al de los Weber, para
esperar a Alice. Me quedé allí unos
cinco minutos, hasta que escuché
que alguien gritaba mi nombre.
Alcé la cabeza para encontrarme
con una muchacha de cabellos
negros mirarme amistosamente.
-¿Bella? -inquirió con una
sonrisa.
-¿Leah? -respondí yo. Ella
asintió divertida, mientras yo me
ponía de pie-. ¿Cómo estás?
-Muy bien ¿Y tú? ¿Qué haces en
Port Angeles? -inquirió.
Señalé con mi pulgar el local de los
Weber.
-Trabajo aquí -comenté,
encogiéndome de hombros-. ¿Y
tú? ¿Vives aquí?
Negó suavemente con la cabeza y
noté como su semblante se
ensombrecía.
-Vivo en la Push, pero las cosas
no están muy bien allí en estos
momentos -comentó, dejando
escapar un suspiro-. Por lo que
estoy pasando unos días en la casa
de unos amigos, aquí en Port
Angeles.
-¿Cómo que las cosas no están
muy bien en la Push? -inquirí
confundida.
-Si... -afirmó y luego se quedó
vacilante-. Han regresado unos
viejos... amigos, y las cosas no
están muy bien allí -comentó,
con un dejo de sarcasmo en varias
de sus palabras.
-¿Y por qué te estás quedando
aquí? -pregunté yo, de forma
tímida, intentando no sonar
imprudente.
Ella suspiró.
-Supongo que sería para mí un
problema estar allí -comentó y
me sentí ajena a lo que decía; más
bien, parecía estar hablando con
ella misma-. Ahora que él
volvió...
La miré confundida.
Antes de agregar nada más, la
bocina de un auto sonó y las dos
alzamos la cabeza para
encontrarnos con un reluciente
Porsche amarillo.
-Parece que te vinieron a buscar
¿No? -comentó Leah divertida,
observando el ostentoso auto-.
Nos vemos pronto, Bella.
-Hasta luego, Leah -saludé y
me encaminé hacia el auto de
Alice.
Dentro de él, ella me esperaba con
el ceño fruncido.
-¿Qué hacías hablando con Leah
Clearwater? -inquirió.
Una mueca de sorpresa cruzó mi
rostro.
-¿La conoces? -pregunté.
-Podría decirse que sí -murmuró
ella, mientras arrancaba el auto
-. Pero entonces... ¿Cómo la
conoces?
Mientras andábamos de vuelta al
hogar de los Cullen, le conté
brevemente a Alice la historia de
cómo conocía a Leah, obviando
detalles de por medio que podían
ponerme en problemas. Ella
escuchó la historia atenta; pero,
cuando acabé, no hizo más que
asentir y cambiar de tema. Cuando
finalmente llegamos a nuestro
destino, bajé del auto con pereza
y comenzamos a andar hacia el
interior de la casa. Las dos nos
dirigimos al living a dejar
nuestras cosas y, cuando Emmett
comenzó a preguntarnos cómo
habíamos hecho para tan
excelente huida del instituto,
Esme se asomó sonriente por la
puerta.
-Bella, Alice, ¿Cómo están? -
inquirió. Las dos respondimos al
unísono y, luego de otra sonrisa
amable, Esme se volvió hacia mí-.
Bella, Edward dijo que en media
hora estará aquí para que se
dirijan a tu casa.
Instantáneamente me tensé,
mientras asentía quedamente.
Me quedé un rato con Alice y Esme
tomando té en la cocina. La madre
de los hermanos Cullen era una
persona sumamente agradable y
cálida, y sin dudas Alice había
heredado muchísimo de ella, desde
su carácter hasta cada uno de sus
gestos y expresiones. Estábamos
riendo por una anécdota que Esme
había contado sobre cuando
Emmett tenía siete años y se
había quedado atrapado en una
cabina de teléfono, cuando vi que
la madre de los hermanos Cullen
alzaba la cabeza.
-Edward, que bueno que ya estás
en casa -saludó y me quedé
helada en mi lugar-. ¿Cómo ha
estado el día? -inquirió.
Lentamente giré, para ver su
perfecta figura en el umbral de la
puerta.
-Muy bien -dijo con su suave
voz de terciopelo, mirando sólo a
Esme.
Luego de despedirme de los Cullen,
seguí a Edward al exterior de la
casa. En completo silencio, los dos
nos subimos a su reluciente auto
plateado y él arrancó suavemente.
Todo el viaje ambos nos quedamos
firmes en nuestro lugar, sin decir
palabra y sin siquiera mirarnos a
los ojos. Cuando arribamos a mi
hogar, me bajé rápidamente del
Volvo y esperé paciente a que
Edward abriera la puerta.
El resto de la tarde pasó tan lenta
como siempre. Me dediqué a hacer
algunos deberes lejos de los ojos
verdes e intimidantes de Edward,
encerrada en mi cuarto. Traté de
hacerlos a una velocidad
completamente lenta y anormal y,
sin embargo, me di cuenta de que
había acabado antes de lo que
hubiese deseado. Con pesadez me
levanté de mi lugar y bajé
silenciosamente a la cocina. Podía
estar tratando de evitarlo, pero
no iba a deshidratarme por su
culpa.
Con cautela, me dirigí a la
heladera y me serví rápidamente
un vaso de gaseosa. Bebí con
tranquilidad y me volví con
agitación cuando escuché unos
pasos. Edward ingresó en la cocina
con despreocupación, con una
toalla tapando su rostro mientras
se secaba el pelo.
Bella, respira.
Cuando descubrió sus ojos, pronto
nuestras miradas se encontraron.
Juro que quería decir algo; pero
nada, ni siquiera un comentario
idiota, cruzaba por mi mente. Sólo
podía pensar en él, en sus ojos y
en lo cálidos que eran sus labios.
¡Mierda!
No se cuánto tiempo nos quedamos
allí, observándonos mutuamente;
pero el contacto pronto se rompió
cuando él desvió su mirada, dando
un fuerte suspiro. Después de
aquello, pasó por mi lado y tan
sólo se dedico a preparar la cena.
Nuevamente huí y volví para
cenar, media hora después. Luego
de la comida me tiré con desgano
en el sofá, sin siquiera darme
cuenta que Edward se encontraba
en el pequeño sillón individual de
enfrente, leyendo. Quise fingir
que no me importaba y comencé a
cambiar los canales, aparentando
una indiferencia que claramente
no sentía. Estuve por unos
minutos allí, pero sentía mi mente
fallar; estaba más torpe de lo
normal y cualquier pequeño sonido
que Edward realizaba -incluso
cuando pasaba lentamente las
hojas de su libro- me alertaba de
una manera patéticamente
insoportable.
Solté un suspiro de frustración y
me puse de pie.
-Hasta mañana, Edward -
saludé y por inercia me acerqué a
él.
¿Qué mierda estaba haciendo?
Tuve la intención de retroceder,
pero sus ojos verdes se posaron en
mí.
No podía irme, pero entonces...
¿Qué?
Con andar vacilante me acerqué a
él y me agaché ante su mirada
curiosa, para rozar suavemente
mis labios con su mejilla. Estaba
dispuesta a separarme, pero creo
que me quedé más tiempo de lo
debido a un par de centímetros de
su rostro, mirándolo a los ojos.
¿Por qué tenía que ser tan
perfecto? ¿Por qué su mirada
debía ser de aquél verde tan
profundo y hermoso? ¿Por qué
tenía que resultarme tan
endemoniadamente irresistible?
Mi estudio pareció alertarlo, pero
me sorprendió claramente.
Se mordió el labio casi de forma
imperceptible y luego, con
suavidad, apoyó su mano en mi
mejilla, haciendo que la piel que
tocaba me quemara. ¿Por qué
tenía ese efecto en mí?
Lo vi suspirar, mientras me miraba
a los ojos.
-¿Por qué tienes que atentar así
contra mi autocontrol? -susurró
aterciopelada y quedamente y
sentí que todo en mi fallaba.
Trastabillé con mis pies de forma
torpe e, irremediablemente, antes
de caer me apoyé en su regazo. Me
miró sorprendido, pero luego su
expresión se suavizo. Con cuidado,
cuando vio que ya estaba
afianzada sobre mis pies, quitó su
mano de mi mejilla y llevó ambas a
mis muñecas, ayudándome a
enderezarme y poniéndose de pie.
Con cuidado, arrastró su mano por
mi mejilla otra vez, hasta llevarla
al hueco de mi mandíbula.
Entonces se inclinó, y sentí sus
tibios labios sobre mi frente.
-Hasta mañana, Bella -susurró,
nuevamente, de forma queda, y
salió del living, dejando mi
corazón latiendo a mil por hora.
Era algo definitivo.
Si seguía actuando así, Edward
Cullen iba a matarme.
La mañana siguiente me levanté
más tarde de lo normal y tuve que
hacer todo a la velocidad de la luz
para llegar a tiempo. Cuando
bajé, encontré a Edward sentado
en la cocina y mirando las noticias
con despreocupación. Me dirigió
una rápida mirada al llegar y
luego volvió su vista al frente,
después de un casto saludo. Tomé
con velocidad una tostada y un
pequeño cartoncito de jugo, y me
colgué la mochila al hombro.
-Desayuna tranquila -murmuró
él, con el ceño fruncido.
-No, no, vamos, llegaremos tarde
-lo apremié. Lo único que faltaba
es que él, un constante
madrugador, llegara después de
hora por mi culpa.
Las clases del día fueron
completamente aburridas. En la
última de todas, cuando pensé que
el aburrimiento me mataría, saqué
mi pequeño cuaderno y comencé a
hacer dibujos sin sentido y a
escribir idioteces, como siempre
solía hacer.
-¿Deja de atentar contra mi
autocontrol? ¿Desde cuando
escribes esas cosas? -preguntó
una voz alegre cerca de mi oído, y
sacudí mi cabeza para mirar a la
pequeña Alice.
Todos ya se estaban levantando de
sus lugares, rumbo a la salida, y
yo ni siquiera me había dado
cuenta de cuando había acabado la
última hora. Confundida, volví mi
vista al papel y, entre todos los
dibujos y frases, pude distinguir
con letras más grandes las
palabras que Alice había leído.
Dios, ¿Cuándo había escrito
aquello?
-N-no, n-no es na-ada -
balbuceé, cerrando rápidamente el
cuaderno y metiendo mis cosas en
la mochila.
Apresuradamente me puse de pie y
comencé a caminar fuera del
salón, con Alice pisándome los
talones. ¿Bajo que tipo de trance
me tenía Edward Cullen?
¡Necesitaba alguna repuesta,
Dios!
-¿Qué significó todo eso? -
preguntó Alice, estudiándome
silenciosamente mientras
caminábamos hacia la cafetería de
la escuela.
-Nada -comenté, desviando la
mirada.
-Bella, ¿Cuántas veces tengo
que decirte que eres muy mala
mintiendo? -inquirió Alice, con
una pequeña sonrisa. Sin embargo,
sus ojos mostraban preocupación
-. Sabes que puedes confiar en
mí.
Me quedé unos segundos en
silencio, hasta que me dí por
vencida, soltando un largo
suspiro.
-Edward -comenté y volví a
desviar la mirada-. Él me dijo
eso.
-¿Eh? ¿Qué? -preguntó
confundida.
-Eso... -murmuré-. Me
preguntó por qué siempre
atentaba contra su autocontrol -
dije en un susurro y Alice me miró
sorprendida.
-¿De verdad dijo eso? -
inquirió.
Asentí quedamente, mientras las
dos nos deteníamos frente a mi
casillero. Dejé mis libros de
historia y lo cerré de forma suave,
para luego apoyar mi cabeza
contra la fría superficie de metal.
Estaba mentalmente agotada, de
verdad.
-No se que quiso decir con eso -
confesé, suspirando.
-Creo que yo sí -replicó ella, y
alcé la cabeza rápidamente, para
encontrarme con su seria mirada.
-¿A qué te refieres? -inquirí.
La vi suspirar sonoramente, con
una mueca de duda en su rostro.
-Supongo que tienes derecho a
saberlo -comentó, exponiendo
sus pensamientos en voz alta-,
pero no es algo que pueda
hablarse a la ligera -suspiró-.
Espérame un segundo, que voy a
avisarles a los demás que
cenaremos afuera, en el patio
trasero.
La miré confundida pero, antes de
que pudiera preguntar algo, Alice
salió corriendo rumbo a la
cafetería. Esperé algunos minutos
allí, apoyada en mi casillero,
completamente impaciente. Pronto
Alice volvió corriendo, con algunas
cosas para comer entre sus
manos. Con un suave gesto de su
cabeza me indicó que la siguiera y
las dos nos dirigimos al patio
trasero de la escuela. Pocas veces
había estado allí -ya que
generalmente los recesos los
hacíamos adentro, en el gimnasio,
debido a las constantes lluvias de
Forks-, pero era un lugar amplio
y bastante pintoresco. El día nos
favorecía ya que, si bien había
nubes cubriendo el cielo, ninguna
de ellas daba indicios de tormenta.
Las dos anduvimos hasta sentarnos
cerca de una de las esquinas del
amplio espacio, bastante alejadas
de aquellos que, como nosotras,
habían decidido almorzar afuera.
Alice apoyó su espalda en un árbol
con cautela y comenzó a acomodar
todo lo que había traído entre
medio de nosotras. Su paciencia
para hacer todo comenzó a
desesperarme, por lo que la ayudé
y, una vez que terminamos, la miré
expectante.
-¿Y bien? -inquirí, dándole el
pie para que comenzara.
Alice, aún parsimoniosa en una
actitud nada propia de ella, abrió
su botella de agua y le dio un
largo sorbo, para luego aclararse
la garganta. Creí que, si seguía
así, yo enloquecería pero, gracias
a Dios, me miró y comenzó a
hablar:
-Bueno... hace tiempo digamos
que... Edward hizo una promesa -
me comentó, con semblante serio y
algo titubeante-. Edward... se
prometió a si mismo... no volver a
enamorarse.
Me quedé mirándola fijamente,
intentando procesar aquello que
me decía.
-¿Cómo? -logré articular.
Mi mente trabajaba demasiado
rápido cómo para poder pensar con
claridad. Sólo quería saber más.
Quería saberlo todo.
-Él cree que siempre le hace mal
a las personas que quiere -
murmuró, poniendo los ojos en
blanco-. Una actitud idiota por
su parte, si quieres mi opinión -
comentó-. El problema, es que
seriamente no quiere encariñarse
demasiado con nadie por ello.
-Pero... ¿Por qué prometió algo
así? ¿Y que tiene que ver con lo
que me dijo ayer? -pregunté,
con mi corazón latiendo a una
velocidad increíble.
Quería saberlo todo sobre aquél
asunto. Quería comprender porque
Edward se portaba así.
-Los motivos de la promesa son
cosas suyas, supongo que es algo
que debería decirte él... -
balbuceó, mirando hacia otro lado
-. Y creo que lo otro está más
que claro.
-¿Qué? -pregunté.
Me miró con una pequeña sonrisa
triste.
-¿No te diste cuenta que en el
último tiempo ha estado...
evitándote?
Asentí, con cierto desconcierto.
-Edward no quiere encariñarse
contigo Bella, porque teme
enamorarse de ti -me aseguró y
sentí que en ese momento mi
corazón se detenía-. Claro, si es
que aún no lo está.
Me quedé totalmente estática en
mi lugar, respirando
entrecortadamente.
¿Edward realmente sentía algo
por mí?
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Bajo El Mismo Techo
RomanceSu padre le pidió que cuide de mí, luego del accidente. Pero ¿cómo convivir bajo el mismo techo cuando sólo se dedica a ignorarme? ¿Qué es lo que esconde Edward Cullen y por qué, a pesar de su frialdad, me resulta tan irresistible? Adaptación de (Ms...