10- "Fuego"

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El silencio se extendió como un
pesado manto sobre nosotros dos
y, por unos cuantos segundos, me
sentí ajena a todo el ajetreo
generado por los estudiantes que
se preparaban para la feria.
Edward desvió su mirada de la mía,
abriendo y cerrando la boca varias
veces. Entonces, fue el momento
en el que me di cuenta de lo idiota
que había sido. Edward estaba
enamorado de aquella chica, quien
posiblemente fuera su novia o
alguien importante para él. Me
había besado a mí, si; pero estaba
enamorado de esa muchacha.
Todas aquellas pequeñas ilusiones
se hicieron pedazos cuando las
cosas cuadraron para mí.
-¡Bella! ¡Te estoy hablando! -
cuando escuché aquella voz, que
parecía realmente lejana, alcé la
vista lentamente. Rosalie me
miraba con el ceño fruncido-.
¿Estás bien? ¿Has conseguido
anotar los puestos?
Miré hacia mis manos y me di
cuenta de que, de forma
inconciente, había cerrado la
agenda.
-No -susurré, aún algo perdida
en mi mundo-. En un segundo lo
haré.
Y eché a andar sin mirar a nadie
más, sólo con mi vista fija en el
frente, pero sin observar
realmente nada. No me importaba
que necesitara ayuda para ello; lo
que realmente necesitaba en aquél
instante era estar un tiempo sola,
para aclarar un poco mi cabeza.
Tenía ganas de llorar pero contuve
mis lágrimas mientras avanzaba
entre los puestos, que habían sido
acomodados en fila a ambos lados
del estacionamiento. ¿Qué
demonios me estaba pasando?
Aquello ni siquiera tendría que
afectarme, ¡Yo ya lo sabía!
Además, estaba más que claro que
nosotros dos no éramos nada.
Nada de nada.
Suspiré y eché un disimulado
vistazo a la foto de la hermosa
joven.
No, no y no. Rápidamente pasé las
páginas hasta hallar la lista de
Rose.
Mejor ponía manos a la obra,
antes de que mi cabeza explotara.
-¡Bella! ¿Cómo estás? -
confundida alcé la cabeza. Jacob
se dirigía hacia mí con una enorme
sonrisa en sus labios.
Sonreí sinceramente, mientras me
acercaba a él.
-Agotada -bromeé, llevándome
una mano a la cabeza
teatralmente-. ¿Y tú?
-Oh, bien -comentó él divertido
-. Los flojos de quinto nos han
pedido un poco de ayuda con los
tablones para los puestos y esas
cosas. Nosotros tenemos más
fuerza -agregó, con falsos aires
de grandeza, mientras mostraba
sus músculos.
Reí ante su gracia. Igualmente,
no dudaba de aquello. Por el
contrario, estaba segura ya que
Jacob y sus amigos parecían más
grandes que unos simples chicos de
tercer año. Él y aquellos dos
muchachos que había conocido un
tiempo atrás podían
tranquilamente hacerse pasar por
jóvenes de dieciocho o incluso más
edad.
-¿Y tú? ¿Qué estás haciendo?
-preguntó, mientras seguíamos
caminando.
-Oh, tengo que hacer una lista
de todos los puestos que ya fueron
levantados -comenté, no muy
contenta con mi tarea,
encogiéndome de hombros-. Ya
intenté varias veces hacerlo, con
resultados nulos.
Se rió entre dientes.
-Ven, si quieres podemos
preguntare a los chicos si
recuerdan cuáles fueron los que
armaron -propuso.
Asentí, cuando me señaló el grupo
de muchachos que se encontraban
a la vuelta del edificio escolar.
Todos estaban tirados sobre una
manta de colores ubicada en el
pasto, bajo uno de los grandes
árboles que cercaban el instituto.
Sobre la misma, pude divisar algo
de comida, un par de recipientes y
algunos vasos. Vimos a los
jóvenes, todos juntos, comiendo
mientras charlaban entre ellos y,
segundos después, alzaron la
cabeza en el momento en que
repararon de nuestra presencia,
aún cuando nos encontrábamos a
un par de pasos. Me sorprendí
cuando se callaron súbitamente.
-Muchachos, ella es Bella Swan
de cuarto año -me presentó
Jacob, mientras yo les sonreía.
Sin embargo, ellos permanecían
serios.
Vi a Jake fruncir el ceño.
-¿Qué pasa? -preguntó
confundido.
Todos se miraron entre sí
significativamente y entonces
reconocí a Quil, el amigo de Jake,
cuando se puso de pie y se acercó
a nosotros. Tenía el rostro serio y
miraba a Jacob fijamente, casi
como si no reparara de mi
presencia allí. Suspiró un par de
veces y tardó unos segundos en
hablar.
-Hemos visto a Sam y a los suyos
por aquí -murmuró el muchacho
de forma cuidadosa y vi a Jake
tensarse en su lugar.
-¿Cómo que los han visto por
aquí? -preguntó, quedamente. Vi
como sus puños se crispaban
suavemente a los costados de su
cuerpo-. ¿Qué han hecho?
-Tranquilo, hicimos que se vayan
-respondió Quil, poniendo una
mano sobre el hombro de su amigo,
de forma conciliadora-. Lo que
nos sorprendió a todos es que aún
siguieran por la zona.
-Pensé que se habían mudado al
norte... -masculló Jake, mirando
a un punto fijo en la hierba.
Quil se encogió de hombros.
-Yo estoy tan sorprendido como
tú, hermano -comentó.
Jake gruñó algo que no comprendí,
pero que no sonó para nada bien.
Luego, se volvió hacia mí, como si
reparara otra vez de mi presencia.
Una sonrisa totalmente forzada se
formó en su rostro.
-Comamos algo, ¿Quieres? -
propuso.
Asentí, con resignación. Ya
tendría tiempo para mis
preguntas.
Jacob me presentó a su grupo de
amigos y comí con ellos, mientras
algunas charlas y bromas se
hacían presentes entre los
muchachos, que ahora se reían sin
ningún tipo de problema. Entre
tanto, también me ayudaron a
completar la lista que me había
dado Rosalie, para poder
justificar mi tardanza de alguna
forma. Luego del agradable y
breve picnic, los jóvenes
comenzaron a levantar las cosas y
una muchacha de piel trigueña y
reluciente cabello negro -quien,
si no me equivocaba, respondía al
nombre de Leah-, comenzó a
recoger la comida, a meterla en
los recipientes y a guardarla
dentro de una mochila. Todos se
pusieron de pie y Jake me dio su
mano para ayudarme. Reposé mi
espalda contra el gran árbol bajo
el que habíamos estado comiendo,
mientras los muchachos se
sacudían los restos de hierba y
ramas de la ropa.
-Hey, tortolitos -gritó Quil,
haciendo que el grupo riera. Me di
cuenta de que aún estaba tomada
de la mano de Jake y me sonrojé.
Él sonrió y parecía que no estaba
dispuesto a soltarme-. Nos vemos
después.
Con una sonrisa pícara en el
rostro, Quil empujó a Jacob, que
se tambaleó y avanzó un par de
pasos, hasta acabar de frente
contra mí. Escuché que su amigo
soltaba una risotada grave, que
me recordó bastante a la de
Emmett, y luego oí las voces
alejarse. Jacob, por su parte, me
miró y no se alejó; por el
contrario, alzó la mano libre y me
acomodó un mechón de cabello
detrás de la oreja. Lo miré
confundida y él amplió más su
sonrisa. Me di cuenta que sus ojos
no eran negros, sino de un
castaño oscuro. Quizás me quedé
mirándolo más de la cuenta,
porque escuché su risa entre
dientes.
-¿Qué? ¿Te gusto? -me
cuestionó divertido, a modo de
broma.
Reí también.
-Oh, si -repliqué sarcástica-.
Estoy completamente enamorada
de ti.
Jake rió y sentí su frente contra
la mía.
¿Era mi impresión, o las cosas se
me estaban yendo de las manos?
Comprobé aquello cuando sentí la
mano de Jake sobre mi nuca y sus
labios contra los míos. No fui
capaz de responder cuando su boca
comenzó a moverse sobre la mía.
Sin siquiera darme cuenta, evoqué
otro beso a mi mente y la
comparación fue algo inevitable.
Fue en aquél momento en el que
me percaté de que mi sentimiento
por Jake era diferente al de una
simple amistad. Él me gustaba y de
hecho podría haberme enamorado
de él con el paso del tiempo. Sin
embargo, los hechos se habían
desarrollado de forma
desafortunada para él y yo había
tenido otros labios sobre los míos.
Sus labios.
Y no había vuelta atrás luego de
ello.
Cuando Jake comenzó a explorar
mi boca, me di cuenta de que había
una considerable diferencia entre
él y Edward. Jake era pasional al
extremo y, sin dudas, cada rose de
nuestras bocas desprendía un
placentero fuego; no era tan
delicado, pero no por eso agresivo;
sus movimientos eran más torpes,
pero no por eso malos ni
desagradables. Sin embargo, no se
me había cortado la respiración en
el momento en que sus labios se
encontraron con los míos, mis
piernas no fallaban, no sentía dar
vueltas las cosas a mí alrededor y
no quería quedarme allí por
siempre.
Pero mi razón más fuerte era que,
sin dudas, Jacob no era él.
Aún sosteniendo la agenda de
Rosalie, puse mis manos en su
pecho y, con toda la delicadeza
posible, corté el contacto de
nuestras bocas. Jake me miró y
una pequeña sonrisa algo forzada
surcó su rostro. Pasó una mano
por mi mejilla y luego su rostro se
alejó un poco del mío.
-Seguirá siendo lo mismo
mientras esté él, ¿No? -
preguntó con resignación.
Hice una mueca con mi rostro y
asentí casi de forma imperceptible.
-Perdón, entonces -dijo de
forma sincera.
-No, no te disculpes -le pedí. Ya
me sentía lo suficientemente mal
como para eso.
Sonrió tenuemente y me dio un
beso en la mejilla.
-Sólo recuerda que si él sigue
comportándose como un idiota, yo
estoy aquí -me aseguró, sacando
pecho cómicamente.
Reí de forma suave, aún cuando
sabía que las bromas eran sólo
para cubrir lo que estaba
sintiendo.
-Gracias, Jacob.
-De nada.
Comenzamos a caminar en silencio
hacia donde se encontraban todos
y Jacob se despidió de mí a medio
camino, asegurando que me
visitaría en algún momento en que
el león no estuviera asechando,
según sus propias palabras,
refiriéndose a Edward. Perdida en
mis propios pensamientos, seguí
andando hasta que divisé a Rosalie
y Alice, que aún colgaban adornos
florales por los locales. Rosalie,
apenas me vio, caminó apresurada
hacia mí.
-¿La completaste? -me
preguntó, señalándome la agenda.
Asentí quedamente, mientras se la
pasaba.
Ella la tomó, pero luego estudió en
silencio y frunció el ceño.
-¿Estás bien? -preguntó.
Asentí nuevamente.
-Si, tranquila.
Afortunadamente, Rosalie no
preguntó nada más, aunque vi los
pequeños ojitos de Alice
estudiarme en silencio. Los chicos
llegaron y supuse que las cosas
que tenía para preguntarme
tuvieron que quedarse dentro de
ella. Aproveché aquello para
ofrecerme a colocar los arreglos
de flores en la parte más alejada,
con ayudar de Jasper. Ambos
logramos colgar todo lo que nos
habían encargado, con algunas
charlas banales entre medio, que
me hicieron sentir un poco menos
abrumada. En nuestro trayecto de
vuelta, vi cómo un par de nubes se
arremolinaban sobre nosotros y
temimos lo peor. Corrimos hacia
donde estaban el resto de los
Cullen y Rosalie y encontramos a
esta última maldiciendo entre
dientes a causa del clima,
mientras Emmett intentaba
calmarla.
Por suerte, las nubes no trajeron
consecuencias durante la tarde
para que la feria se desarrollara
con éxito. El estacionamiento del
instituto -decorado para la
ocasión, por supuesto- comenzó
a llenarse de gente y los puestos
empezaron a trabajar con una
gran demanda. Desde juegos hasta
comida, todo estaba repleto de
personas que esperaban su turno
para participar o para poder
comprar algo. Ya pasadas las cinco
de la tarde, una banda se
presentó y una muchacha -que si
no me equivocaba era de tercero
- cantó un par de canciones para
la eufórica y alegre audiencia.
Un poco ausente durante todo el
día y bajo la calculadora mirada de
la pequeña Alice, pasé mi tarde en
el puesto de comida y ayudando un
poco a Rosalie con la
organización. En medio de la
tarde, Carlisle y Esme llegaron a
dar un pequeño paseo por la feria.
Estábamos en el puesto con Alice y
Edward, cuando su padre se acercó
a mí.
-Bella, ¿Puedo hablar un
momento contigo? -pidió.
Confundida, asentí y me puse de
pie.
En silencio, los dos nos alejamos
un poco de la ruidosa y eufórica
multitud. Comenzamos a andar
hacia uno de los extremos del
amplio edificio del instituto.
Cuando estábamos casi por llegar
al final del frente, Carlisle se
aclaró suavemente la voz.
-Bella -llamó y yo lo miré-, he
estado con tus padres esta tarde
-comentó.
Lo miré, llena de expectación.
-¿Y? -pregunté ansiosa.
-Mira, no quiero que te hagas
ilusiones -pidió Carlisle,
aumentando mi impaciencia aún
más, si es que eso era posible-,
pero hemos hecho nuevos estudios
hoy.
Lo miré, totalmente expectante.
Me di cuenta que habíamos dejado
de caminar.
-Los resultados han presentado
claras mejorías, sobre todo en los
órganos vitales -explicó y sentí
una cálida sensación en el pecho
-. Hay mejorías que no
esperábamos pero que, sin dudas,
pueden llegar a facilitar su
recuperación.
Una sonrisa surcó mis labios,
mientras unas pequeñas lágrimas
escapaban de mis ojos.
El doctor Cullen me dio unas
suaves palmaditas en el hombro,
mientras, con una sonrisa, me
acompañaba de vuelta con todos
los demás.
Durante el resto de la tarde tuve
la posibilidad de contarles a todos
los Cullen y los Hale las
novedades, que compartieron mi
alegría y me permitieron olvidarme
de los otros dilemas que rondaban
por mi cabeza. Emmett incluso se
ofreció a probar junto a mi todos
los juegos que se habían armado
en los pequeños puestos, con tal
de mantenerme ocupada por toda
la tarde.
Luego de acabar con aquella
agotadora pero divertida carrera
junto al mayor de los Cullen,
seguí trabajando de un lado para
el otro, intentando no quedarme
quieta demasiado tiempo.
Efectivamente, me dirigía a
asegurarme de que no faltara
cambio en la caja de uno de los
puestos, cuando las pequeñas
gotas comenzaron a caer. Eran ya
alrededor de las nueve y media de
la noche y la gente comenzó a
correr hacia sus autos, intentando
huir de la lluvia, cuya intensidad
iba aumentando con el correr de
los segundos.
Todos los alumnos, por nuestra
parte, huimos hacia el interior del
instituto, tratando de salvar
algunas cosas de la humedad en
nuestro camino. Cuando
conseguimos apiñarnos dentro,
esperamos en vano que la lluvia
disminuyera. Luego de más de
media hora allí, teniendo como
única vista los empapados
cristales, el director hizo su
aparición con otros dos hombres
vestidos de traje a los que no
conocía. Los tres traían en sus
rostros una mueca de clara
molestia y, cuando todos los
alumnos comenzaron a
abalanzarse sobre ellos con
incertidumbre, decidieron el
camino más fácil y conveniente.
-Creo que la feria se suspenderá
por problemas climáticos -
anunció el director, intentando
hacerse oír entre la multitud.
Los hombres a su lado asintieron.
Luego de algunas palabras
cargadas de frustración y molestia
-ya que no habíamos llegado a
hacer el cierre de globos que
teníamos pensado para las once de
la noche-, los alumnos
comenzaron a moverse. Saludamos
a Rosalie y a Jasper y, junto a los
Cullen, comencé a andar rumbo a
la salida. Me puse mi sweater en la
cabeza cuando empezamos a
correr bajo la lluvia, cuya
intensidad iba en aumento. En el
momento en que por fin llegamos
al Volvo de Edward, todos nos
tiramos dentro como si
estuviéramos en medio de una
guerra. Emmett, Alice y yo nos
apretamos en el asiento trasero,
tratando de darnos un poco de
calor humano, aún cuando
nuestras ropas estaban
completamente empapadas.
En un abrir y cerrar de ojos, nos
encontramos frente a la
magnánima casa de los Cullen.
Edward aparcó con destreza y
todos nos bajamos del automóvil.
Luego de la breve carrera bajo la
intensa lluvia, los cuatro
ingresamos a la casa. Esme nos
alcanzó un par de toallas para
secarnos y nos dijo que luego nos
haría llegar un par de tazas de té
para recuperar el calor. Le
agradecimos y, cuando ya por lo
menos no goteábamos, subimos las
escaleras. Yo seguí a Alice a su
cuarto, mientras seguía
secándome el cabello. Cuando
ingresamos a la habitación, vi que
la pequeña de los Cullen cerraba
la puerta y se sentaba en el medio
de la amplia cama, aún empapada.
Entonces, se quedó mirándome y
palmeó suavemente el mueble,
indicándome que me sentara
frente a ella. Supuse al instante
lo que se venía, por lo que intenté
salvarme con mis últimos recursos.
-Alice, estoy toda mojada y
tengo frío -comenté, intentando
declinar su propuesta-. Me daré
una ducha, me cambiaré y luego
vengo.
Ella negó con la cabeza, luego de
alzar una ceja.
-No me molesta que se moje la
cama -replicó astutamente-; y,
si tienes frío, puedo darte una
frazada para que te cubras.
Suspiré con resignación y me senté
frente a ella.
-¿Qué? -pregunté, con cierto
fastidio.
Ella rió suavemente, pero luego
volvió a ponerse seria.
-¿Qué te pasó hoy? -preguntó.
Intenté hacerme la desentendida
del asunto, aunque supiera muy
bien de que estaba hablándome.
-¿Hoy? ¿Cuándo? -inquirí, con
mi mejor tono de confusión.
-Bella, ¿Sabes que mintiendo
eres patética? -comentó Alice
con una media sonrisa surcando su
rostro.
Suspiré con renovada resignación.
Ella estaba en lo cierto.
-De acuerdo -balbuceé-, pero
debes prometerme que esto no
saldrá de esta habitación.
-Lo prometo -me aseguró,
frunciendo el ceño-. Pero... ¿Qué
sucedió?
Suspiré unas cuantas veces.
-¿Me prometes que no te vas a
enojar? -inquirí suavemente.
Frunció un poco más su ceño.
-Lo prometo -dijo dudosa.
-¿Sin importar lo que sea? -
probé ahora.
-Sin importar lo que sea -
repitió Alice, poniendo los ojos en
blanco-. ¡Vamos Bella que me
estás asustando! ¿Qué paso?
-Jacob me besó -solté de golpe
y vi como su ojos se abrían por la
sorpresa.
Silencio. Nada más que silencio por
unos cuantos segundos.
-¿¡Y tú lo dejaste que te
besara!? -se quejó Alice,
rompiendo la calma.
Asentí, completamente
avergonzada, mientras mi mirada
viajaba al cobertor de la cama,
ahora totalmente húmedo.
-Pero... ¿Tú... sentiste algo? -
preguntó, titubeante, aunque
siempre llena de expectación.
-Fuego -respondí casi al
instante, sin darme cuenta.
Alcé los ojos y vi que la pequeña
Cullen me miraba confundida. Volví
a sonrojarme de forma
irremediable.
-¿A qué te refieres con fuego?
-preguntó confusa-. ¿Fue
muy... pasional?
Los colores de mi rostro se
volvieron más intensos por su
soltura con el tema. Me pasé la
mano rápidamente por la cara,
mientras asentía, completamente
avergonzada.
-Mucho más que el de él -
respondí, haciendo hincapié en mi
última palabra-. Son como el
fuego y el hielo. Totalmente
opuestos.
Maldita asociación. ¿¡Por qué
siempre debía recordarlo a él!?
-No lo dudo -murmuró Alice-;
pero, ¿Y entonces? ¿Te gustó más
el beso de Jacob que...?
-Jake es más... pasional, sólo
eso -comenté yo, como quien no
quiere la cosa, sin responder
directamente a su pregunta.
Ambas escuchamos un fuerte ruido
fuera de la habitación y nos
volvimos casi por inercia. Luego,
giré rápidamente mi cuello para
mirar a Alice con pavor.
-¿Qué fue eso?
Ella se encogió de hombros.
-Nada, seguro fue culpa de
Emmett -comentó, sin darle
importancia-. Luego seguiremos
con esta charla, ahora será mejor
que te cambies si no quieres
pescar un resfriado.
-Iré a mi habitación -comenté,
desesperada por huir de aquél
interrogatorio cuanto antes.
Alice asintió y yo con paso veloz
me dirigí a la puerta. Al salir, vi
un gran manchón de agua sobre el
pasillo, de un color oscuro.
Confundida, seguí rumbo a mi
improvisada habitación en casa de
los Cullen. Cuando llegué frente a
la puerta correspondiente, la abrí
y comencé a andar a tientas para
buscar el interruptor. Sin
embargo, sentí una presión en mis
muñecas y luego la fuerza de un
cuerpo contra el mío. Escuché el
fuerte ruido de la puerta cerrarse
y un escalofrío me recorrió de pies
a cabeza, aunque de una forma
placentera. En cuestión de
segundos hubiese gritado o hecho
algo, pero aquél perfume dulzón
mezclado con el aroma a lluvia
nubló todos mis sentidos,
tranquilizándome y, a la vez,
alterándome de una manera
descomunal. Sentí el roce de
cabellos húmedos contra mi cuello
y luego un cálido aliento sobre mi
oído. Mi corazón comenzó a latir
desbocado dentro de mi pecho,
amenazando con escaparse de él
en cualquier momento.
-Bella... ¿Alguna vez tocaste el
hielo? -me preguntó aquella voz
de terciopelo que se encontraba
grabada en mi mente. Su aliento
cálido me hizo cosquillas en el
cuello y me generó otro escalofrío.
Imposibilitada de contestar y llena
de confusión, sólo asentí con la
cabeza.
Hubo un silencio, en el que sólo
podía escuchar nuestras
respiraciones, completamente
agitadas.
-Entonces debes saber que el
hielo también puede quemar -
comentó su voz contra mí oído de
forma extrañamente ronca-. Tal
y como el fuego.
Abrí los ojos desmesuradamente,
comprendiendo todo en ese
instante. Mi corazón siguió
latiendo con más fuerza, a un
ritmo que, a mi parecer, era
humanamente imposible.
-¿Tú...tú...?
No llegué a completar mi frase.
Fue imposible.
Sólo sentí las manos de Edward en
mi nuca, hundiéndose en mi cabello
mojado. Sentí sus labios sobre los
míos con una suave ferocidad que
nunca antes había sentido. Un
movimiento certero pero pasional,
impregnado en cada uno de
nuestros roces; su cálido aliento
entremezclándose con el mío.
Pasando su lengua por mi labio
inferior en el más infernal de los
contactos, me hizo concederle un
permiso que ya le correspondía
para profundizar el fuerte roce de
nuestras bocas. Entonces, todo
perdió sentido para mí y la
respiración se me dificulto como
nunca. Sin embargo, una frase
seguía latente sobre mi mente, en
la intensa oscuridad de la
habitación y en medio de aquél
voraz pero perfecto contacto;
incluso aún cuando sentía que
todo daba vueltas y que mis
fuerzas se desvanecían por
completo.
El hielo también podía quemar.

Bajo El Mismo TechoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora