-¡Edward, Bella, por aquí! -el
inconfundible gritito de Alice nos
llamó la atención.
Confundidos, ambos nos dirigimos
a donde se encontraba la más
pequeña del grupo.
-¿Qué haces aquí? -preguntó
Edward con voz suave.
Y yo hubiera preguntado lo mismo.
Después de todo, el aparcamiento
estaba ya con pocos estudiantes,
todos dirigiéndose al interior del
edificio para asistir a sus clases.
Alice, sin embargo, sólo sonrió.
-Convocaron a todos los
estudiantes a una reunión en el
gimnasio -comentó risueña y con
un dejo de excitación en su voz-.
El director quiere hacer un
anuncio.
Los tres nos dirigimos hacia el
lugar de reunión. Alice iba
preguntándose que podía ser lo
que el director quisiera decir,
mientras Edward y yo caminábamos
sin decir palabra. De hecho, las
cosas entre nosotros estaban así
de silenciosas desde la noche
anterior. El único cambio que
había notado, además de que yo ya
no intentaba entablar una
conversación, es que sus miradas
furtivas hacia mí parecían haber
incrementado. Demás está decir
que mi incomodidad también lo
había hecho.
Cuando llegamos al amplio
gimnasio, Alice me arrastró para
que me sentara en el suelo, a su
lado, como mucho de los alumnos
ya habían hecho. Emmett me
saludó -si puede llamarse saludar
a golpearme con un bolígrafo y a
carcajearse de mi cara de
confusión al voltear-, y luego
Rosalie le dio un buen coscorrón,
que aprobé con un guiño. Edward
se fue a sentar con Jasper no muy
lejos de nosotros. Esperamos allí
algunos pocos minutos, hasta que
el director de la institución hizo
acto de presencia. El hombre, de
unos cincuenta y tantos años, era
algo flaco y desgarbado, con
aspecto cansado, cabello rubio
pajizo y ojos oscuros, ocultos tras
unos anteojos rectangulares. Con
decisión avanzó entre la multitud
de estudiantes para colocarse en
el centro, sobre una pequeña
tarima improvisada. Una de las
profesoras le alcanzó un
micrófono y el hombre, luego de
aclararse la garganta y probar el
artefacto que le habían pasado,
nos miró a todos.
Al principio dio algunas peroratas
sobre aquellos que ocasionaban
disturbios en la sala de arte o
algo por el estilo, y escuché como
un grupo de chicos de tercero se
carcajeaban. Entre todas esas
risas, pude distinguir el ronco
sonido de las carcajadas de
Emmett. Luego, el hombre se
acomodó sus anteojos y nos miró a
todos, explicándonos que haríamos
un evento para dar cierre al
verano que se iba.
-Es por eso, que hemos coincidido
con las instituciones cercanas en
realizar una feria el domingo
siguiente, para juntar fondos -
explicó, y un murmullo general se
extendió a lo largo del gimnasio.
El hombre se aclaró la garganta,
con la intención de acallar las
voces-. En las últimas horas de
la jornada les haré llegar una
planilla con las actividades que
deberá dividirse cada curso ¿De
acuerdo?
Hubo una especie de asentimiento
general, mezclado con cuchicheos
y protestas.
-Bueno, ahora vuelvan a sus
clases -pidió el director-. En
orden -agregó, cuando vio que
todos comenzaban a crear una
especie de avalancha hacia la
salida.
Yo me levante con Alice y comencé
a mover mis pies, tratando de
amoldarme a la multitud y de no
tropezar en el proceso. Gracias a
Dios, logré salir completa del lugar
y, con Alice aún tomándome la
mano, comencé a andar por el
pasillo...
-¡Bella!
Al escuchar mi nombre, tanto Alice
como yo nos volvimos y me
sorprendí al ver los brillantes ojos
oscuros de Jacob, que me miraba
con una sonrisa. Con ligereza,
esquivando toda la gente que
transitaba por los pasillos, se
acercó hacia nosotras. Hizo una
inclinación de cabeza hacia Alice,
que lo miraba con el rostro -para
mi sorpresa- inescrutable, y
luego posó sus ojos en mí.
-Bella, aquí está la dirección que
te dije -comentó, pasándome un
papel doblado-. Adentro está
todo lo que necesitas saber.
-De acuerdo -comenté un poco
confundida.
Me dirigió una amplia sonrisa y,
luego de darme un beso en la
mejilla y hacerle un gesto de
despedida a Alice con la mano, se
alejó por el pasillo. Nosotras,
seguimos nuestro camino pero,
antes de ingresar al aula, cuando
aún nos encontrábamos a unos
cuantos pasos de ella, la pequeña
Cullen me miró con las manos en
sus caderas.
-¿Qué es ese papel? -me
preguntó con voz firme.
La miré alzando una ceja.
-No lo sé, Alice -declaré,
aunque tenía una pequeña idea de
lo que podía llegar a ser-. Aún no
lo abrí.
-Pues hazlo.
Le dirigí una mirada molesta ante
su tono autoritario y luego
desdoblé el papelito con fatiga. Ni
siquiera tuve tiempo para leer,
porque Alice me lo quitó de las
manos. Volví a mirarla feo, pero
ella me ignoró, ya que sus ojos
volaban a gran velocidad por el
trozo de hoja, lleno de palabras
que no pude leer desde mi posición.
Después de unos segundos, alzó
los ojos y me miró con
incredulidad. Como vio que no
reaccionaba -la verdad es que no
sabía por qué me miraba así-,
volvió sus ojos al papel.
- Bella, la fiesta de la que te
hablé se desarrollará en La Push,
en la playa número tres. Es este
sábado a las siete de la noche. Si
tienes algún tipo de problema en
cómo llegar, no dudes en
preguntarme. Incluso, no me
ocasionaría ningún problema
alcanzarte hasta allí. Te dejo mi
número -leyó Alice, poniendo
tono grave, como si fuera un
hombre. Luego alzó sus ojitos
azules y me miró con una ceja
arqueada-. ¿Y bien?
-Y bien ¿Qué? -pregunté
poniendo las manos en mis caderas
-. ¿Tú también vendrás con eso
de aléjate de Jacob Black y bla,
bla, bla...?
-Bella -me cortó Alice-. No es
un juego. Es serio.
-¿Por qué? -pregunté molesta.
La vi quedarse callada, como si se
debatiera internamente en decir
algo o no.
Sin embargo, se quedó en silencio.
-¡Dejen todos de decirme que no
debo juntarme con él si luego no
me dan motivos aparentes para
que me aleje! -me quejé
molesta. Es decir, ¿A qué
estábamos jugando? Me estaba
cansando de todo aquello-. No
tengo ganas de jugar a los
detectives; así que, si no vas a
decirme nada...
Vi a Alice suspirar con cierta
frustración.
Aquella pequeña conversación
fuera de clase nos costó un
castigo, por no asistir a tiempo -
de hecho, habíamos llegado a la
clase unos veinte minutos tarde
-. Cuando terminamos con la
última hora del día; Edward, Alice
y yo nos dirigimos a almorzar en
silencio. Emmett, que llegó un
poco más tarde hacia donde
estábamos, acompañado por
Rosalie y Jasper, se sorprendió de
que todos estuviéramos callados.
-¿Quién murió? -preguntó,
siempre con aquellos modos
carentes de tacto que parecían
ser parte de su personalidad.
Vio que todos seguíamos con
seriedad, por lo que no agregó más
nada; aunque, entre toda la gente
del comedor, puede sentir aquellas
esmeraldas mirarme
disimuladamente, con aparente
preocupación.
¿Por qué era tan adorable cuando
no se mostraba tan frío?
Sacudí la cabeza.
Yo estaba enojada con él. ¿O no?
Comimos en un inusual silencio,
sólo interrumpido por las casuales
pequeñas charlas entre Rosalie y
Emmett -que evidentemente
habían resuelto sus diferencias-,
en las que de vez en cuando hacía
alguna acotación Jasper. Estaba
terminando de comer, cuando
escuché que el mayor de los Cullen
me llamaba.
-¿Y damisela? ¿Qué te ha tocado
hacer para la feria? -preguntó
sonriente.
-Debemos preparar comida para
vender -comenté, encogiéndome
de hombros. Después de todo
aquella era una de las pocas cosas
que se me daba realmente bien-.
¿A ustedes? ¿Qué les ha tocado?
-pregunté, mirando a Emmett y a
los hermanos Hale, ya que Edward
y Alice también estaban a cargo de
la comida como yo.
-Oh, yo debo hacer un poco de
fuerza -comentó con falsos aires
de grandeza, señalando sus
músculos-. Debemos ayudar a
levantar los puestos y todas esas
cosas -me comentó.
Solté una suave risa.
-¿Y ustedes? -pregunté a Rose
y a Jasper.
-Debemos encargarnos de la
decoración -explicó Rosalie,
dejando escapar un suspiro-.
Creo que mataré a Jessica Stanley
si trata de decir que los girasoles
quedarán mejor que las rosas -
dijo más para sí que para todos
los presentes.
Reí suavemente.
-¡No es justo! ¡Yo quería hacer
eso! -se quejó Alice, haciendo un
infantil puchero.
-No te preocupes, podrás
ayudarnos -calmó Jasper, que la
tenía tomada por la cintura,
dándole un suave beso en la
mejilla.
Una tenue sonrisa apareció en el
rostro de la pequeña Cullen.
Cuando acabamos de comer, me
puse de pie con frustración,
recordando que aún no podía irme:
tenía que cumplir con el bendito
castigo. Me apunté mentalmente
que debía llamar al local de los
Weber para avisarles que esa
tarde no podría asistir a trabajar.
Me arrastré con los pies fuera del
comedor y me quedé de pie junto
con Alice, mientras los otros
avanzaban. Jasper fue el primero
en notarlo, y se volvió para
mirarnos.
-¿No piensan venir?
-Tenemos un castigo que cumplir
-explicó Alice-. Por entrar
tarde a clases hoy.
Sentí los ojos de Edward encima de
mí.
-Estaré dentro de dos horas en
casa -lo tranquilicé. Sin
embargo, lo vi dar un par de pasos
hacia nosotras. Lo miré
frunciendo el ceño-. ¿Qué
haces?
-Esperaré -respondió de forma
tranquila.
Sorprendida por su gesto aún,
luego de despedirnos de los
hermanos Hale y de Emmett,
comencé a andar detrás de Alice y
Edward. Llegamos al aula que nos
correspondía asear y dejamos
nuestras cosas a un costado.
Edward se sentó
despreocupadamente en un
costado del salón, tomando un
libro de su mochila y apoyándolo
sobre sus piernas cruzadas.
¿Por qué se empeñaba siempre en
verse tan irresistiblemente
adorable y, a la vez, soberbio?
Con Alice salimos del salón en
busca de los elementos de limpieza
para comenzar con nuestro
trabajo. Aproveché el momento
para tomar el teléfono móvil de mi
bolsillo y llamar a la librería.
Luego de pedirle perdón a la
señora Weber y asegurarle que
haría horas extra algún otro día
de la semana, volví a guardar el
teléfono en mi bolsillo. Luego,
ambas transcurrimos los pasillos
de la escuela -que ahora se
encontraban casi vacíos, a
excepción de aquellos que se
quedaban a los talleres extra de
ese día-, hasta que Alice se
detuvo. Recién en ese momento me
percaté de que sus ojitos celestes
estaban algo rojos. Entonces, lo
siguiente que sentí es como me
daba un fuerte abrazo.
-¡Bella, no quiero que estemos
peleadas! -chilló con la voz
entrecortada-. Perdón si dije
algo que te molestó.
Me conmoví con su tierno, y en
cierto punto, infantil, gesto. Le
devolví el abrazo mientras una
pequeña sonrisa, que ella no pudo
ver, surcaba mis labios. Entonces
me separé para mostrarle mi
gesto. Enseguida vi sus ojitos
llorosos y me sentí culpable al
instante.
-No, discúlpame a mí -le pedí
-. Creo que he sido un poco dura
-acepté.
Ella sonrió suavemente, secándose
con el dorso de la mano.
-Prometo no volver a meterme
con el mismo tema -prometió. Su
mirada se ensombreció unos
instantes-. Sólo ten cuidado.
-Alice -le avisé, a modo de
regaño, aunque estaba sonriendo.
-De acuerdo, de acuerdo, no te
diré más nada -aseguró y luego,
dando vivaces saltitos, se dirigió a
buscar las cosas de limpieza.
Oh, si; la hiperactiva Alice estaba
de vuelta.
Cuando tuvimos todas aquellas
cosas que necesitábamos para
comenzar con nuestro castigo, nos
encaminamos nuevamente hacia el
salón de clases. Allí se encontraba
Edward sentado en el mismo sitio
donde lo habíamos dejado, con el
libro entre sus manos. Sin
embargo, cuando hice un paneo
general del salón vi que todos los
bancos estaban contra las
paredes, dejando así el lugar ya
preparado para comenzar a limpiar
el piso. Cuando alzó la cabeza
para dirigirnos una rápida mirada
al entrar, le sonreí a modo de
agradecimiento y comencé con el
trabajo, seguida de una saltarina
Alice.
Cuando se comportaba como un
caballero, era imposible estar
enojada con él.
Además, evidentemente, los Cullen
poseían algún don para que no
pudiera estar mal con ellos.
La tarea fue menos ardua de lo
que creímos, en parte gracias a la
ayuda que Edward nos dio y a la
hiperactividad de Alice, quien
parecía nunca cansarse de nada.
Cuando acabamos con todo,
devolvimos los utensilios de
limpieza a donde pertenecían y nos
encaminamos hacia el
estacionamiento del instituto.
Edward me permitió el paso al
asiento del copiloto, mientras
Alice se dirigía rápidamente al
asiento trasero. Cuando todos
estuvimos arriba del auto, Edward
arrancó y salimos del instituto. El
viaje transcurrió con algunos
comentarios de Alice -como
usualmente solía pasar- y pronto
llegamos a la casa de los Cullen.
-¿Nos juntaremos a preparar las
comidas? -preguntó Alice desde
el asiento trasero, antes de
bajarse, con los ojitos iluminados.
-Hay tiempo para eso, Alice -
respondió serenamente Edward-.
Ya veremos.
Cuando la pequeña se despidió de
nosotros, retomamos la marcha,
ahora rumbo a mi hogar. Tenía
ganas de ver a mis padres pero, en
medio del primer trayecto, Alice
me había asegurado que le
preguntaría a Carlisle como
estaban las cosas y me informaría
por teléfono, sólo por el hecho de
ahorrarme una visita al hospital.
Le agradecí más de una vez por
eso; y, un poco más tranquila, me
escurrí en mi asiento, esperando
llegar a casa. El trayecto no se
hizo demasiado largo y pronto nos
encontramos frente a la vivienda
pintada de un pálido amarillo. Sin
esperar a que Edward abriera la
puerta, me bajé del asiento y
rebusqué las llaves dentro de mi
mochila. Para cuando las saqué,
Edward ya había ingresado a la
casa.
-¿Cómo haces eso? -pregunté,
mirándolo de reojo.
-¿Qué? -preguntó, mientras
ambos nos dirigíamos a la sala a
dejar nuestras cosas.
-Abrir la puerta siempre antes
que yo -comenté y vi que sonreía
de lado.
Recuerda respirar. Recuerda
respirar. Recuerda respirar.
Se encogió de hombros.
-Costumbre, supongo -comentó,
dejando su bolso cruzado sobre el
sofá-. Alice y Emmett son
bastante desorganizados...
Con pesadez me dirigí a mi cuarto
y me cambié el uniforme por unos
jeans viejos y una camiseta
oscura, mientras observaba como,
por la ventana de mi cuarto,
comenzaban a nublar el paisaje las
pequeñas gotitas de lluvia. Me
encogí de hombros, ya que aquél
clima estaba haciéndoseme más
que habitual. Luego volví a bajar y
tomé una de mis carpetas, un libro
de ejercicios matemáticos y mis
útiles. Con todo aquello entre mis
brazos, me dirigí a la mesa de la
cocina y me acomodé con
despreocupación. Allí, cuando
llegué, encontré a Edward con un
papelito y un bolígrafo entre sus
níveas manos. En el momento en
que me escuchó depositar mis
cosas sobre la superficie de
madera, alzó la vista.
-¿Qué haces? -pregunté,
mientras abría el estuche con mis
útiles.
-Una lista de compras -me
comentó-. Faltan algunas cosas.
-¿Quieres que te acompañe? -
inquirí.
Negó con la cabeza.
-No te preocupes -replicó,
siempre serio-. ¿Necesitas algo?
Me quedé pensativa unos
segundos.
-Creo que faltaba shampoo -
comenté como quien no quiere la
cosa, mientras abría mi libro.
Vi que apuntaba algo y se ponía de
pie.
-Bueno, volveré enseguida -
pronunció con seriedad y luego
desapareció con lentitud por la
puerta de la cocina.
Yo dejé escapar un suspiro de
cierta tranquilidad y casi de forma
inconciente relajé mi postura. Abrí
mi carpeta, dispuesta a comenzar
con mi tarea de matemáticas,
cuando un papelito escapó de
entre las hojas y fue con un
rápido movimiento a parar al piso.
Me agaché para tomarlo y pronto
vi la pequeña e irregular
caligrafía.
Era la notita de Jake.
Vi que al pie de la misma estaba
garabateado su número de móvil.
Aprovechando mi soledad, caminé
con pasos lentos hasta el teléfono
y marqué los números con cautela.
Esperé unos segundos y pronto
alguien contestó del otro lado.
- ¿Hola?
-¿Jake? Habla Bella -expliqué
titubeante.
- ¡Bella! Perdón, no reconocía el
número -se disculpó con tono
alegre-. ¿Cómo estás? ¿Para
qué llamabas?
Me tomé unos segundos para
responder, ya que, en realidad, no
había pensado en un motivo
concreto para llamarlo.
Simplemente, al ver el número, se
me había ocurrido marcarlo.
Sobre todo, porque los ojos verdes
de Edward no estaban allí para
traspasarme.
-Quería preguntarte como llegar
a La Push -comenté, sin ningún
otro motivo aparente.
- ¡Ah! No te preocupes -escuché
que respondía-. Si quieres puedo
pasarte a buscar por tu casa y te
llevo.
Me quedé en silencio, considerando
las posibilidades. Otra vez las
obres del color de las esmeraldas
de mi temerario compañero de casa
vinieron a mi mente, y descarté
aquella posibilidad al instante.
-No -respondí, intentando no
sonar dura-. Preferiría que me
indicaras como ir.
Escuché una risa un tanto
socarrona del otro lado de la
línea.
- Es por Cullen, ¿No? -preguntó
con cierto dejo de molestia en su
voz.
¿Cómo sabía él...?
-¿Cómo...?
- Los rumores corren bastante
rápido, Bella -me comentó-.
Bueno, si quieres puedo esperarte
en un costado de la carretera -
agregó luego, retomando su tono
alegre-. Conozco un lugar donde
puedes esperarme -explicó-.
Puedo pasarte a buscar por ahí.
Volví a reconsiderar mis
posibilidades con cautela,
intentando pensar cuales eran las
opciones posibles, primero que
nada, luego de que me escapara de
la casa cual prisionera; sin que
Edward, mi carcelario personal,
reparara de ello. Me pasé una
mano por el rostro, con
frustración, para luego volver a
centrarme en la conversación
telefónica.
-Eh... mira Jake, déjame ver que
haré y te llamo otra vez cuando
sepa mis planes ¿De acuerdo? -
comenté, intentando sonar
despreocupada.
Escuché su risa grave del otro
lado de la línea.
- Cuándo sepas como huir de las
garras de Cullen, me cuentas -
comentó con humor-. Nos vemos.
Hasta luego, Bella.
-Hasta luego, Jake.
Dando un gran suspiro de
cansancio, corté la comunicación.
Aún con el papelito en mis manos,
volví a sentarme en mi puesto y
escondí el trozo escrito entre mis
hojas. Luego, acerqué el libro y
me preparé para una exhaustiva
sesión de números y extensas
fórmulas incomprensibles.
Ni siquiera pude resolver el primer
ejercicio -no por el poco tiempo
sino porque, de hecho, no entendía
absolutamente nada-, cuando
escuché la puerta abrirse. Pocos
segundos después apareció Edward
con varias bolsas entre sus manos.
Su cabello broncíneo estaba algo
apelmazado y pegado a su cabeza,
debido a la lluvia, y sus ropas
lucían húmedas. Sin embargo, a
pesar de todo, seguía luciendo tan
pulcro e irresistible como siempre.
Sacudí mi cabeza cuando lo vi
dejar las cosas sobre la mesada.
Lo vi pasar una mano por sus
cabellos húmedos y volverse hacia
mí. Se sentó a la mesa en una de
las sillas de enfrente y suspiró
cansado.
-No tendrías que haber salido
con esta lluvia -le regañe, en
parte porque así pensaba, en
parte porque quería iniciar alguna
conversación para romper aquel
molesto silencio.
Se encogió de hombros.
-No importa -replicó-. Veo
que tu tiene más problemas que
yo.
Sonrió muy tenuemente de lado.
No era aquella sonrisa que me
gustaba pero... ¡Dios!
Lo miré casi atónita, parpadeando
varias veces.
¿Edward Cullen estaba siendo
amable conmigo?
¿Dónde estaban las cámaras?
Porque, ciertamente, aquello no
podía estar pasando.
-Yo... -me quedé en blanco por
unos segundos, y luego dije lo más
sincero que pasó por mi cabeza-.
No entiendo nada -me sinceré,
dejando escapar un suspiro.
La frase podía tener una doble
connotación, pero el
evidentemente pensó que sólo me
refería a los problemas de
matemáticas.
Lo vi ponerse elegantemente de
pie y caminar alrededor de la
mesa. Luego, observé como
empujaba una silla para
alcanzarla y sentarse a mi lado.
Sentí su aroma dulzón mezclado
con el olor a lluvia y mi pulso se
aceleró de forma considerable. El
también se quedó en silencio
algunos segundos, hasta que lo vi
estirar una mano hacia mi hoja.
-Debes cambiar el procedimiento
y modificar las incógnitas -me
explicó con voz profunda y suave.
-¿Qué? -pregunté. Pocos
segundos después me di cuenta
que estaba refiriéndose a los
ejercicios.
-Aquí -me señaló en la hoja-,
no puedes poner x , porque esta es
una variable dependiente.
-¿Y eso en cristiano significa...?
-intenté, más confundida que
antes.
Lo vi sonreír de lado casi de forma
imperceptible y sentí que mi
corazón quería huir de mi pecho.
Él, en silencio, me quitó con
delicadeza el lápiz de las manos y
comenzó a garabatear con una
estilizada y pulcra caligrafía
algunas fórmulas y números.
Cuando acabó, alzó la vista y me
miró. Al ver mi rostro, que seguro
era de confusión, señaló una de
las primeras fórmulas que había
escrito.
-¿Ves? Esta depende de esta -
me marcó, señalando unas letras
que había escrito.
¿Cómo quería que lo escuchara, si
su perfume era completamente
embriagador?
-Em... -¡Bingo!
Los dos alzamos la cabeza cuando
escuchamos el estridente timbre de
mi teléfono móvil. A la velocidad de
la luz y con mis pasos algo torpes,
alcancé el aparato, que seguía
sonando dentro de mi mochila con
su incesante tono, y lo entendí
casi con desesperación.
¡Estaba salvada!
-¿Hola?
- ¡Bella! ¡Habla Alice! -chilló
una cantarina vocecilla del otro
lado de la línea.
-¡Oh, Alice!-comenté en voz
alta, con la intención de que
Edward estuviera al tanto de
quien estaba del otro lado. Lo
miré y, con un gesto, me retiré de
la cocina-. ¿Cómo estás?-
pregunté, andando escaleras
arriba.
- Muy bien -comentó ella con
alegría-. Te llamaba porque
Carlisle salió hace un rato para el
hospital, porque estaba algo
atrasado -hizo una pausa-. Me
dijo que apenas tenga alguna
noticia, me lo hará saber.
-Muchas gracias Alice -
pronuncié, mientras entraba en mi
habitación. Me apoyé en el marco
de la ventana, observando la
lluvia caer con menor intensidad
que antes-. De verdad.
- ¡Oh, no te preocupes, Bella! Te
dije que podrías contar conmigo
para todo lo que necesitaras -
replicó con una risita-. Debo
irme, pero mándale saludos a
Edward de mi parte. ¿Te está
tratando bien?
-Si... -susurré, suponiendo que
el comportamiento de Edward
guardaba alguna relación con su
demoníaca hermanita-. Hasta
luego Alice -me despedí.
- Hasta luego... y cuida de mi
niño -respondió, y con una risilla
cortó la comunicación.
Una sonrisa se dibujó en mis labios
mientras cortaba la comunicación,
antes las ocurrencias de Alice.
¡Cómo si Edward necesitara que yo
cuidara de él! ¡Já! Claro.
Me estiré en mi lugar -dándome
cuenta, dicho sea de paso, de que
tenía bastante sueño- y salí de
mi habitación. Con cautela
descendí las escaleras,
dirigiéndome nuevamente rumbo a
la cocina. Allí Edward seguía
frente a mi carpeta, aunque su
marmórea frente estaba poblada
de arrugas, así como su ceño
fruncido de forma pronunciada.
Volví a ocupar mi lugar a su lado,
y lo vi observarme fijamente con
aquellas intimidantes obres
esmeraldas. Entonces, pude
distinguir algo que pocas veces
había visto en ellas.
Fuego.
Con cautela, vi como alzaba una
mano entre nuestros rostros.
Entre sus largos y pálidos dedos
sostenía un papel que observé con
cuidado. Mi rostro se contrajo en
una mueca de horror cuando
identifiqué la caligrafía que lo
ocupaba.
Era la nota de Jake.
-Bella... -lo oí susurrar
peligrosamente suave.
Sus obres verdes me estaban
matando.
Desvié mi mirada de sus ojos,
girando mi rostro hacia la mesada.
Entonces, sentí a cada lado de mi
mentón la suave presión de dos de
sus dedos, que quemaban contra mi
piel. Haciendo una minúscula
fuerza -ya que todos mis
músculos se habían aflojado con el
contacto-, giró mi rostro para
dejarlo otra vez frente al suyo.
En aquél momento me percaté del
casi imperceptible lunar cerca de
su labio superior, debido a la
cercanía de nuestros rostros.
-Bella, no hagas idioteces, por
favor... -pidió en un murmullo
suave como el mismísimo terciopelo
y su cálido aliento me hizo
cosquillas en el rostro.
Quería responderle algo, pero no
sabía qué. Y, de hecho, aunque
hubiese probado, la voz, muy
posiblemente, ni siquiera me
hubiera salido.
-No quiero que vayas sola a La
Push -continuó. ¿No se daba
cuenta de que la tibieza de su
aliento me estaba volviendo loca?
-¿Por...qué? -logré articular,
intentando concentrarme en otra
cosa que no fueran sus ojos
verdes. Bajé la vista.
Mala idea.
Sus labios carnosos y
entreabiertos tampoco permitían
que ningún tipo de pensamiento
coherente pasara por mi cabeza.
-Porque no es un lugar adecuado
para que vayas sola... -murmuró.
Cerré los ojos, intentado
concentrarme auténticamente.
-¿Y tanto te importa? -
pregunté en un susurro, sin volver
a mirarlo.
No respondió al instante.
En vez de eso, sentí un suave roce
contra mis labios. Casi
imperceptible, casi inexistente;
pero que me hizo abrir los ojos al
instante. Sentí que perdía mi
respiración y que mi corazón latía
a un ritmo incontrolable, cuando vi
a Edward alejarse y cuando sentí
sus ojos mirarme con una extraña
mezcla de sentimientos que no
pude identificar.
-Más de lo que tú piensas.
Lo vi levantarse y salir de la
cocina.
No estoy segura de cuánto tiempo
permanecí allí, con la mano sobre
mis labios y haciendo grandes
esfuerzos por seguir respirando.
Con sólo un roce, había logrado
que mi corazón latiera con más
fuerza que nunca.
Y con sólo unas palabras, me había
dejado más desconcertada de lo
que nunca había estado en toda mi
vida.
¿Qué estaba pasando?
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Bajo El Mismo Techo
RomanceSu padre le pidió que cuide de mí, luego del accidente. Pero ¿cómo convivir bajo el mismo techo cuando sólo se dedica a ignorarme? ¿Qué es lo que esconde Edward Cullen y por qué, a pesar de su frialdad, me resulta tan irresistible? Adaptación de (Ms...