6- "Enemistad"

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No se cuanto tiempo estuvimos
allí. Sólo me percaté de que
estaba aún en la tierra cuando el
calor del cuerpo de Edward me
abandonó y la música generada por
los latidos de su corazón dejo de
ser audible para mí. Cuando alcé
los ojos, lo vi dándome la espalda.
Quería preguntarle algo, decirle
algo, incluso gritar; pero aquél
silencio me estaba enloqueciendo.
Sin embargo, aquellos pocos
segundos no bastaron y, luego, los
Cullen y los Hale aparecieron en la
calle junto con nosotros.
-¡Oh, Bella!, ¿estás bien? -
preguntó la chillona vocecita de
Alice, llegando hasta mí y
colgándose de mi cuello.
Vi que detrás de ella estaba
Rosalie con una mueca
preocupada, al igual que Jasper.
Emmett, por su parte, estaba
sonriendo de lado, de aquella
forma pícara tan característica de
él. Cuando Alice me soltó, me volví
hacia el mayor de los Cullen, que
parecía dispuesto a decir algo.
-¡Increíble! -exclamó, poniendo
una mano sobre el hombro de
Edward, aunque con su vista en
dirección a mí-. ¡Hace cuanto
que no veía a mi hermanito
haciendo uso de su puño derecho!
-agregó, dándole unas suaves
palmaditas en el hombro, a las que
el aludido respondió con una
mirada asesina.
-Emmett, ¿por qué no vas a ver
si tienen chicles de melocotón en
aquél negocio de allá, mientras
nosotras vamos a mi auto? -
comentó Rosalie con una mirada
significativa, pasándole un billete
a su prometido.
Emmett rió entre dientes; antes
de tomar el dinero, y susurrarle
algo a Rosalie, con un rápido beso
de por medio.
-¡No se salvarán de mí! -gritó
mientras se alejaba
-¡Dudo que tengamos tanta
suerte! -replicó Rosalie en voz
alta. Luego se volvió hacia mí y,
con voz dulce volvió a hablar-.
¿Vamos al coche, Bella?
Asentí en silencio y comencé a
caminar con Alice y Rosalie
delante de mí. Después de haber
avanzado unos pocos metros, pude
reconocer el llamativo auto rojo
que había visto el primer día de
clases. Rosalie nos abrió la puerta
y después se sentó al volante.
Alice se acomodó en el asiento
trasero conmigo, pasándome una
mano por los hombros. Miré a mi
acompañante y luego, con voz
seca, pregunté:
-¿Los chicos vendrán en el jeep?
Alice asintió levemente.
-¿Tú estás bien? -preguntó,
después de un suave silencio.
-Sí, sí, estoy bien -aseguré-.
No ha pasado nada...
-...porque Edward ha llegado -
completó mi frase ella, y percibí
un dejo de fascinación en sus
ojos.
Alcé la vista al techo del auto, ya
que de seguro Alice se había
armado toda una historia; sin
embargo sus ojos adoptaron un
leve matiz sombrío luego, que hizo
que la reprimenda quedara en mi
garganta. Ignoré su expresión
volviendo mi vista hacia la
ventana y dejando que el viento
me agitara los cabellos otra vez
cuando Rosalie arrancó.
Pronto nos encontramos en el
enorme frente de la casa de los
Cullen. Rosalie estacionó el auto
con cuidado y las tres descendimos
de él en silencio, sólo
interrumpidas por el sonido de la
mano de Alice dentro de su
cartera, rebuscando las llaves.
Nos quedamos apenas unos
momentos expuestas al fresco
pero reconfortante viento de la
noche, ya que pronto unas
encandiladoras luces y el rugido de
un motor nos indicó que los chicos
llegaban. Con una violenta
frenada, que en nada se parecía a
la de Rosalie, Emmett estacionó su
jeep, no muy lejos de nosotras.
-Deberías tener un poco más de
cuidado con ese monstruo -
comentó Jasper con su voz
pausada, dirigiendo una extraña
mirada a su acompañante-. Por
lo menos, intenta no volver a
tomar esa curva.
Emmett rió entre dientes,
evidentemente divertido con la
situación.
-¡Necesitaba mi cuota de
diversión esta noche! -se quejó,
mientras Alice intentaba abrir la
puerta principal.
-Cómprate una muñeca inflable
-masculló Alice seriamente-;
pero, por favor, no mates a mi
novio.
-¡Hey!, ¡me ofendes con eso de
la muñeca! -se quejó Rosalie
cuando entrábamos a la casa, y vi
que Alice hacía grandes esfuerzos
por contener la risa, al igual que
Jasper y Emmett.
Yo le mostré una sonrisa
confidente a Rosalie, que
simplemente me guiñó un ojo.
Cuando entramos, nos dirigimos
todos al living de forma silenciosa
y nos sentamos en los amplios
sofás. Vi que Alice iba a cerrar la
puerta de la habitación -
seguramente para no molestar a
Esme y Carlisle, que debían estar
durmiendo-, cuando Edward la
frenó con una de sus manos.
-Yo estoy un poco cansado -
explicó, y salió de living, quedando
del otro lado de la imponente
puerta corrediza.
Alice se quedó mirándolo de
espaldas a nosotros. Cuando se
volvió, vi que por su rostro
asomaba una expresión triste y,
en cierto modo, llena de
frustración. La vi desplomarse en
el silloncito individual frente a
nosotros. Nos quedamos en una
especie de silencio pensativo,
hasta que yo recordé que había
algo que no había hecho con todo
el ajetreo.
¡Ni siquiera le había agradecido a
Edward!
Inconcientemente me puse de pie
de forma precipitada y, cuando me
di cuenta de ello, todos habían
posado sus ojos en mí,
expectantes. Rebusque en mi
mente alguna de las tantas
excusas que podía inventar, pero
sólo salió de mis labios la más
patética y convencional de todas.
-Necesito ir al baño.
Y sin más huí del living, con todas
las miradas seguramente clavadas
en mi espalda.
Tomándome todo el tiempo del
mundo, comencé a subir las
escaleras; no sólo porque no
quería hacer demasiado ruido, sino
también porque estaba
preparándome mentalmente para
lo que tenía pensado hacer.
Suspiré varias veces cuando llegué
al pasillo, ahora que ya me había
encargado de memorizar cada una
de las habitaciones. Entonces, me
dirigí decididamente hacia delante
y toqué la puerta de forma suave.
Toda mi seguridad desapareció por
completo cuando vi los orbes
verdes de Edward mirarme con
cierta sorpresa.
No pude hablar por unos segundos,
pero luego lo vi hacerse un lado.
¿Me estaba permitiendo la entrada
a su cuarto así como así?
Obligando a mis pies a que
respondieran, ingresé a la
habitación, en la cual ya había
estado anteriormente. Cuando me
volví, él ya había cerrado la
puerta y me estaba mirando con la
misma expresión que cuando
apareció frente a mí; aunque
ahora, más que sorpresa, podía
verse la expectación.
-Esto... yo... Edward... -pasé
una mano por mi rostro,
frustrada, para luego bajar la
mirada de sus ojos, clavándola en
el piso-. Quería agradecerte por
lo que hiciste hoy... de verdad.
Cuando alcé los ojos, vi que era él
quien desviaba la mirada.
-No tienes por qué
agradecérmelo... -murmuró con
un suave susurro aterciopelado.
Me acerqué un paso, de forma
vacilante, y él volvió su rostro
hacia mí.
-Pero quería hacerlo -afirmé,
aunque mi voz sonó temblorosa.
¿Por qué demonios siempre me
pasaba aquello cuando él me
miraba fijamente?
Vi que, con expresión seria, se
mordía el labio inferior y yo,
sorprendida con su gesto, me
quedé mirándolo, si es posible, con
mayor atención. Sus ojos verdes
como las esmeraldas parecían
traspasarme, parecían tener la
capacidad de leer cada parte de
mí. Sentía que bajo su escrutinio
no podía ocultarme.
Inevitablemente, volví a
sonrojarme.
Vi que parecía debatirse
internamente, por la cara que
tenía. Sin embargo, luego suspiró
sonoramente antes de decir con su
tono serio de siempre:
-Creo que necesito dormir un
poco.
Asentí, aún algo sorprendida por
sus extrañas reacciones, y caminé
hacia la puerta. Sin embargo,
cuando pasé por su lado sentí un
incontrolable impulso. Con rapidez
y algo de torpeza, di unos pasos
hacia él y rocé su pálida mejilla
con mis labios. Cuando me alejé,
sentí que mi corazón latía
desbocado dentro de mi pecho.
-Hasta mañana, Edward -y con
aquellas últimas torpes palabras
pronunciadas en un extraño
balbuceo y el rostro
completamente sonrojado, salí de
la habitación.
Bajé los escalones con una gran
rapidez, trastabillando varias
veces en el proceso, pero sin
llegar a caer y aún intentando no
hacer mucho bullicio. Cuando
llegué a la planta baja, abrí la
puerta del living, presurosa, e
ingresé en él. Como autómata, me
dirigí al sillón y me senté,
intentando recuperar mi ritmo de
respiración normal. No fue hasta
ese momento que me di cuenta que
nuevamente cuatro pares de ojos
me miraban curiosos.
-¿Por qué tienes tu cara como
un farolito de navidad? -me
preguntó cómicamente Emmett.
Tragué con pesadez, y vi la
sonrisita pícara que surcaba el
rostro de Alice.
-Em... esto... la cabeza, eso la
cabeza -balbuceé con
incomodidad-. Me duele un poco
la cabeza, debe ser eso -
expliqué.
-¿No deberías dormir un poco?
-preguntó Alice, y pude percibir
a la perfección su tonito suspicaz.
Asentí.
-Dormir me haría bien -repliqué
gesticulando y alzando las cejas,
intentando seguirle el juego,
mientras me ponía de pie.
-Te acompaño a tu habitación -
me dijo, parándose del sillón y
tomándome del brazo. La miré
confundida. ¿ Mi habitación?
¿Có...?-. Sí, le pedí a Esme que
te preparara una habitación para
que estuvieras más cómoda -
agregó luego, siempre un paso
delante de mis cavilaciones.
-Gracias -murmuré, mientras
salíamos del living.
Sin embargo, aquél murmullo se
convirtió en un gritito ahogado
cuando me vi siendo arrastrada
por las escaleras a una gran
velocidad. Casi en lo que me
parecieron unos pocos segundos
me encontré sentada sobre una
enorme cama de dos plazas,
decorada con un cobertor del color
del oro y unos cuantos
almohadones a juego. Un
ventanal, enmarcado por cortinas
crema, dejaba filtrar tenuemente
la luz de la luna. Entonces, mi
vista se centró en el rostro de
Alice, que me miraba con aquella
mueca de niña traviesa. Puse los
ojos en blanco cuando se acercó
de manera confidente.
-Dime en este mismo instante
qué ha pasado -pidió entre
dientes, con su inmensa sonrisa
adornando su rostro.
-No ha pasado nada -repliqué,
recalcando la última palabra.
-¿Y entonces por qué, incluso
ahora, tienes la cara como un
tomate? -me preguntó divertida,
señalándome.
Me llevé las manos al rostro y lo
sentí cálido. Dejé escapar un
suspiro de cansancio y luego miré
a Alice entornando un poco los
ojos. No tenía nada que decirle;
después de todo, no había parado
absolutamente nada.
Bueno, casi.
Ella solo amplió su sonrisa.
-Cuando quieras contarme, sabes
que estaré aquí para escucharte
-me comentó, guiándome un ojo
y, sin dejarme replicar, continuó
-. Ahora voy a dejarte dormir un
poco.
Asentí quedamente, pensando que
no tenía demasiado sentido seguir
con aquello. Después de todo, una
vez que me había cambiado y
acostado, no tardé más de diez
minutos en dormirme
profundamente. Esta vez, el sueño
no fue verde ni blanco. Lo único
que podía ver eran farolitos rojos
por todos lados.
A la mañana siguiente me desperté
y me costó un par de segundos
asimilar donde me encontraba. Me
incorporé y con lentitud me dirigí
al pequeño baño anexo a la
habitación. Después de una ducha
lenta, comencé a cambiarme con
total tranquilidad. Cuando acabé,
me dirigí con cautela hacia el piso
inferior. Llegué a la cocina y, al
asomarme, me encontré con el
rostro sonriente de Emmett. De
espaldas a mí estaba Edward,
sentado a la mesa frente a su
hermano. Con parsimonia me
acerqué y me senté en una de las
sillas de la mesa redonda, ubicada
entre ambos.
-Buenos días, damisela -me
saludó Emmett-. ¿No te has
cruzado con Alice?
Lo miré frunciendo el ceño,
mientras él me ponía un poco de
jugo en mi vaso.
-No, ¿por qué?
-Te estaba buscando para algo
-comentó, encogiéndose de
hombros levemente.
Con una mirada furtiva, vi que
Edward seguía comiendo, con la
vista fija en el pequeño platito
repleto de galletas y tostadas.
Estuvo así durante todo el
desayuno, mientras yo escuchaba
hablar a Emmett y acotaba
algunas cosas de vez en cuando.
Pocos minutos después de haber
terminado de comer, Alice llegó
con su siempre risueño rostro y se
sentó en el regazo de su hermano
mayor, mientras me miraba.
-¡Bella!, ¿tienes tus energías
repuestas para hoy? -preguntó,
enseñándome una hilera de
relucientes dientes.
La miré con desconfianza.
-Depende -murmuré divertida,
entornando los ojos.
Ella soltó una cantarina risita.
-Necesito ir cerca de Port
Angeles -me explicó y Emmett
soltó una risa entre dientes, creo
que por la cara que puse-.
Tranquila, no iremos a comprar
ropa ni nada de eso -explicó-.
Tengo que llevarle a Rose mi
automóvil y pensé que podríamos ir
a dar una vuelta por los
alrededores.
Suspiré con cierto alivio, haciendo
que su sonrisa se ampliara.
-Me parece bien -comenté.
Luego la miré con cierta confusión
-. Pero... ¿para que necesita
Rose tu auto?
Ella se encogió de hombros
suavemente.
-Me reparará el faro delantero y
le hará un chequeo general -
comentó como quien no quiere la
cosa, mientras yo abría los ojos
como platos.
-¿Rose?
Emmett rió con fuerza.
-Sí, mi chica sabe bastante de
mecánica -comentó divertido
ante mi mueca de incredulidad.
Pero... ¿¡cómo!? ¡Se veía tan
femenina como para realizar un
trabajo así!
Antes de que llegara el mediodía,
salimos con Emmett y Alice en el
Porsche , mientras Edward
conducía su Volvo detrás de
nosotros. Atravesamos el verde
paisaje de Forks hasta tomar el
camino por el que generalmente
nos dirigíamos a Port Angeles. Sin
embargo, antes de llegar allí,
tomamos una curva y, después de
avanzar algunos metros, una gran
casa comenzó a dejarse ver frente
a nosotros. La enorme fachada
color crema, de construcción
similar a la de los Cullen, estaba
repleta de ventanas y una pequeña
escalera de mármol permitía el
paso a una imponente puerta
oscura. Alice estacionó en los
jardines y pronto se bajó dando
saltitos del Porche. Edward
también aparcó y se bajó de su
auto, uniéndose en silencio a
nosotros. Mientras todos
comenzábamos a caminar para
alcanzarla, Alice llamó a la puerta
y en menos de un minuto una
mujer enfundada en un traje de
dos piezas nos abrió la puerta. Su
cabello rubio, sus hermosos rasgos
y su sonrisa deslumbrante me
dijeron bastante sobre ella.
-¡Hannah! -saludó
efusivamente Alice, abrazando a
la mujer-, ¿cómo estás?
-Muy bien, pequeña Alice -
replicó ella-. Buenos días
Emmett, Edward.
Ambos hicieron una pequeña
inclinación con la cabeza, y luego
los ojos miel de la mujer se
posaron en mí. Alice, rápidamente,
hizo las presentaciones
correspondientes.
-Oh, mucho gusto Bella. Yo soy la
madre de Rose y Jasper -me
saludó sonriente, presentándose.
Luego se volvió hacia todos-.
Adelante, chicos, entrad.
La casa, al igual que el exterior,
era magnánima. Tenía una
decoración bastante más sencilla
que la de los Cullen, pero no por
eso menos hermosa. Atravesamos
un pasillo detrás de Hannah y
entramos a un espacioso living con
unos enormes sillones color crema
en el centro, rodeando una
pequeña mesa. Después de que la
señora Hale nos ofreciera tomar
asiento, todos nos acomodamos en
los sofás. Me di cuenta, sin
embargo, que Edward se mantenía
de pie con una mirada sombría
para nada agradable. Vi que Alice
y Emmett le dirigían furtivas
miradas, sin necesidad de ser
disimulados, ya que él parecía
perdido en su propio mundo, con la
vista ahora fija en la alfombra
clara del living.
Segundos después escuché el
gritito de júbilo de Alice y, cuando
se puso de pie, alcé la vista para
ver como Jasper llegaba con andar
despreocupado hacia donde nos
encontrábamos todos. Pronto Alice
estuvo a su lado, haciendo que su
prometido sonriera dulcemente.
Después de darle un corto beso a
la menor de los Cullen, se volvió
hacia nosotros con su siempre
pacífico gesto.
-Buenos días -saludó, haciendo
que todos replicáramos
rápidamente-. Rose bajará
enseguida, no sé que estaba
murmurando, pero escuché algo
sobre tu muerte -comentó,
señalando con una sonrisa a
Emmett.
-Creo que mejor voy a subir -
comentó el mayor del grupo-. No
me gustaría manchar con mi
sangre la alfombra -agregó
divertido, encaminándose hacia las
escaleras.
Entonces, cuando todos nos
quedamos en silencio, vi como los
ojos de Jasper también se dirigían
a la figura ida de Edward. Me
quedé observando la escena en
silencio, entonces me sorprendí
cuando los ojos celestes de Jasper
se posaron en mí.
-Bella, Edward -ante la
mención de su nombre, vi como
Edward alzaba la cabeza-, ¿por
qué no vais a los jardines?
Nosotros estaremos afuera en
unos instantes -propuso Jasper,
para luego cruzar una mirada con
Alice.
Vi que Edward asentía
quedamente, y lo seguí en silencio
hacia el enorme jardín delantero
de la casa. Cuando atravesamos la
enorme puerta, lo vi acelerar un
poco el paso. Poco a poco, luego,
fue disminuyendo su marcha hasta
quedar un poco alejado de la casa.
Entonces, vi como respiraba varias
veces, con el pulgar y el dedo
índice sobre el puente de su nariz.
Lo estudié por unos segundos, y
me extrañó que no abandonara
esa posición.
-Edward, ¿estás bien? -
pregunté suavemente.
Él, con velocidad, se volvió para
mirarme, al tiempo en que sus
dedos abandonaban su rostro.
Volvió a tomar aire y, mirándome
con sus profundos ojos verdes,
asintió con lentitud. Nos quedamos
los dos estudiándonos
silenciosamente y pronto lo vi
apartar la mirada hacia el
horizonte. Agradecí aquello,
porque apenas quité mi vista de
aquellos orbes esmeraldas recordé
como respirar. Mientras estábamos
allí, callados, lo vi morderse
levemente el labio inferior y me
pregunté en que demonios estaría
pensando.
-¡Aquí está la reina de la
mecánica! -el gritó de Alice
provocó que ambos nos giráramos
hacia la puerta, donde Rosalie
salía aireadamente, con Emmett
detrás intentando decirle algo.
La pequeña de los Cullen se
acercó, junto con su prometido,
cerca de nosotros. Yo desvié mi
vista hacia Rosalie y Emmett. La
joven Hale estaba amenazándolo
con una especie de llave mecánica,
mientras el mayor del grupo
retrocedía con lo que, desde mi
posición, parecía una sonrisita
nerviosa.
-¿Qué les pasa a esos dos? -
pregunté divertida, señalando a la
pareja.
-Parece que Emmett ha abusado
de las ventas por Internet -
comentó Alice como quien no
quiere la cosa-, y uno de los
pares de zapatos favoritos de
Rose terminó en California.
Solté una risotada.
-¡Pero si ya parecen un
matrimonio! -exclamé.
Rosalie nos dijo que se tomaría su
tiempo con aquello de la
reparación del vehículo, por lo que
decidimos irnos en el auto de
Edward con Jasper y Alice, ya que
Emmett quería intentar algunas
maniobras de reconciliación con su
pareja. Edward tomó el volante,
con Jasper a su lado, y manejó los
pocos kilómetros que nos
separaban de Port Angeles.
Llegamos al gran centro comercial
donde había estado con Alice en
uno de mis primeros días después
de la mudanza. Después de una
breve charla y un vistazo a las
carteleras que exhibían en el
primer piso, decidimos ir al cine.
Jasper y Edward fueron a comprar
las entradas, mientras con Alice
nos dirigíamos al segundo piso
para comprar algunas cosas para
comer.
Cuando tuvimos las entradas y
comida suficiente, nos dirigimos al
interior de la sala que nos
correspondía. La película tenía
una trama de misterio bastante
interesante, que nos mantuvo
atrapados -o por lo menos, a mí
- gran parte del tiempo. Claro
que, entre los espacios en los que
me distraje, tuve la oportunidad
de saborear las palomitas, así
como también de lanzar algunas
furtivas miradas a Edward, que
estaba sentado a mi izquierda y
un poco menos ausente que antes.
Dí un bostezo suave, acallado por
una de mis manos, cuando salimos
del cine. La verdad es que la
película había durado bastante y
sentía las piernas dormidas.
Moviéndonos con la poca gente que
había ingresado con nosotros a la
misma sala, caminamos hacia las
escaleras. Sin embargo, una voz a
nuestras espaldas nos llamó la
atención.
-¡Bella!
Me volví, confundida ante la
mención de mi nombre, para
encontrarme con un alto muchacho
que sacudía su brazo entre la
pequeña multitud, en un intento
de llamar mi atención. Sonreí
cuando identifiqué su largo cabello
y sus ojos oscuros. Caminé un par
de pasos y vi como sonreía.
-¡Jacob!, ¿cómo estás?
-Oh, muy bien -respondió él.
Fue en aquél momento cuando me
percaté de que dos muchachos
estaban detrás de él. Un de ellos
tenía la piel trigueña y era casi
tan alto como Jacob, sin embargo,
a diferencia de él, su pelo estaba
extremadamente corto. El otro
chico también era alto, pero un
poco más desgarbado que los otros
dos, y su pelo también era oscuro y
corto.
Jacob siguió mi mirada y sonrió.
-Ellos son Quil y Embry-
comentó, señalándolos.
Los muchachos me sonrieron y
luego se volvieron hacia Jacob.
-Jake, te esperamos abajo, en el
patio de comidas -puntualizó el
tal Quil, guiñándole un ojo y,
después de sus palabras y una
sonrisa tímida a forma de
despedida por parte de Embry,
ambos comenzaron a caminar.
-¿Así que Jake ? -comenté
divertida, ante el apodo que sus
amigos le habían dado. Él se
encogió de hombros, como quien no
quiere la cosa, haciendo que mi
sonrisa se ampliara-. Bueno
entonces, Jake , ¿qué te trae por
aquí?
-Oh, no teníamos mucho que
hacer y Quil insistió en ver esta
película -comentó
despreocupadamente, señalando la
sala de donde habíamos salido-.
¿Y tú?
-Ah, más o menos lo mismo -
repliqué.
-¿Edward Cullen te ha dado un
respiro? -comentó, mirando
sobre mi hombro.
Lo miré confundida. Luego, me
volví y vi que; en el lugar donde
antes se encontraban Edward,
Alice y Jasper; sólo estaba
esperándome la menor de los
Cullen. Fruncí el ceño,
confundida, ante el rostro serio
de Alice, y me volví para mirar a
Jacob, con cierta ansiedad
seguramente pintada en mis
facciones.
-Debo irme -comenté
rápidamente-. Disculpa. Nos
vemos en el instituto -saludé,
dirigiéndole una última sonrisa.
Me di vuelta, pero me tomó por la
muñeca.
-Espera -pidió y lo vi vacilar
levemente cuando me volví para
mirarlo de nuevo-. El sábado que
viene habrá una fiesta en La
Push, la playa que está abajo -
explicó de forma breve. Hizo un
pequeño silencio antes de
continuar-. ¿Crees que pondrás
venir?
Cavilé sobre el asunto unos
segundos, con mi mente en otro
lado.
Asentí.
-Supongo que sí.
-De acuerdo, te haré llegar la
dirección -me aseguró con una
sonrisa.
Asentí devolviéndole el gesto y me
alejé. Di varios pasos rápidos
hasta donde estaba Alice
esperándome y, cuando la miré, su
rostro se veía preocupado, sin
ningún rastro de su contagiosa
sonrisa.
Fruncí el ceño.
-¿Qué pasa Alice?, ¿dónde están
Edward y Jasper? -pregunté
rápidamente.
Vi que dudó antes de responder.
-Debieron irse -dijo
rápidamente.
La miré, aún más confundida que
antes.
-¿Cómo que debieron irse?
-Nos están esperando en el auto
-explicó rápidamente y algo
nerviosa.
La vi comenzar a andar y me
apresuré para alcanzar el rápido y
grácil ritmo de sus pies.
Atravesamos varios pasillos
atestados de gente, hasta que
conseguimos alcanzar una de las
puertas. Cuando llegamos al
exterior, donde estaba el
estacionamiento, vimos que el sol
había sido cubierto por unas
espesas nubes y el clima había
refrescado un poco. Después de
caminar un par de metros, vimos a
Jasper apoyado sobre una
columna, jugueteando con algo
entre sus manos. Cuando nos
acercamos a él, me di cuenta de
que era su teléfono celular. Sin
embargo, también reparé de algo
más y las palabras simplemente
salieron de mi boca, sin siquiera
tener tiempo para cavilar sobre
ellas.
-¿Y Edward?
-Se fue -explicó Jasper
rápidamente-. Se llevó su auto,
nosotros nos tomaremos un taxi.
Miré a Alice confundida, esperando
que estuviera tan desconcertada
como yo; mas la vi asentir
silenciosamente, con aquella
mueca de preocupación que había
estado surcando su rostro desde
hacía unos cuantos minutos.
-¿Por qué se fue? -pregunté,
mientras veía como Jasper hacía
señas a un taxista.
-Se sentía mal -me respondió,
como quien no quiere la cosa,
mientras nos abría la puerta de
calle-, y manejar siempre le hace
sentir bien.
Durante todo el camino, me quedé
dándole vueltas al asunto, pero
nada podía tener alguna lógica en
mi cabeza. Todo había estado bien
desde que habíamos salido de la
casa de los Hale. ¿Tendría su
malestar algo que ver con lo que le
había sucedido allí? ¿A qué se
debía? ¡Si nada había pasado!
Cuando llegamos al cine, e incluso
dentro de él, no lo vi mal en
ningún momento. Luego, de
repente salimos y...
Entonces, me quedé con la vista
fija en el vidrio delantero del
coche y me erguí rápidamente, con
sorpresa. Alice me miró, también
sorprendida con mi repentina
reacción. Lentamente estudié su
rostro en completo silencio,
debatiéndome internamente si
debía preguntarle o no sobre
aquella posibilidad que había
cruzado mi cabeza; porque,
después de todo, eso era lo único
que me parecía un poco coherente.
Mantente alejada de él, sólo eso.
-Alice -la llamé, a pesar de que
ya estuviera mirándome. Vi como
Jasper me miraba por el pequeño
espejo retrovisor del asiento
delantero del taxi-, ¿la reacción
de Edward tuvo que ver con...
Jacob? -pregunté dudosa.
Alice pareció sorprendida por mi
pregunta, pero luego sólo asintió
quedamente.
-Sí, pero no puedo decirte mucho
más -me aseguró, cuando vio que
quería hablar-. Por lo menos, no
yo.
Aquellas palabras quedaron
entonces en mi mente y, a pesar
de que ya lo había intentado
tiempo atrás, volví a tratar de
imaginar alguna razón aparente
por la que Edward tuviera ese tipo
de enemistad con Jacob Black. Tan
ensimismada estaba en mis
pensamientos, que casi no me di
cuenta cuando el taxi estacionó
frente a mi casa. Torpemente,
después de despedirme de la
pareja, comencé a caminar hacia
la vivienda con mis manos en los
bolsillos del abrigo, ya que mi
bolso había quedado en el Volvo.
Por cierto, me percaté de que el
auto estaba estacionado
prolijamente a un lado de la casa.
Tragué pesado, preparada para
enfrentarme a aquellos
intimidantes ojos verdes.
Después de abrir la puerta, me
acerqué al perchero del recibidor y
colgué mi abrigo con suma
lentitud. Luego, con la misma
velocidad que la de una tortuga,
atravesé el pasillo en silencio y,
cuando llegué a la puerta del
living, me encontré con los ojos de
Edward mirándome fijamente
desde el sofá.
-Hola -saludé, un poco
intimidada, apoyándome
suavemente en el marco de la
amplia puerta corrediza blanca.
-Hola -respondió él secamente,
volviendo su vista a la televisión.
Su ceño estaba fruncido, y sus
labios carnosos algo apretados.
Mala señal.
El resto de la tarde pasó en aquél
clima gélido dentro de la casa. La
lluvia, que había comenzado a caer
una o dos horas después de que
llegara del cine, era el único
sonido que se escuchaba dentro de
la casa; ya que Edward se había
dedicado a ignorarme,
completamente sumido en sus
propias actividades. En las pocas
veces que se dirigía a mi -sobre
todo porque yo le había
preguntado algo primero-, se
quedaba mirándome fijamente con
sus intimidantes ojos y luego me
respondía de manera seca y
distante. Siempre había sido así
conmigo, pero ahora lo notaba
diferente. Más frío y alejado de
mí, si es que aquello era posible.
Y la verdad es que me estaba
volviendo loca.
-Edward, ¿puedes decirme que te
pasa? -le pregunté, cuando me lo
crucé en el pasillo, cerca de las
escaleras, antes de irme a dormir.
Me había cansado de la situación y
mi cordura no duraría mucho más
si seguía con aquél exasperante y
helado silencio.
Él me estudió con sus penetrantes
ojos y sentí que podía leer mi
mente.
Por unos segundos, me arrepentí
de haberle preguntado aquello.
-Nada -replicó con aquél tono
monótono que estaba sacándome
de mis casillas.
-Estás... diferente -respondí,
algo molesta, y vi que sus cejas se
alzaban apenas un poco, con
sorpresa-. Desde hoy a la tarde
-puntualicé.
Lo vi tensarse un poco en su lugar
y desviar la mirada.
-No me pasa nada -aseguró, de
forma fría.
Me quede dudosa en mi lugar, con
un debate interno demasiado
fuerte. No podía guardarme
aquella pregunta ponzoñosa, por
más que sabía que era algo
imprudente y bastante estúpido.
Quería hacer alguna cosa, decir
alguna cosa que pudiera hacerlo
abandonar aquella postura rígida y
desalmada.
Necesitaba ver a ese Edward
pasional que pocas veces había
asomado bajo esos ojos fríos.
Al Edward que tenía sentimientos.
-¿Y ese nada que te pasa tiene
algo que ver con Jacob Black? -
pregunté escéptica y algo
molesta, sabiendo que estaba
presionando el detonante de la
bomba.
Efectivamente, al segundo me
arrepentí de lo que dije, cuando vi
sus ojos llamear.
Sentí que me encogía cuando
comenzó a avanzar de forma
amenazadora hacia mí. Luego todo
sucedió demasiado rápido; pero,
cuando mi mente pudo pensar unos
segundos con apenas un poco de
claridad, estaba con la espalda
contra la pared y Edward me tenía
atrapada por las muñecas. Mi
corazón, desbocado, amenazaba
con salirse de mi pecho en
cualquier momento.
-No estoy jugando, Bella -
susurró con su voz aterciopelada.
Sus ojos de fuego esmeralda se
clavaron en los míos-. Mantente
alejada de él -siseó luego.
-¿Por... qué? -logré articular,
aún embelezada por aquella chispa
furibunda que tenían sus orbes
verdes.
Tardó unos segundos en
responder, en los que yo sentí que
me costaba respirar.
-Porque siempre parece tener
especial interés por lo que me
importa -explicó en un susurro
tan suave como el terciopelo y su
cálido aliento chocó contra mi
rostro.
Luego, sentí sus suaves y tibios
labios sobre mi mejilla y agradecí
estar recostada sobre la pared
porque toda la fuerza de mi cuerpo
falló. La calidez de su boca pronto
desapareció de mi piel, así como el
agarre de sus manos abandonó mis
muñecas. También, en ese
instante, sentí que volvía a
respirar.
-Hasta mañana, Bella.
Sus palabras y expresiones se
entremezclaban en mi cabeza, aún
cuando él ya había subido a su
habitación hacía bastante tiempo.
Aquél muchacho tan particular
cada día me sorprendía un poco
más.
Y cada día, también, me hacía
sentir una mayor atracción hacía
él.
En todos los sentidos.

Bajo El Mismo TechoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora