8- "Ferias, Fiestas, Flaquezas y Forcejeo (Parte II)"

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Edward no cenó conmigo esa
noche. Aquello, más que nada, fue
producto del hecho de que yo me
hice un sándwich rápidamente y
huí, como una cobarde, hacia mi
habitación. No salí de allí en toda
la noche, luego del pequeño
incidente de la cocina. Todavía me
sentía demasiado desconcertada
como para poder enfrentar
aquellas obres verdes y no quería
aún saber que lo había impulsado a
hacer lo que había hecho. A decir
verdad, si quería saberlo; pero
temía escuchar su respuesta.
Después de todo, aunque no había
querido, mi imaginación había
comenzado a hacer de las suyas
luego de aquella prácticamente
irreal escena, que se repetía una y
otra vez en mi cabeza.
Luego de mi improvisada cena,
Alice me había llamado otra vez y
me había dado un pequeño parte
de las observaciones de Carlisle.
Todo seguía igual, según la
pequeña Cullen me había dicho,
pero los estudios iban por buen
camino. Aquello, luego de tantos
comentarios monótonos, hizo que
una pequeña chispa de entusiasta
esperanza comenzara a crecer en
mi pecho. Con aquella sensación de
calidez me dormí aquella noche.
Al día siguiente me desperté
bastante más temprano de lo
normal. Con sigilo, salí de mi
habitación perezosamente y me
metí en el baño. Luego de varios
minutos frente al espejo,
intentando despertarme, me dirigí
a la ducha con la intención de
darme un rápido baño reparador.
Luego, cuando ya por lo menos
podía mantenerme en pie sin
tambalearme, me envolví con una
toalla y salí en dirección a mi
habitación... sin esperar chocar
con un firme cuerpo en el camino.
Sentí que me sonrojaba de pies a
cabeza cuando las obres verdes de
Edward se posaron sobre mí.
-Eh... ehm... -¿Dónde estaba mi
coherencia?
Vi que él sacudía levemente la
cabeza y giraba su rostro hacia un
costado, con cierta vergüenza.
-Disculpa, no sabía que ya te
habías levantado -murmuró
rápidamente.
-Eh, si, si, esto...yo...usa el
baño, si quieres -y con aquellas
palabras, salí prácticamente
corriendo hacia mi habitación.
Cuando cerré la puerta, apoyé mi
espalda sobre ella y solté todo el
aire que había estado
contendiendo. ¡Demonios! ¿Por
qué siempre frente a él me
comportaba de una forma tan...
patética? Me quedé allí recostada
unos cuantos minutos. Luego
suspiré, mientras me ponía de pie.
Con paso lento anduve hasta mi
armario y rebusqué algo de ropa.
Si seguía sometiéndome
accidentalmente a aquél tipo de
situaciones embarazosas y tan
repentinas, terminaría muriendo
de un paro cardíaco.
Sin siquiera tomar una chaqueta,
ya que el día parecía hermoso
desde la ventana de mi habitación
-a pesar de las muchas nubes que
decoraban el cielo-, bajé las
escaleras con torpeza, intentando
recoger mi cabello de lado. Cuando
llegué a la cocina, el desayuno ya
estaba sobre la mesa. Edward, sin
embargo, no estaba allí. En su
lugar, simplemente, había una
pequeña notita reposando sobre
una de las tazas. Me acerqué y la
tomé con cuidado, viendo la
estilizada caligrafía.
Bella, tuve que salir rápido porque
Carlisle me necesitaba y debo
saltearme el primer período de
clases. Alice pasará por ti a la
hora de siempre para llevarte al
instituto en su auto. Cuídate.
Edward.
Repasé una vez más, para
asegurarme de todo lo que había
leído, y luego la deposité a un
costado mientras comenzaba a
ingerir mi desayuno de forma
desganada. Cuando acabé con la
elaborada comida que Edward
había preparado quien sabe
cuando, me puse de pie y me dirigí
a mi habitación para agarrar mis
cosas. Entonces, desde afuera,
escuché la estruendosa bocina de
un auto. Corrí por las escaleras,
llevando mi mochila conmigo, y me
encargué de cerrar la puerta.
Luego me volví, para ver el
reluciente auto de Alice. Dentro de
él, se encontraba la más pequeña
de los Cullen, mirándome con una
sonrisa. En el asiento trasero,
Emmett me sonreía ampliamente.
-¡Buenos días, damisela! -
bramó con alegría, mientras yo me
subía al asiento del copiloto.
-Buenos días, grandulón -
repliqué, sacándole la lengua. Giré
sobre mi cuerpo para quedar de
frente otra vez-. Buenos días,
Alice.
La pequeña Cullen me dirigió una
enorme sonrisa antes de arrancar
su llamativo auto. El viaje
transcurrió de forma placentera y
pronto nos encontramos en el
amplio estacionamiento del
instituto. Cuando Alice aparcó, vi
todos los curiosos ojos sobre el
automóvil ya que, generalmente,
los Cullen llegaban más temprano.
A un costado de nosotros, vi como
cuatro chicos parecían
hipnotizados con el reluciente
auto último modelo. Sin embargo,
luego, al ver bajar a Emmett de
él, desviaron la mirada y
comenzaron a caminar con
velocidad hacia el interior del
edificio. Me reí entre dientes
mientras Alice bajaba del vehículo.
-Oye, Alice -llamé, cuando
estábamos ingresando al interior
del instituto, luego de que Emmett
se separara de nosotras-. ¿Qué
debía hacer Edward?
-Oh, necesitaba acompañar a
Carlisle a una reunión -comentó,
mientras caminábamos por los
pasillos-. Está considerando
seriamente la posibilidad de
convertirse en doctor, y este tipo
de charlas pueden ayudarlo a
decidirse -explicó, y, riéndose de
mi cara de sorpresa, agregó-.
¡Carlisle está encantado de que
uno de sus hijos esté pensando en
seguir su misma profesión!
Luego de aquella breve charla, las
dos nos dirigimos a clase. Edward,
finalmente, llegó para el tercer
período. Después de su llegada, la
mañana transcurrió para mí con
más velocidad de lo habitual y
pronto nos encontramos en la
cafetería, yendo a buscar nuestro
almuerzo. Cuando estábamos
haciendo la fila para pedir la
comida; Rosalie, Jasper y Emmett
se acercaron a nosotros,
discutiendo entre ellos.
-¡Stanley está loca, ese es el
problema! -escuché que decía
Rosalie con clara molestia-.
¿¡Amarillo huevo!? ¿¡Desde cuándo
el amarillo huevo es encantador y
chic !?
Vi como Emmett reía entre dientes
y Rosalie le dirigía una fea
mirada.
-Tranquila, Rose -comentó el
más grande del grupo, pasando un
brazo por los hombros de su novia
-. Si quieres, podemos encerrar
a Stanley en el armario de las
escobas hasta el día de la feria -
propuso.
Vi que Rosalie sonreía de forma
sádica, mientras Jasper negaba
con la cabeza, poniendo los ojos
en blanco.
-Rose, busquemos una solución
un poco menos...drástica, ¿De
acuerdo? -pidió tranquilamente
a su hermana-. Mamá ya está
bastante molesta con tus gustos
por los autos como para que ahora
también seas una buscapleitos.
Todos soltamos una risa, mientras
Emmett abrazaba más a Rosalie.
-Mi chica mala -comentó con
una sonrisita.
-No te conviene -retrucó
Jasper con una sonrisa cómplice a
Emmett, mientras tomaba su
comida.
Alice, que ya tenía su bandeja con
todo lo que quería, se volvió hacia
mí.
-¿Qué haremos nosotros con lo
que tenemos que hacer para la
feria? -preguntó, y vi que
miraba sobre mi hombro, dónde
Edward atendía a la conversación.
-Podemos juntarnos hoy a la
tarde -propuso su aterciopelada
y calma voz.
Alice empezó a dar saltitos,
haciendo malabares con la
bandeja, completamente
encantada con la idea. Así se
dirigió hacia la mesa que
ocupábamos siempre, mientras
todos la seguíamos. Suspiré,
mientras recorría mis últimos
pasos.
Aquella sería una tarde larga.
Cuando terminamos con nuestras
clases, Alice me alcanzó al negocio
de los Weber, alegando que debía
hacer algunas pequeñas comprar
para la tarde, cuando nos
dispusiéramos a preparar la comida
para la feria. Yo, por mi parte,
bajé del auto y tuve una tranquila
tarde en la librería. En mis horas
de trabajo, tuve la posibilidad de
conocer a la hija de los Weber,
Angela, que resultó estar en mi
mismo año del instituto, sólo que
en otro salón. Hablamos un rato,
y la verdad es que me resultó una
chica muy simpática; además de
que consiguió que mi estadía en el
local fuera mucho más divertida.
Cuando vi el reloj, este marcaba
que aún faltaba un poco para el
final de mi turno. Angela, sin
embargo, me permitió irme un rato
antes, ya que no había demasiado
movimiento esa tarde y ella podía
quedarse. Hablando nimiedades,
me acompañó hasta la puerta,
donde el reluciente auto de Alice
apareció tan sólo un par de
minutos después.
Luego de las correspondientes
presentaciones entre las dos
simpáticas muchachas, me subí al
Porsche e iniciamos el trayecto
que nos separaba del hogar de los
Cullen. Cuando llegamos, Alice
estacionó y las dos descendimos,
en una charla sobre lo que sería
conveniente preparar, de acuerdo
con lo que nos habían permitido. A
todo nuestro curso le tocaba
preparar la comida, pero cada
grupo tenía una asignación
especial. Al mío -que Alice había
formado por si sola, incluyéndonos
a Edward y a mí- se le había
estipulado preparar los postres.
-Una gran torta de chocolate -
comenté con una sonrisa-. Nadie
puede resistirse a la receta de mi
madre -comenté con cierta
nostalgia.
Alice me devolvió el gesto;
mientras abría la puerta de la
casa, luego de rebuscar por un
rato las llaves.
-Me parece bien -replicó,
mientras ambas ingresábamos-.
¿Tienes la receta?
-No, se transmite de generación
en generación -expliqué-.
Además, es secreta; pero creo que
puedo compartir el secretillo con
ustedes.
Alice me abrazó dando saltitos,
mientras ingresábamos en la
amplia sala.
Apenas entramos, ambas echamos
una rápida mirada. Adentrándonos
en la vacía habitación, las dos
dejamos nuestras cosas sobre el
sofá y nos sentamos en él.
Segundos después, una risueña
Esme vino a darnos la bienvenida.
-Mamá, ¿Ha llegado ya Edward?
Porque me dijo que no tardaría
mucho... -preguntó Alice.
-Oh, si, está arriba, en la sala
de música -respondió Esme.
-¿Sala de música? -pregunté,
confusa.
-Oh, si -respondió Alice con una
enorme sonrisa, poniéndose de pie
de un salto y tomándome la mano
-. Ven.
Alice me llevó dando pequeños
saltos hacia las escaleras y las
subió a una rápida velocidad,
arrastrándome detrás de ella.
Cuando llegamos al segundo piso,
la más pequeña de los Cullen tomó
una curva y una suave melodía
inundó todo el lugar. La vi
apoyarse suavemente contra una
puerta y cerrar los ojos con una
mueca pacífica; y la entendí, ya
que aquella suave composición con
notas de clara nostalgia estaba
incitándome a hacer lo mismo.
-Hermosa ¿Verdad? -preguntó
Alice en un quedo susurro.
Asentí, embobada con la perfecta
melodía.
Entonces, la pequeña joven tocó
la puerta con los nudillos y la
música cesó de forma abrupta.
Escuché unos suaves ruidos en el
interior y, segundos después de
nuestra interferencia, la elegante
figura de Edward apareció tras la
puerta. Vi que su rostro denotaba
una encantadora confusión.
-¿Qué hacen aquí? -preguntó
serio-. ¿No es temprano aún?
-Me dejaron salir antes del
trabajo -balbuceé, cuando sus
verdes esmeraldas se posaron
sobre mí.
La risita cantarina de Alice me
distrajo, y luego la pequeña nos
insito a ambos a bajar hacia la
cocina.
Apenas ingresamos a la habitación
a la que nos dirigíamos; Alice
comenzó, con su constante
hiperactividad, a sacar
recipientes, variados ingredientes
que ni siquiera se me habían
pasado por la cabeza, cucharas,
cucharones, tazas...
-¡Alice, Alice, no te precipites!
-le pedí. Me miró confundida-.
Primero mejor déjame decirte lo
que debemos hacer ¿Si?
Asintió con una sonrisa,
dirigiéndome un saludo militar.
Reí ante su ocurrencia.
-Primero que nada, hay que
derretir la manteca a punto
pomada -comenté. Alice me miró
confundida, y yo dejé escapar un
suspiro. Evidentemente la cocina
no era lo suyo-. Mezcla la harina
con el polvo para hornear, ¿Si?
Asintió enérgicamente y comenzó a
sacar lo que le pedí.
-También hay que tamizar el
azúcar -comenté, como quien no
quiere la cosa.
-Yo me encargo -dijo
suavemente Edward, sacando unas
cosas de la amplia alacena.
Yo asentí y comencé a sacar las
barras de chocolate que Alice
había comprado esa misma tarde.
Corté dos de ellas en pequeños
pedacitos y las puse a baño maría
para que se derritieran. Luego
tomé la tercera barra y comencé a
rayarla con cuidado, para luego
poder poner el chocolate rayado
sobre la torta. Ya estaba casi por
terminar, cuando la voz de
terciopelo de Edward me distrajo
de mi labor.
-¿Esta cantidad está bien? -
preguntó suavemente.
Alcé la cabeza, distraída.
-Si, no creo que n... ¡ Auch ! -en
medio de la contestación sentí un
punzante dolor en mi dedo y
automáticamente dirigí mi vista a
él.
Tan ensimismada había estado que,
como idiota, me había ganado un
dedo rayado.
No me di cuenta pero, de forma
repentina, sentí una fría mano
sobre mis dedos. Edward abrió el
grifo de la cocina y pronto sentí el
helado alivio del agua corriendo
sobre mi lastimada piel. El delicado
agarre de Edward seguía sobre mi
dedo. Alcé el rostro del agua para
ver su mirada reprobatoria.
-Debes tener un poco más de
cuidado cuando haces esas cosas
-me comentó severamente.
¡Él tenía la culpa por distraerme!
Asentí y desvié mis ojos de sus
obres verdes, para posarlas en
Alice, que miraba la escena como si
estuviera viendo marcianos en su
casa. Tenía las cejas alzadas y la
boca levemente abierta, mientras
alternaba su mirada de su
hermano a mí.
-Alice, ¿Estás bien? -pregunté
confundida. Edward se volvió para
mirarla.
Ella le dirigió una mirada profunda
a su hermano, mientras una
enorme sonrisa se extendía por su
pequeño rostro. Entonces, asintió
a mi pregunta potentemente y
comenzó otra vez a hacer todo con
su inagotable energía. Edward
abandonó mi mano bajo el grifo
cómo si esta quemara y siguió con
su labor.
No tardamos demasiado en
terminar toda la comida que
habíamos planificado ya que Alice
no paraba de moverse y Edward
resultó tener muy buenas
aptitudes para la cocina, además
de una desarrollada capacidad por
arreglar las meteduras de pata
que su pequeña hermana cometía.
Cuando todo estaba listo y luego
de ahuyentar varias veces a
Emmett para que no se comiera
nada de lo que habíamos hecho,
salimos de la cocina con cansancio.
Estábamos completamente
agotados.
-Me voy a cambiar -avisó
Edward, y con justificación, ya
que todas sus ropas lucían llenas
de harina y alguna que otra
mancha de origen incierto.
Alice, sin decir nada, tiró de mi
mano y me llevó hasta su
habitación. Allí sacó un par de
ropas y me las pasó con una
reluciente sonrisa. Yo me saqué mi
camisa sucia y comencé a ponerme
la prenda que ella me había
pasado. Entonces, cuando estaba
terminando de abrochármela, vi
que la pequeña Cullen me
observaba con una sonrisa pícara.
-¿Qué?
-¿Cómo están las cosas con
Edward? -preguntó, sin
abandonar aquella sonrisilla-.
Veo que se llevan mucho mejor.
Su casi inexistente pero
electrizante beso volvió a mi
mente como una clara imagen y,
sonrojada, me volví con la excusa
de peinarme en el espejo, para que
Alice no notara mi nerviosismo.
-Por lo menos me habla... -
murmuré.
Vi por el espejo que ella alzaba las
cejas, dispuesta a decir algo.
-¡Diablillo, damisela! ¿Están
aquí? -preguntó la voz de
Emmett del otro lado de la puerta.
Gracias a Dios. Estaba salvada.
-¡Si, aquí estamos! -gritó Alice
y luego se acercó para abrirle la
puerta.
La enorme sonrisa de Emmett
asomó por la puerta.
-Me dijo Edward que te avise que
ya se van a casa, damisela -me
comentó el mayor de los Cullen-.
Ya es muy tarde y mañana hay que
madrugar -comentó, haciendo
una perfecta réplica del tono serio
de su hermano.
-Agradezco tus payasadas -
comentó por detrás la voz de
Edward, de forma sarcástica,
mientras nosotras sonreíamos.
Emmett rió entre dientes-.
Vamos, Bella.
La semana transcurrió de forma
veloz y con ella tuve una
perspectiva mucho más cercana
tanto de la feria, como de la
fiesta de Jake. El viernes a la
tarde, mientras trabajaba en la
librería de los Weber, había estado
intentando buscar alguna buena
excusa para darle a Edward, quien
no cabía duda que era una persona
completamente suspicaz. Sin
embargo, todos mis intentos
habían sido vanos, ya que cada
una de las malas mentiras que se
me habían ocurrido tenía claras
fallas que no pasarían por alto a
los ojos del astuto Edward Cullen.
El sábado por la mañana fui a
visitar a mis padres, que
presentaban mejoras
prácticamente nulas. Un poco
desalentada, horas después, seguí
maquinando alguna estrategia
sentada en el sofá de la sala de
los Cullen, mientras Alice leía
unas revistas de moda que Esme
había conseguido en el trabajo.
Cuando largué el, muy
posiblemente, vigésimo profundo
suspiro en menos de diez minutos;
sentí los ojitos celestes de Alice
mirarme con curiosidad.
-¿Qué sucede Bella? Te noto
preocupada -me comentó
cerrando su revista. Se levantó
del piso y se sentó a mi lado, en el
sofá-. ¿Estás bien?
Negué quedamente con la cabeza.
-¿Prometes que si te cuento algo
no me cuestionarás ni se lo
contarás a nadie; y cuándo digo
nadie, es nadie? -pregunté. Toda
aquella situación era demasiado
para mi.
Alice me miró frunciendo el ceño.
-Depende.
-Alice... -dije con un suave
tono, a forma de amenaza-. Si
no me das tu palabra, no puedo
decirte nada.
Suspiró.
-De acuerdo, te doy mi palabra
-dijo. Luego me miró con clara
curiosidad-. Ahora dime.
Tardé unos segundos en buscar las
palabras adecuadas antes de
hablar.
-Esta noche es la fiesta de Jacob
-le confesé, y vi que me miraba
reprobatoriamente-. Antes de
que me digas nada, tengo pensado
ir -vi que quería meter bocado,
pero no se lo permití-, y Edward
no puede enterarse -balbuceé.
-Bella, ¿Sabes que estás
metiéndote en problemas? -
replicó.
La miré con suspicacia.
-No -respondí-, porque nadie
quiere contarme cuál es el
problema aquí.
-Bella...
-No, Alice, Bella nada -corté-.
Si quieres ayudarme, bien; sino,
veré que hago, pero no me harás
cambiar de opinión -sentencié
tercamente.
-Yo te ayudaré -aceptó,
sorprendiéndome
considerablemente-, pero con
una condición.
La miré mal.
-Dispara.
-Quiero que me dejes ir contigo
-me pidió.
-¿Estás loca? -pregunté
confundida-. ¿Hasta hace unos
segundos no querías que fuera y
ahora quieres ir tú también?
Se rió melodiosamente.
-Seré como tu ángel de la guarda
-se autodefinió-. ¿Estás de
acuerdo?
Me encogí de hombros.
-Pero Edward no puede
enterarse -murmuré,
apuntándola de forma acusatoria
con un dedo-, y no tengo
ninguna buena excusa para darle.
-Oh, déjame eso a mí -me
respondió, con una pícara sonrisa
-. Con dos hermanos varones y
mayores que yo, soy experta en
ello.
Pocas horas después, me enteré
que Alice les había dicho a sus
hermanos y padres que nos iríamos
al centro comercial a comer, a ver
una película y que luego
pasaríamos a tomar algo por un
bar. Emmett quiso meterse en
nuestros planes, pero Alice
insistió en que sería una noche de
hermanas. Alrededor de las cinco
de la tarde, la pequeña Cullen me
comenzó a arreglar, como tenía
acostumbrado hacer cada vez que
salíamos. Con un profundo suspiro
de resignación, me deposité en sus
manos para que hiciera lo que
quisiera. El resultado fue menos
terrible de lo que esperaba: una
camiseta negra, un pantalón de
jean y unas botas bajas.
Me encogí de hombros mirándome
al espejo. Podría haber sido peor.
Una vez que Alice me arregló el
pelo y terminó de arreglarse a sí
misma, las dos salimos de la casa
de los Cullen. Me senté del lado
del copiloto, mientras mi
compañera ocupaba su puesto en el
reluciente auto amarillo.
Comenzamos a andar por la
carretera y, luego de recorrer un
largo trayecto, yo intenté
encontrar en mi cartera el medio
para comunicarme con Jake y
pedirle indicaciones para llegar.
-¡Demonios! -mascullé. Alice me
miró de reojo-. ¡Olvidé mi
teléfono móvil en tu casa!
Mi amiga se encogió de hombros.
-No te preocupes, se como llegar
a La Push.
El camino transcurrió
rápidamente, con un silencio sólo
interrumpido por la música del
stereo de Alice y su suave voz
coreando a la par. Pasamos por un
barranco con vegetación a los
costados y luego, saliendo de la
carretera, vi como Alice viraba
para descender por un camino de
tierra. Cuando llegamos otra vez
a terreno llano, la vi girar hacia
un costado y aparcar el auto en
un lugar donde los arbustos
conseguían ocultarlo bastante
bien. El aire salado comenzaba a
llegar a mi nariz.
Ambas tomamos nuestros bolsos y
bajamos del auto. Descendimos por
un sendero repleto de arena,
teniendo cuidado de no caer ante
la pequeña pendiente que este
presentaba. Acompañadas de la
suave brisa salada, las dos
comenzamos a andar por la playa,
a unos cuantos metros de la orilla.
Atravesamos el desierto lugar
hasta que, luego de caminar un
poco, las voces llegaron a
nosotras en forma de murmullos,
así como también lo hicieron las
luces y la música. Casi de forma
inconciente, las dos apuramos el
paso, hasta quedar sólo a unos
metros de aquél ambiente festivo
que se había montado en medio de
la playa. Varios ojos se posaron
en nosotros, pero sólo uno de la
multitud se acerco a nosotras con
una gran sonrisa.
-¡Bella, pensé que no vendrías!
-exclamó Jake mientras me
saludaba. Luego miró a Alice con
un semblante más serio-. Buenas
noches, Cullen.
-Buenas noches, Black -
respondió ella monótonamente.
-Vengan, pasen, pónganse
cómodas -nos invitó Jacob,
mientras nos mezclábamos entre
la multitud.
Entre toda la gente, pude
distinguir a los amigos de Jake
que había conocido antes, así como
también a unos cuantos
estudiantes cuyos rostros me
resultaban familiares. Nos
quedamos sentadas en un amplio
tronco un rato, declinando
algunos tragos y evitando las
conversaciones incoherentes de
algunos que, evidentemente, ya
habían bebido demasiado.
Entonces, mientras tomábamos
una gaseosa, luego de que le
dijéramos a un chico rubio que
fuera a buscar detrás de los
arbustos a una muchacha hermosa
que había escapado -obviamente,
inexistente-, Jake apareció y se
sentó a mi lado, con una gran
sonrisa totalmente sincera
surcando su rostro.
-¿Cómo la están pasando? -
preguntó.
-Muy bien -respondí yo. La
verdad es que todos aquellos locos
que venían a hablarnos me
estaban haciendo reír de lo lindo.
Hacía tiempo que no me sentía con
tanta libertad.
-¿Te gustaría ir a dar un paseo,
Bella? -inquirió.
Vi como Alice alzaba la cabeza
repentinamente. Cuando me volví,
sus pequeños ojos azules
fulminaron a Jake. Él le sostuvo
la mirada y luego dejó escapar un
suspiro, que me pareció de
exasperación.
-Edward Cullen es un paranoico
-habló a Alice.
Yo miré la escena confundida, pero
mi pequeña acompañante pareció
entender, porque lo miró con una
sonrisa sarcástica.
-No estoy tan segura de eso,
Black -respondió.
¿Aquellas palabras frías habían
salido de los labios de la dulce
Alice Cullen?
-Nos quedaremos cerca de tu
vista, si eso te hace feliz -
comentó con ironía Jake.
Los miré, girando la cabeza hacia
ambos lados.
-¿Alguien puede explicarme lo
que sucede? -pedí, algo
exasperada.
Vi que Alice suspiraba con cierta
molestia.
-No te alejes mucho, Bella -me
pidió.
Vi como Jacob le sonreía
sarcásticamente, antes de
levantarse y extender su mano
para ayudarme. Contrariada, tomé
su mano y comenzamos a caminar
hacia la orilla de la playa, en
silencio. La noche estaba bastante
fría y la arena me estaba
dificultando el caminar con
aquellas botas, más no dije nada y
seguí andando en silencio. Cuando
estábamos solo a una corta
distancia del mar, Jacob se sentó
sobre la arena y me invitó a hacer
lo mismo. Nos quedamos un rato
callados, escuchando la música de
la fiesta y mirando la oscura
profundidad del mar, sólo
tenuemente iluminada por el fuego
y las luces ubicadas a nuestras
espaldas. Entonces, giré mi
cabeza, encontrándome con los
ojos oscuros de mi acompañante.
-Jake, ¿Puedo hacerte una
pregunta? -dije suavemente.
Se encogió de hombros.
-Supongo que sí -respondió, con
una media sonrisa.
-¿Por qué los Cullen...? -No
sabía con exactitud como decirle lo
que pensaba.
-¿Me odian? -preguntó con una
ácida sonrisa.
Asentí con una mueca dudosa.
-Es una historia bastante
larga... -balbuceó él, mirando
nuevamente al frente-. Sólo que
las cosas no son como el cabezota
de Edward Cullen cree que son.
Lo miré frunciendo el ceño.
-¿A qué te refieres?
Vi que volvía a mirarme con
determinación. Sus palmas se
enterraron en la arena, frente al
costado de mi cuerpo y sus obres
oscuras me miraron de más cerca.
A sólo unos centímetros de
distancia de mi rostro, escuché su
voz como una especie de murmullo
confidente:
-Bella, quiero pedirte algo -
susurró-. No quiero que escuches
a Edward Cullen -me pidió
haciendo una especie de mueca de
dolor-. Tú me caes demasiado
bien y no quiero que tengas un
concepto errado de mí.
De acuerdo; no entendía
absolutamente nada. ¿Alguien, en
algún momento, en vez de
bombardearme con frases que no
cobraban sentido en mi cabeza, me
explicaría las cosas de forma
simple y como realmente eran?
¿Nadie, acaso, podía darme una
definición clara y concisa de los
hechos? Miré con fijeza a Jacob,
que tenía una mueca de disgusto
en su trigueño rostro.
-Bella... -sentí su susurro, al
tiempo en que una de sus cálidas
manos se posaba en mi mejilla-.
No tienes que escucharlo -pidió
-. Él está completamente cerrado
en sus propias conjeturas...
Quise preguntarle miles de cosas
en ese momento, pero ambos
sentimos movimiento detrás de
nosotros. Los dos nos volvimos
rápidamente y lo único que pude
hacer fue soltar un grito ahogado.
¿Estaba alucinando? ¿O aquél
parado allí era realmente era
Edward Cullen?
Vi como Jake sacaba su mano de mi
mejilla y se ponía de pie con
ligereza. Ambos quedaron
enfrentados, separados por una
distancia considerable. Yo también
me incorporé y alteré mi mirada
del uno al otro. El ambiente se
tensó y pude ver los llameantes
ojos de Edward como pocas veces
los había visto.
-Que bueno volverte a ver fuera
del ámbito escolar, Cullen -
murmuró Jacob con aquella sonrisa
sarcástica.
-Me gustaría decir lo mismo -
gruñó Edward-. ¿Qué pretendes,
Black?
-Yo no pretendo nada -
respondió firmemente Jacob-.
Eres tú el que inventa cosas donde
no las hay, como siempre.
Edward gruñó algo incomprensible
y se volvió para mirarme.
-Nos vamos, Bella.
-Ella puede hacer lo que quiera
-respondió por mi Jacob-. Tú no
eres su padre.
-Cállate, imbécil -gruñó Edward
otra vez, sorprendiéndome por la
forma en la que había perdido sus
estribos. Luego, volvió a
tranquilizarse un poco, aunque
sus ojos seguían relampagueando
-. Vamos, Bella.
Luego de dirigirle una mirada de
disculpas a Jacob y susurrar unas
palabras de despedida, comencé a
caminar, con Edward a mis
espaldas. A pesar de no estar
mirándolo, podía sentir sus
intimidantes ojos clavados en mi
nuca. Apuré el paso y vi cómo Alice
se ponía de pie, mirando con cierto
temor a su hermano mayor.
Edward pidió que vayamos al
automóvil en un gruñido y los tres
comenzamos a andar. Luego del
largo trayecto, cuando llegamos al
Porsche oculto entre los arbustos,
Alice comenzó a rebuscar las llaves
en su bolso. Cuando las halló, yo
salté levemente en mi lugar.
-¡Mi bolso! -exclamé con un
suave murmullo. Todavía estaba
algo intimidada.
-Yo voy a buscarlo -se ofreció
Alice y rápidamente desapareció.
¡Traidora! ¿Cómo iba a dejarme
sola?
Yo era una pobre oveja y Edward
parecía un león hambriento, a
punto de comerme, ¡Y la señorita
se daba el lujo de dejarme sola!
Tragué pesado.
El tenso silencio que se creó entre
Edward y yo me puso los nervios de
punta. Sólo podía escuchar su
respiración agitada, ya que yo
estaba conteniendo la mía.
Entonces, vi como su rostro se
giró, hasta encararme. Sus ojos
seguían llameando con intensidad.
-¿Por qué viniste, Bella? -
preguntó suave, pero firmemente.
Sentí un escalofrío. No respondí,
porque honestamente no sabía que
decirle.
-¿Por qué viniste? -repitió.
-Yo...
Se llevó dos dedos al puente de la
nariz, haciendo una suave presión
sobre él, y luego volvió a mirarme
con sus intimidantes ojos del color
de las esmeraldas. Se quedó unos
segundos así, supongo que
esperando mi respuesta; me
estaba volviendo loca. Entonces,
sentí su cuerpo chocar contra el
mío, haciéndome retroceder hasta
quedar con la espalda apoyada
contra el auto de Alice. Edward
ubicó sus brazos a los costados de
mi rostro, apoyando las manos en
el Porsche para sostenerse, y me
miró de forma amenazante. Yo,
por mi parte, estaba
prácticamente petrificada.
-¿No entiendes verdad? ¿No
comprendes que esto no es ningún
juego? -preguntó ronca y
pausadamente, mirándome aún con
intensidad.
Suspiré, intentando con todas mis
fuerzas poder armar una oración
coherente a tan pocos centímetros
de su rostro. Estuve varios
segundos en silencio para
conseguirlo.
-¿Puedes explicarme qué es,
entonces?
Estaba cansada de que nadie me
explicara nada y sólo me pidieran
que tuviera cuidado.
Edward suspiró.
-Bella, tú no puedes estar con
Jacob Black -me dijo seriamente.
-¿Por qué?
Me miró con sus intensos ojos
verdes y vi que se mordía el labio
inferior, aún respirando
agitadamente. Estaba volviéndome
completamente loca y tuve que
controlarme bastante para no
hacer ningún tipo de idiotez en
aquél mismo instante.
-Porqué no voy a permitir que
Black vuelva a salirse con la suya.
Otra frase enigmática.
Suspiré e intenté contar hasta
diez y tranquilizarme.
Pero ni siquiera llegué al tres.
-¿¡Puedes explicarme a que
demonios te refieres!? -le grité
en el rostro-. ¡Estoy cansada
que tú, y Alice, y todos sólo me
digan cosas sobre Jacob pero
nad...!
En un segundo que me pareció
eterno; sentí una mirada de su
parte aún más intensa que las
anteriores, sus manos frías a
ambos lados de mi rostro y sus
labios impactando contra los míos
impidiéndome decir nada más. A
diferencia de la última vez, el
contacto era certero, firme y
mucho más real. Sus labios se
movían sobre los míos con decisión
y, en ese momento, poco me
importaron los fundamentos que
segundos antes estaba reclamando
con fervor.
Sólo podía pensar en que Edward
Cullen me estaba besando.
Y en tratar de mantenerme en pie,
claro.

Bajo El Mismo TechoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora